Título original: «Ex Machina». 2014. 103 min. Color. Nacionalidad: RU. Dirección a cargo de Alex Garland. Guión a cargo de Alex Garland. Elenco: Domhnal Gleeson, Alicia Vikander, Oscar Isaac
Si me viera, por la cuestión que fuera, en la necesidad de sintetizaros una reseña para esta película y lo tuviera que hacer valiéndome tan solo de un adjetivo, lo tendría bien claro: inquietante. Esa sería mi respuesta.
Podría merecerse otros muchos, quizá más apropiados a los teclados de críticos con más entendimiento y mejor y más fundada opinión, pero ése, y no otro, es con el que yo me quedo.
Si tuviera que, además, perder el tiempo distrayéndome con ese juego de fantasía de lo que pudo ser y no fue, si mi interés superficial e inocente por la programación informática no se hubiera quedado anquilosada en tal posición o punto neutro e inamovible, y mi capacidad y concentración matemáticas fueran algo menos complejas que un revoltijo de imposible solución, quizá (y solo quizá) podría haber formado parte de esa legión de incansables curris de Fraggle Rock que mantienen incólumes los bastiones de los motores de búsqueda de información tan vitales para nuestra insulsa vida, tanto para ayudarnos en nuestro veloz (y, por ende, menos dedicado al detalle) día a día, como para exhibir nuestros perfiles psicológicos de la forma más alegre e inconsciente posible, pues no solo nos abrimos la cabeza con un mazo cuando publicamos nuestras opiniones y gustos, sino también cuando las buscamos.
Si me dejara la piel a cambio de dinero en una empresa de Internet, manteniendo activo el motor de búsqueda más popular del mundo, rodeado por miles de compañeros y de comodidades que me acabaran encadenando a mi puesto de trabajo, al contrario que el primer personaje que conoceremos cuando arranca «Ex Machina», yo recelaría del premio gordo que acabaría de ganar, mediante sorteo entre los empleados de la compañía y por el que todos a mi alrededor suspiran y me felicitan con cierto deje de envidia mal disimulada en sus voces y en sus sonrisas a medio construir: pasar una semana entera junto al genio de la programación para el que curraría, con mi jefe supremo, en su mansión hipertecnológica que, a base de acero y hormigón, hiende la tierra entre unos frondosos, agrestes y bellos parajes que, posiblemente, nunca más volvería a admirar nada semejante durante el resto de mi vida en la ciudad.
Recelaría aún más sobre el buen giro de mi destino si lo primero que me encontrara por jefe fuera a un alcohólico que no para de hacer ejercicio y que me pone, a la altura de los ojos, un contrato de confidencialidad acerca de todo lo que vaya a ver y a experimentar entre los acristalados muros de la casa de diseño futurista que encierra uno de los mayores avances del Ser Humano en su larga carrera, desde que comiera el fruto del árbol prohibido, por convertirse en Dios; pues la razón que explica tanto secretismo es la de probar si es real lo que se me presente delante: si la gineoide Ava posee una inteligencia artificial que cumpla el test de Alan Turing, una conciencia en todos los aspectos; un ser artificial de cuya concepción y desarrollo tan solo sabremos que su supuesta inteligencia procede del motor de búsqueda de Internet más popular del mundo cuyo propietario es su propio creador (algo que chirría un poco, pues no se antoja creíble que un cerebro informático, que dependa de una base de motor de búsqueda, pueda generar una conciencia sin más, sin un aprendizaje, sin estímulos adecuados, pues el acceso al conocimiento no tiene porqué colegirse con entendimiento e inteligencia).
Encogidos por el terrible peso de la inquietud y el desasosiego que puede generar esta cinta, muy visual, de detalle y escrita con complejos diálogos de trasfondo, aún podemos hacer acopio de los suficientes arrestos para enfrentarnos a la tarea de desnudarla por completo. Si lo conseguimos no se nos presentará otra cosa que un argumento nada novedoso, siendo que el personaje de Caleb no es más que un Rick Deckard que asciende hasta los cielos tecnológicos de una Tyrell Corporation bastante particular para examinar a una Rachel con la extraña figura de Ava; una replicante más consciente y que acaba poseyendo las cualidades de manipulación de Pris y la violencia de Roy Batty contra el amo que no le permite vivir. Siete días con siete sesiones del test de Turing en los que el thriller psicológico entre hombre y máquina se desarrolla por cauces que sorprenden a los más incautos, pero que no dejan, por ello, de ser naturales en el desarrollo intelectual y volitivo normal, con su lado positivo y negativo, y con una reinterpretación de lo que, al fin, consiguió el Ser Humano hace milenios con el desarrollo de su mente: la libertad para sobrevivir a un nivel por encima de la barrera de la animalidad. Por ello, no nos hemos de abandonar a la cándida reacción de asegurar contra viento y marea que el final nos ha cogido desprevenidos, pues nos estaremos engañando y faltaremos incluso a nuestra propia inteligencia, siendo éste un filme que se construye como un aviso a navegantes (mensaje reiterativo en la cinematografía de ciencia-ficción) sobre qué podría suceder y cómo habría de enfrentarse a la obra suprema del Ser Humano, que no sería otra que una réplica a su imagen y semejanza, engendrada con el barro de nuestra tecnología y que no tiene porqué ser temerosa de su Dios creador.
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