Título original: «The Young Pope». 2017. 9 h. 6 min. (10 capítulos de 50 min. aprox.). Color. Drama. Italia, Francia, España, Reino Unido y EEUU. Dirección: Paolo Sorrentino. Elenco: Jude Law, Diane Keaton, Silvio Orlando, Javier Cámara
Para aquellos que quieran morir de una sobredosis de Sorrentino, estos diez capítulos harán cumplir sus oscuros deseos a través de un retrato humano sin igual de un Papa muy distinto
Para aquellos que quieran morir de una sobredosis de Sorrentino, estos diez capítulos harán cumplir sus oscuros deseos a través de un retrato humano sin igual de un Papa muy distinto
Todo el orbe cristiano, en este ya crecidito s. XXI, se pregunta si los ancianos cimientos de la Santa Iglesia Católica Romana serían capaces de soportar un gran salto, aún con el lastre de la ortodoxia y el influjo de príncipes que peinan canas y que han visto pasar la vida a la sombra de altares y libros de teología en el mejor de los casos. ¿Qué sucedería si en un cónclave se escogiese a un papa joven de entre los hombres vestidos de púrpura? ¿Sería ese elegido capaz de poner a la institución a la zaga de las reformas que la sociedad actual exige, aunque muchas se amparan en la nada y en un entorno de hipócrita tolerancia y que quedan velando una realidad creciente envuelta en una falta aterradora de valores?
Paolo Sorrentino trata de dar respuesta a éstas y otras preguntas. El resultado no tiene porqué ser del gusto de la generalidad. Es imposible acometer tamaña empresa de teorización; por eso su Pío XIII es una incógnita impredecible: un cardenal norteamericano de 50 años, del que nada se sabe, y que es nombrado para sorpresa de muchos, incluso para aquellos que dieron su voto a favor, pues una sombra se cierne, con un peligro mortal, para la supervivencia de la Iglesia católica. Pío XIII es un niño dentro de un cuerpo maduro, que parece pretender arrastra el Vaticano al desastre, cegado por el enojo hacia sus padres, unos hippies que lo abandonaron a los 9 años en un orfanato. La idea de que quiere hacer pagar a la Humanidad por su prolongado dolor brota pronto en el imaginario del espectador, mientras puede llegar a escandalizarse con la conducta de semejante Papa. Pío XIII es ladino, cruel, injusto, innoble, caprichoso, inmisericorde, déspota, insensible, manipulador, irreverente, obsceno, inhumano… Pero a cada epíteto le acompaña un antónimo extraído del lenguaje verbal y corporal del mismo pontífice; tanto es así que el ser diabólico que aboca a la institución a su extinción es un santo con un poder más allá de lo terrenal, con una sensibilidad capaz de robarnos el aliento. Como una egocéntrica estrella del Rock, Pío XIII se aísla de sus fieles, incluso los insulta y provoca un terror silencioso y sin nombre. Pero es la contradicción hecha hombre: Pío XIII es equilibrio entre el Bien y el Mal en el seno humano; una balanza cuyos brazos sostienen el mismo peso de lo mundano y de la vicaría de Cristo. Y la pregunta que nos haremos entonces será: ¿qué plan anida realmente en la cabeza y el pecho de Su Santidad?
Alrededor del protagonista se arremolinan distintos personajes que conforman una radiografía de la Iglesia Católica, en tantas facetas como las que reúne el Papa norteamericano, que se recalcan en la homilía en la plaza de San Marcos de Venecia, al recordar a la beata Juana: bondad, dejadez, interés, egoísmo, hermetismo, cercanía, tolerancia, odio, falsedad, lealtad, avaricia… ¿Qué es la Iglesia Católica salvo un enorme contrasentido en su Historia y en la de las gentes que la han creado y perpetuado? Simple reflejo de la Humanidad en el extraño camino hacia lo desconocido, con una guía no siempre dulce.
Si Pío XIII reúne en su persona todo el contrasentido humano, cada personaje toma una virtud y un defecto de la Iglesia y de los hombres. En particular, hablo de la trinidad formada por la hermana Mary, el cardenal Voiello y monseñor Gutiérrez (a Javier Cámara no se le quita la cara de cura ni con aguarrás): bondad, obcecación, avaricia, redención, soledad y justicia. Todos ellos son personajes tan interesantes como aquel donde se centran todas las miradas de las que rehuye el elegido.
Esta trinidad acompañará a Pío XIII mientras se enfrenta a sus demonios, mientras alcanza la madurez vestido de blanco, sobre todo durante esa extraña relación que une al Papa a la esposa del comandante de la Guardia suiza y a todas las mujeres, siempre a remolque de la sensación de abandono maternal, a pesar de lo cual se conserva el amor. Penetramos en la brecha que parte el alma del hombre.
Para aquellos que quieran morir de una sobredosis de Sorrentino, estos diez capítulos harán cumplir sus oscuros deseos a través de un retrato humano sin igual, aunque no siempre bien acabado, con espacios en blanco o que dan las cosas por sabidas, como la huída (no se puede denominar de otro modo) de Ester con su marido e hijo; o que se prefiere intuir sin demasiadas consecuencias, como el suicidio del aspirante español a sacerdote rechazado por las nuevas e intransigentes normas de acceso impuestas por Pío XIII. Estos dos puntos más débiles son, no obstante, necesarios para la madurez de Pío XIII, como san Pedro, para demostrar ese equilibrio anárquico, contradictorio, de un hombre que persigue con fanatismo a los homosexuales ensotanados y no tiene reparos a nombrar a uno de ellos como su secretario personal tras nombrarle cardenal.
Las imágenes son pura recreación, pero susurran códigos silenciosos. A ellas seguirán aquellas puramente italianas, luego, histriónicamente humanas. Pueden resultar repetitivas, pero es todo tan intrigante y diferente, con tantos rostros y lecturas, que vale la pena la experiencia y dejarse llevar por la extravagancia del director hacia un mundo cerrado y misterioso, a la par que abierto y sencillo. Merece siempre que uno haya tomando previo contacto con la obra de Sorrentino, requisito indispensable para lograr alcanzar un mínimo de comprensión entre el impresionismo y lo onírico; entre tallas en un círculo de piedra que rodea a un hombre roto.
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