2016. EEUU., Francia, Chile, Hong Kong, Alemania y Reino Unido. Biografía. 1 h. y 40 m. Dirección: Pablo Larraín. Guión: Noah Oppenheim. Elenco: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig
¿Quién era Jacqueline Kennedy? Esa es la pregunta que se quiere responder con esta cinta tensa y dolorosa. Busca la intimidad en espacios abiertos o cerrados, en los que solo hay cabida para Jackie y su entrevistador, su cuñado, su asistente personal, su sacerdote, para aquel que hace ganancia de la muerte de su marido
En demasiadas ocasiones no somos conscientes de todo lo que se remueve más allá de las imágenes arquetípicas formadas para ser honradas. ¿Acaso sabemos algo de lo que sucedió durante las horas y días siguientes al asesinato de John Fitzgerald Kennedy en las calles de Dallas aquel 22 de Noviembre de 1963, en su seno familiar? ¿Acaso hemos sido capaces de entender que allí, junto a él, había un ser humano vestido de rosa, salpicado de la sangre y la masa encefálica del que fue su marido? Es un plato difícil de digerir y que es eclipsado por la mítica del instante, del atentado y de las honras fúnebres del presidente que supuso un antes y un después en la sociedad norteamericana, pero no en la forma de hacer política, pues fue un gigante de piernas quebradizas, como su cráneo al impacto de una bala, a quien no se dejó crecer más.
«Jackie» es un vibrante e intenso biopic acerca de Jacqueline Bouvier-Kennedy, lleno de primeros planos y contrapicados que han exigido un admirable esfuerzo interpretativo a Natalie Portman que le hacía merecedora su segundo Oscar como actriz principal, pero se tuvo que contentar con la nominación (mi opinión puede ser subjetiva, pues siento debilidad por esta chiquilla, pero no creo que falte a la verdad). Una película cuyas escenas parecen haber sido compuestas de modo grotesco, como si un niño travieso hubiera alcanzado la caja del puzle de los Kennedy de lo alto de una estantería y la hubiera abierto de una patada, cayendo las piezas por todos lados, sobre la alfombra, bajo el sofá… pero su montaje es tan extraordinario que se enlaza a la perfección, entrecruzando el momento del asesinato, el reportaje de las reformas de la Casa Blanca, la entrevista con el periodista y la confesión con el sacerdote; una imagen diáfana y fina como Bohemia de esta mujer que no era la niña mona del gran hombre, la mujer intocable, inalcanzable y enmudecida. Se retrata a la primera dama ante la adversidad, ante el fin de un sueño que solo se conserva en las marcas de un vinilo; a un testigo impotente del cambio y el rápido olvido de su marido entre las paredes del centro de poder; incluso a su relación con Bobby Kennedy.
¿Quién era Jackie? Esa es la pregunta que se quiere responder con esta cinta tensa y dolorosa, una obra puntillista, de encaje de bolillos, que atenaza al espectador, quien es incapaz de hurtarse de los rostros de los protagonistas, no puede apartar la mirada. Natalie Portman lo ocupa todo, está tan cerca que a poco podemos sentir el calor de su aliento, el aroma de su pintalabios y el humo de tabaco, entre susurros y lágrimas contenidas. Y tras ella y a su alrededor, pequeños detalles de una vida que se va deconstruyendo con una bola de demolición; incluso están las rosas rojas tiradas en el asiento trasero del Lincoln-Mercury Continental SS X-100.
No es una cinta grandilocuente. Tan solo busca la intimidad en espacios abiertos o cerrados, en los que solo hay cabida para Jackie y su entrevistador, su cuñado, su asistente personal, su sacerdote, para aquel que hace ganancia de la muerte de su marido. Para Jackie y el espectador. Y la especial complejidad del momento histórico y traumático de la sociedad norteamericana es solventada con elegancia y pulcritud, sin ínfulas ni golpes de efectos; por lo que no es de extrañar que salgamos de la sala con el rictus serio y triste, pero con la lección recalcada de que hay que seguir adelante.
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