El 11 de febrero, cosas de estos mundos y lares tan ociosos, es designado como el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia. Ahí, con mayúsculas cuando aquí hasta nos las hemos quitado.
Durante ese día (existe un día para todo y otros 364 para pasar del asunto), organismos públicos y de todo pelaje espolean a la población femenina para que se abrace a la Física y la Química con ardor guerrero y sacramental, pretendiendo ejercer de buenos Pigmaliones. Dichos entes subrayan que “la comunidad internacional ha hecho un gran esfuerzo para inspirar y promover la participación de las mujeres y las niñas en la ciencia; sin embargo, las mujeres siguen encontrando obstáculos para desenvolverse en el campo de la ciencia”. A lo que añaden que “En la actualidad, menos del 30 por ciento de los investigadores en todo el mundo son mujeres” y que “Los prejuicios y los estereotipos de género que se arrastran desde hace mucho tiempo continúan manteniendo a las niñas y mujeres alejadas de los sectores relacionados con la ciencia”.
¡Vaaale!
Yo he sido uno entre los millones que hemos sufrido las acometidas del Pigmalión hijo de la grandísima puta (en términos correctos y psicológicos: Efecto Pigmalión negativo o Efecto Golem). De ese que te espeta, machacón, que tooooodo lo que haces, dices, piensas y cagas está mal. Luego, en retrospectiva, te das cuenta que quien te estaba (y sigue) poniendo palos en las ruedas era (es) más inútil que un cenicero en una moto, pero el daño está hecho. Prejuicios y estereotipos basados en tu procedencia, aspecto físico, capacidad de aprendizaje, soltura, etc.
No se puede negar la existencia de trabas a las mujeres en muchos campos, y no pocas en bocas y manos de otras mujeres; trabas no de formación en los países modernos, sino laborales.
De mis cada vez más alejados días universitarios (permitidme la nostalgia), me quedan recuerdos de cuando nos trasladaron (a saber porqué) a un aula del Ala “de Ingenierías”. Nos tendríais que ver ahí, como pipiolos dándole mal al Derecho y arramblando en una cafetería que “no era la nuestra”. En mi promoción había una proporción de 1 hombre/10 mujeres (ni en una fantasía pornográfica, oiga), por lo que, gracias a nuestra pequeña invasión, el vecindario masculino de aquel subterráneo mundo sufrió una sacudida digna de pasar a los anales, pues hablamos de que, hasta entonces, se contabilizaría una ratio de 20 hombres/1 mujer.
Aquello era como estar en una Comic Con permanente y sin gracia.
Sin embargo, en la misma universidad se daban supuestos (en las filologías y otras –logías) en los que este extraño orden cósmico se invertía, donde cabían situaciones de 1 hombre/20 mujeres, dejando el ejemplo de nuestra clase en una simple nota anecdótica sin importancia.
Y esto no sucedía porque las niñas tengan vetado el campo científico. Quizá sea por cuestiones personales y de la propia capacidad de cada cual en una materia. Quizá la capacidad analítica y aséptica sea más común en hombres y la abstractiva en mujeres; qué se yo
Me parecen muy tontas, pueriles e insustanciales estas jornadas con las que los más marisabidillos del lugar te dicen (Pigmaliones también), lo que las niñas y mujeres tienen que hacer y lo que no tienen que hacer y ser. Estoy un poco harto de estas chorradas, quizá por mi propia condición, pues yo no valoro a los individuos en concreto, de forma individual, por su cromosoma XX o XY, por con quién se satisfacen de cintura para abajo, por el símbolo político que adorna el papel higiénico con el votan y demás; sino por lo que hacen y son, por lo que aportan.
Con esto de la “igualdad” de género nos están metiendo no pocos goles, ya desde la cuna. Y yo me pregunto: ¿por qué no nos dejan en paz unos y otros? Si mi hija (hipotética para el que no se ha multiplicado sobre la Tierra) quiere jugar a reparar y crear coches vestida de princesa, que lo haga, yo no le voy a decir absolutamente nada; yo no le voy a imponer colores y carreras de futuro. Que haga lo que le gusta y lo que mejor se le dé.
Dar continuidad a las líneas que van trazando organismos de indiscutible aliento político supone un peligro notorio. Quizá cumplamos las más delirantes pesadillas de muchos escritores del género distópico y los sueños húmedos de los dictadores en crianza, con poblaciones globales segmentadas y numeradas, con una identidad y un futuro dictado por el Estado protector: fulanito de tal, nacido en tal, le gustará el voleibol, será funcionario y tendrá derecho a procrear tres hijos como máximo; fulanita de tal, nacida en tal, le gustarán los conejitos, será bioquímica…
Yo creo que en vez de animar (forzar) a que las niñas escojan las Ciencias como objeto de estudio y futura vida laboral, hacerlas a “su imagen y semejanza”, deberían dejarlas curiosear, como deberían dejar a todos, y al que le interese la cosa, que la siga, y al que no, que continúe con la búsqueda.
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