lunes, junio 02, 2025

Liberación

Ayer mismo me tocó eso tan pasado de moda como poco practicado que es el aburrimiento. Sentado en la anodina sala de espera de una clínica dental, por imprevistos no tan imprevistos, me vi despojado de algo tan vital como la sangre y el oxígeno: mi teléfono móvil. 

Solo las llaves, la documentación y unas monedas, junto a migas y telarañas, señoreaban los bolsillos de mis pantalones. Se echaba en falta, y mucho, ese familiar y cálido contorno rectangular contra el muslo. Más se echaba en falta su pequeña pantalla a contados centímetros de la punta de mi nariz, sobre la que matar el tiempo con el dedo índice a modo de varita mágica.

Con la mejor disposición, hice danzar los minutos como pude, no sin dejar de sentir la inicial tensión y comezón del “mono”. Me removí en el asiento, espié a los viandantes desde el otro lado de la cristalera, contemplé sin mucho interés el vídeo en bucle que se reproducía en una pantalla de televisión, cantando alabanzas a los procedimientos y tratamientos que dispensa esa línea de franquicias “piñateras”. También, de reojo, examinaba a mis compañeros de impaciencia y a la recepcionista, esta última por su novedad. Había que hacer segundos y minutos hasta que escuchara mi nombre y el asunto comenzara y se encaminara hacia su fin. 

Una hora después, como el viajero de la Ruta de la Seda que divisa el contorno ilusorio de Samarcanda tras interminables jornadas en el desierto, me arrojé a los “brazos” de mi Smartphone con el dolor aún fresco en mis encías. Recuperé la posesión del teléfono y volví a engrilletarme a él.


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