Para mantener un ritmo regular y constante, si es que nos atrevemos a alcanzar lo mínimo que escribe a diario el Burger King de la Literatura (es decir, Stephen King), tenemos que desenterrar 2.000 palabras de cada vez. Parece demasiado (tampoco hay que escribir por escribir) pero, creedme, llegar a esa marca no es lo complicado. Lo que sí resulta torturador es superar la barrera psicológica de las 700-1.000 palabras. Una vez que estás al otro lado, todo parece ser más llano. Por supuesto, nunca se hará cuesta abajo, pero lo agradecerás.
Puedes acostumbrarte a ello como el subir siempre por las escaleras o hacer abdominales. Es cuestión de ganas mas, como en todo, hace falta algo que nos motive y “engañe” la mente. No es lo mismo hacer footing (¡qué deportista estoy hoy!) solo que acompañado, con el ruido de la calle que con tu música favorita (tu propia banda sonora personal) a través de tus cascos. Obvio es que las segundas opciones resultan ser las mejores en esta ocasión. Los metros parecen desaparecer y el tiempo corre más deprisa. Y mejor aún: no te importa seguir un poco más.
Algo parecido debemos encontrar respecto a nuestra afición o a lo que pretendemos que acabe siendo una profesión. En mi caso, me aburro muchísimo sin música. En el instituto estudiaba con Rock y no se me daba nada mal. En el trabajo casi siempre tengo los altavoces del PC a pleno rendimiento, pero, para mi desgracia, en el mundo laboral rindo menos si las notas me envuelven. No soy capaz de alcanzar una concentración adecuada. Ni siquiera, de forma mínima. Por eso, cuando escribo, todo ha de estar en silencio.
Resulta mortificante, pero necesario.
Y esto parece un contrasentido con el ejemplo del footing que he comentado hace unos instantes, pero es que cada uno tiene un mundo dentro de sí mismo.
Hay que buscar un método con el que escribir nos sea fácil y cómodo.
En la actualidad hay muchas formas de acceder a la escritura, pero vamos a centrarnos en la de toda la vida, tinta y papel, y en el procesador de textos que encontramos en cualquier ordenador de mesa o portátil.
Hace un tiempo, creo recordar, que compartí con vosotros una técnica mixta que empleo: combinar la escritura a mano con el teclado. Curiosamente, coger el bolígrafo y ponerse a garabatear es la mejor porque, si eres un jockey de las teclas, el ir más lento (en mi caso) pero sin pausa, te permite pensar mejor las cosas, darles profundidad, Sobre todo eliges las palabras más ajustadas a lo que quieres expresar. Es la forma más ideal de escribir largos párrafos rebosantes de descripciones, reflexiones y momentos de silencio.
Todo esto que estoy escribiendo y que estáis leyendo ahora, lo estoy plasmando en mi cuaderno de notas de medio folio y es aquí a donde quería llegar. Hay gente que se lanza a la conquista de los blocs de folio entero. ¡Son unos masoquistas! Lo mejor son los cuadernos pequeños, creedme. El espacio reducido permite alcanzar una farsa mental.
“Cuanto llevo escrito… y no me ha costado nada... ¡Sigamos!”
Parece una bobada, pero es una verdad tan grande como una catedral. Lo malo viene después, cuando has de pasar lo que has emborronado sobre el papel a ordenador y, por muy rápido que seas, tu cuello, hombros y muñecas se rebelarán con un dolor bastante desagradable si resultas ser demasiado prolífico.
Te queda el alivio del leerte al pasar a limpio, permitiéndote realizar una primera corrección en caliente.
Según como sea tu tipo de caligrafía, una cara de página de un cuadernos de 155 x 215 mm. rondará las 125-250 palabras. Dependerá también si está cuadriculado o no, y hasta de tus propias manías.
Con dicha limitación, las caras van pasando y el horizonte se te hace menos oscuro. Se te anima el alma. Sin darte cuenta, te das ánimos para terminar esa historia que al principio te habías autoconvencido de que la tendrías que hacer en varias jornadas.
Respecto al procesador de textos, cuando escribía mi primera novela, lo hacía en plan burro, es decir: a Times New Roman 12, interlineado simple. Es muy duro, os lo puedo asegurar, porque 1.000 palabras es poco más de cara y media, si es que llega. Tecleas y tecleas y más que 28 líneas parece que tiene 300 el maldito folio blanco en la pantalla.
Hay formas de animarnos como es el ajustar la página al formato más común que se puede encontrar en los libros puestos a la venta en nuestro país. En vez de dejarnos llevar por la preferencia del programa, el dichoso Times New Roman 12, usemos el Garamond 17, interlineado simple, y, voilá, sucederá otro tanto como con los cuadernos de notas.
De esto modo también nos daremos cuenta de que esas novelas que pululan por el mercado no son tan grandes como aparentan.
Cuando comienzas a escribir y tu marca personal es la de un relato que, por ejemplo, apenas alcanza las 8.000 palabras (algo por lo que has sudado), puedes llegar a la conclusión nada acertada de que es una mierda pinchada en un palo. La historia en sí puede ser auténtica basura, cierto. Mucha gente comienza muy bien sus relatos y les atrapa ese pánico del volumen de caracteres escritos. Se agobia porque es incapaz de alcanzar tal y cual ritmo. Ve que su argumento se agota en escasos párrafos que es incapaz de hacer crecer. Se marchita ante la cuesta de folios en blanco. Una mierda, ¿no? Pero no es una mierda esa meta que has alcanzado. Es todo un logro, en serio. Con solo cambiar el tipo de letra, uno se puede dar cuenta que todas esas frases y diálogos, esas 8.000 míseras palabras, son 25 páginas si estuvieran contenidas en un libro publicado.
Este es un pequeño truco que, igual, no queráis emplear. Igual es que queréis ser tan burros como lo fui yo en el pasado. Quizá queréis dejar atrás estos miedos de principiantes y seguir, como lo sigo haciendo en la actualidad, a Times New Roman 12.
Quitarse todos los miedos.
Cuando estoy escribiendo en el procesador sigo con el TNR 12. Después de escribir casi 150.000 en este plan para la primera novela, no hay mucho que atenace mis dedos sobre el teclado, pero sí empleo la Garamond 17 al darte la sensación de estar delante de un texto maquetado y editado y si, además, le quitas la pestaña de señalamiento de errores, mejor todavía. Y es que, para nuestra desgracia, la mayoría de los errores que cometemos al escribir los descubrimos una vez impreso el trabajo y si eres de mi gremio, de los que no les sobra el dinero en tinta de impresora y papel, esta técnica te obligará a leer con mayor atención tus propios escritos (mucho mejor cuanto más tiempo se hayan quedado en el fondo del archivo sin tocar, digamos, durante un par de meses (sé que dejarlos así es también muy duro)).
En total os he escrito, hasta ahora, 1.181 palabras mientras he estado esperando a que se templase la leche del desayuno. No es solo costumbre o rutina, sino el proveerse de las herramientas adecuadas para dar rienda suelta a lo que queremos escribir. De las herramientas depende todo. Las necesitamos para superar esas estúpidas barreras. No es sólo tener una imaginación despierta y desbordante, sino tener entre las manos una forma eficaz de plasmarla.
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