“The Killing”. USA, 2011-12. Drama policíaco. Basado en la serie “Forbrydelsen”, Veena Sud. Protagonizada por Mireille Enos, Joel Kinnaman y otros.
Ciertamente, no es algo muy común de ver en las producciones televisivas. Es una apuesta arriesgada la de dejar o esperar que un espectador se quede clavado frente al televisor durante 26 capítulos de 40 minutos cada uno, siendo testigo de la resolución del caso del asesinato de la joven Rosie Larsen; de una historia que únicamente trata sobre las consecuencias de nuestros actos en momentos que el cruel y caprichoso Destino ha tejido a nuestro alrededor simplemente para jugar con nosotros. La rabia, el dolor o el anhelar una vida mejor son los ejes de la trama, cuyos engranajes son activados tras el descubrimiento de un vehículo sumergido en un pequeño lago a las afueras de Seattle, en cuyo interior se halla el cuerpo sin vida de la desaparecida hija mayor de los Larsen.
La inspectora Sarah Linden es quien termina por hacerse con el caso, pagando un alto precio emocional y familiar, condenando a su frágil vida a sufrir una sacudida tal que es posible que, terminado todo, no quede mucho que recoger. Sarah se da cuenta de que el castillo de naipes que ha construido alrededor de una nueva y feliz vida en California se desmorona. Siente la obsesión de resolver este crimen. Se siente en la obligación.
Tal es el comienzo de una serie que aporta ingredientes de complejidad humana que han desaparecido de los argumentos detectivescos televisivos de usar y tirar. No sé si mi afirmación es correcta pero, por primera vez, al menos en mi caso, los guionistas se han preocupado de mostrar cómo afecta a los integrantes de la familia de la víctima tan desgarradora experiencia. Han pasado de ser meros extras moviéndose al fondo de la escena, sombras de ojos hinchados que tan solo aportaban unos datos simples y superficiales para que los protagonistas se luzcan ante la cámara con aparatitos sofisticados u ocurrencias de última hora.
También se han preocupado de mostrar la mella psicológica que el horror del asesinato produce en los investigadores, así como la oposición de la familia a rebelar sus propios secretos, los obstáculos más variopintos e, incluso, el sistema de poder corrompido que amenaza con condenar al olvido a una persona que tan solo ocupa un ataúd.
Esto, en cuanto a lo positivo, ya que la serie resulta un tanto desquiciante al obligar al espectador, junto con los inspectores Linden y Holder, a regresar una y otra vez a la casilla de inicio del tablero. Y es que no sabemos a priori cuándo terminará todo, cuántos capítulos necesitará (uno por día) la investigación de un caso escabroso, que se verá afectada por las propias sombras que pululan en las vidas de los policías protagonistas y su falta de confianza mutua hasta que un hecho, que pudo ser fatal, los une en una lucha sin cuartel.
La frustración tan solo es llevadera gracias a la tensión que las propias pistas falsas son capaces de provocar. Pistas que terminarán, al fin, por permitirnos vislumbrar una resolución que, sinceramente, escapaba a todo pronóstico y te deja sin palabras, porque la persona responsable de la muerte de Rosie siempre ha estado ahí, delante de nuestras narices y que, tras el juego de “¿Quién es quién?”, resulta que nunca habías pensado en ella, provocando un final bastante difícil de definir.
La versión que he visionado, obviamente, es la norteamericana y he disfrutado sobremanera aquellos capítulos en los que se ha dejado hacer a Nick Pizzolato. No sé si preocuparme en visionar la serie original, la danesa Forbrydelsen. Tuve la oportunidad de cruzarme con el primer capítulo y confieso que prefiero la adaptación yanqui.
Si sois aficionados a los misterios de largo recorrido y no habéis centrado la mirada en un camino lleno de piedras como el que recorren descalzos los inspectores Linden y Holder, os recomiendo que comencéis con esta serie que ya cuenta con unos cuantos años a sus espaldas y dos temporadas más.
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