Ni yo mismo me lo creo: enganchado a una serie de televisión española. Es algo casi antinatural en mi persona pero, por suerte, esta novedad se debe a que he observado cierto cambio sustancial al otro lado de la pequeña pantalla que no ha desmerecido la experiencia. Quizá ese cambio lleve un tiempo ahí y no me haya dado cuenta hasta hace unas semanas.
Ahora que está reciente el final de la primera y, por lo referido en las noticias, única temporada de la adaptación televisiva de la obra de Jerónimo Tristante centrada en su personaje estrella, el policía Víctor Ros, es el momento de sincerarme e, incluso, escribir una reseña.
El cambio del que hablo y que he envuelto, con escaso éxito, en cierta aura de misterio, ya se anunció con el propio tráiler de la serie (se llama tráiler, ¿no?). Éste me atrajo hacia el televisor con poderosísima fuerza. Y eso sí que es algo sorprendente ya que alrededor del 95% de esas escenas dispuestas a modo de cebos acerca de producciones españolas me producen la misma apetencia y calidez que pasar un invierno en un Gulag . El porcentaje restante, por ridículo que suene, siempre me ha producido constricción en la ceja, en plan “insoportable Sobera”, y poco más. Y poco, creedme, es demasiado poco como para molestarme en perder el tiempo con tales ofertas de ocio. Lo siento por toda esa gente que hace tan titánica labor, pero es así y son muchos años prescribiéndoseme la receta televisiva anglosajona.
Pero en esta ocasión algo se movió o cedió dentro de mí y lo “peor” fue confirmarlo cuando llegó a su fin el primer capítulo de esta miniserie. Me dejó cierto agradable sabor en el paladar al vislumbrar en el guión brillos de recuperación de una madurez perdida y, por tanto, una mayor y más seria apuesta en esta clase de productos patrios, siempre maltratados y violentados hasta convertirlos en una masa amorfa, rápidamente desahuciados cuando fracasan o exprimidos hasta sus más absurdas consecuencias si obtienen cierto grado de éxito —si no, que se lo comenten a los sufridos guionistas de algunas series, quienes se desangran literalmente con tal de cargar de tinta sus plumas y escribir páginas y páginas para capítulos de duración insoportable y con temporadas cuya realización (y visionado) es digna de ser considerado un decimotercer trabajo hercúleo; todo sea por contentar al amo—.
Por suerte, como iba diciendo, “Víctor Ros” huye de esos círculos viciosos, proveyéndose de una trama, con forma de firme barra vertical, de la que se van colgando capítulos autoconclusivos que no han sido enmascarados tras capas y capas y más capas de una burda y hueca matrioshka. No sé si están todas las escenas necesarias, pero sí aquellas que conducen a una serie más que aceptable.
Los seis capítulos no guardan una trayectoria lineal en cuanto a su calidad y fuerza. Después del primero se aprecia un descenso del que remonta con suavidad. Sin embargo, la distribución de la acción y la interacción entre los diferentes protagonistas y secundarios, cuyo nivel de empatía es alto, logran que se alterne muy bien y en su justa medida entre lo dramático y lo cómico; aunque bien es cierto que, en ocasiones, algunos personajes son meros troqueles de cartón en un mundo blanco o negro en el que se palpa escaso fondo y otros no llegan a destacar en sobremanera si nos referimos a esos que se ocultan tras un fino y débil velo que, cuando se aparta, no causa sorpresa a nadie.
Es de agradecer que a todo el plantel de actores y actrices se le entienda todo lo que sueltan por esas boquitas, interpretando sin ínfulas y con corrección. Sin haber sufrido el espectador un cruento abordaje por parte de la terrible banda de los “Martiños”, merece referir que Carles Francino, Megan Montaner y todos los demás (no sigo para no dejarme a nadie) realizan una aceptable, cuando no excelente, labor ante la cámara, que se suma a la que se lleva a cabo detrás de las mismas.
Y ahí me detengo, pues creo que continuar me llevaría a meterme con los efectos de ordenador para los fondos y chromas o algún gazapo histórico que me vestiría de criticón con sombrero de copa.
Merece mención aparte los minidocumentales que acompañan a cada capítulo al momento del cierre y que el propio Jerónimo Tristante presenta. En ellos se desgranan muchos de los aspectos que se han tratado durante el metraje, algunos conocidos de sobra y otros no tanto, por lo que resulta una soberana estupidez no completar la experiencia obviando el visionado de estos pequeños e interesantes montajes. El saber no ocupa lugar.
Quizá la nota negativa de estos cortos documentales sea la propia presentación de los mismos a cargo del creador de la serie literaria que, aunque necesaria, se me antoja un tanto forzada aún a pesar de contar con algunas puestas en escena que son de órdago; pero la falta de tablas delante de la cámara de Tristante tampoco es motivo para criticar ya que yo lo haría mil veces peor.
Además de esto, se evidencia una cierta falta de originalidad en el formato, ya que es calcado al de los reportajes que se realizan para el programa “Cuarto Milenio”. Y su vinculación con “la nave del misterio” no se queda aquí ya que se ha contado con la participación de José Cabrera, Javier Pérez Campos, etc., etc.
Estas son unas tenues pinceladas generales sobre una serie de televisión en la que se nos muestra a un policía español de finales del s. XIX que convive con una sociedad que se ha sabido retratar en sus puntos más críticos: desde la oscuridad del Madrid nocturno, con sus navajas y burdeles, hasta el descontento obrero, el movimiento anarquista y las últimas guerras de la España como imperio colonial.
Una sociedad de hace más de un siglo, más abierta y sofisticada de lo que creemos, con sus claroscuros no del todo comprendidos, y que cuenta con elementos que hacen palidecer a nuestra "moderna" actualidad, desbordada de smartphones con más neuronas activas que las de sus usuarios. Una sociedad pasada a la que se puede acceder tan solo consultando la hemeroteca de la Biblioteca Nacional de España y que puede llegar a sorprender a más de uno, como pasó en mi caso, que me llevé las manos a la cabeza al saber que la ciudad en la que resido, Pontevedra, fue, durante el último cuarto del s. XIX y comienzos de la centuria siguiente, diez veces más cosmopolita que la presente, elevándose como centro de iluminación cultural y modernista, y aún cargando con un lastre tan pesado como era su evidente y marcado provincianismo, como muchas otras capitales españoles de la época.
Con tan solo consultar la hemeroteca se puede uno llevar muchas y gratas sorpresas... Razón por la que me parece un merecido y justo, además de simpático, el guiño que se hace en las escenas donde se muestran con todo lujo de detalles (aunque las fotos no salían así de bien y se empleaban grabados) ejemplares de “La Época”, “El Heraldo de Madrid” y otros periódicos y publicaciones que se conservan gracias al esfuerzo de la BNE y otros organismos para abrirnos un ventanal al Pasado.
Y es justo la labor periodística decimonónica la principal fuente de la que bebe la obra literaria, nutriéndola de sustancia. Así que chapeau!
“Víctor Ros” se ha elevado por encima del erial televisivo nacional gracias a que presenta, y no me canso de decirlo, una apuesta firme para enfrentarse a las producciones extranjeras, provista de una trama atractiva y sin dejarse llevar por la fácil senda de la explotación pueril y fútil o por la ñoñería tan nociva como conocida; ni por servirse del soez reclamo a lo Alatriste telecinquero del “teta va, teta viene”, plato de gusto del viejo verde que ha practicado un agujero en un panel del set de rodaje de “Juego de Tronos”. Una serie con algo más de consistencia que a lo que se han acostumbrado algunos consumidores-tragasables de ciertos productos de baja calidad que obtienen, al contrario, un alto share.
Ha cogido color y sabe bien. Una delicia breve. Tanto es así que hasta comienzo a sopesar muy en serio el ahorrar unos euros y sorprenderme de nuevo adquiriendo la temporada en dvd y disfrutarla cuantas veces se me antoje.
1 comentario:
Me ha gustado mucho esta serie por varias razones, lo histórico, lo detectivesco, lo humorístico y la puesta en escena.
Fantásticas tus impresiones, he disfrutado también.
Ah, intento siempre escribir thriller, pero no sabía que se puede escribir trailer, ignorante que es una.
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