Navegar es necesario, vivir no
El historiador Plutarco pone en labios de Cno Pompeyo Magno (106-48 a. de C.) esta frase que ha trascendido en la historia, llegando a ser hasta el lema de la Marina de la Corona de Castilla.
Pero, ¿a santo de qué vino semejante frase? Para hallar la respuesta tendremos que retroceder en el Tiempo; ir a los años iniciales del Primer Triunvirato en el que, además de Pompeyo, andan por el escenario Cayo Julio César y Marco Licinio Craso. Dicho gobierno por triplicado da comienzo cuando se apagan los fuegos de la tercera guerra servil, con el aplastamiento definitivo de la rebelión encabezada por el esclavo Espartaco.
La alianza entre los tres generales no tenía visos de que durase mucho, pero por un tiempo hubo cierta armonía y Pompeyo, de enorme popularidad en Roma, mantuvo sobre sus hombros a la capital republicana tras el reparto de poderes.
El año 56 a. de C. sería recordado como de gran escasez en la península itálica, siendo realmente cruenta en las siete colinas y regiones vecinas. El que el pueblo esté bien alimentado fue (y es) una gran preocupación de los dirigentes ya que marchita cualquier conato de rebeldía contra el poder establecido. El hambre es una mala hierba que hay que arrancar de raíz, por lo que Pompeyo se embarcó personalmente hasta Sicilia, Cerdeña y Libia para organizar la recogida de cereales que alimentaría el "corazón" de la República.
Si el problema no era de por sí digno del mayor temple, los caprichosos hados se divertían de lo lindo en el Mediterráneo. ¿Por qué permitir que Pompeyo y sus naves regresaran placenteramente hasta el Tíber? No era divertido. Los dioses apostaban. Unos querían ver el arrojo de los hombres, otros tener una prueba más de su cobardía.
Los pilotos de la flota, ante el cariz que iba tomando el horizonte y la mar, se negaron a levantar el ancla. Pompeyo, viendo el temor en sus ojos y sabiendo que Roma y su gente dependían de él y sus dotes de mando, se dirigió a sus hombres y exclamó:
Navigare necesse, vivere non est necesse
La brutal fuerza que imprimió en esta frase hinchó los pechos de los pilotos y los marineros, atreviéndose a desafiar al destino. Y gracias a Pompeyo y su arenga, el trigo llegó a Roma.
Pero Pompeyo hizo algo más que salvar un peligroso bache gracias a sus dotes de mando y a su ensalzada figura de general. Encerró, en unas pocas palabras, un tesoro filosófico que sigue inspirando pasados dos mil años.
Por un lado, hay quienes han querido ver en esta arenga de Pompeyo un aserto acerca de que las naciones que se encierran en los valles y los montes, sin tener curiosidad por saber qué se esconde tras el horizonte azulado de la mar, se contentan con lo poco que la avara tierra les pueda ofrecer. Reniegan a convertirse en imperios, a perpetuarse en la Historia. Siempre serán harapientas sombras.
Por otro lado, otros, ya en el campo de la Filosofía, han visto en la arenga y decisión de levar las anclas en un ejercicio de libertad y responsabilidad, asumiendo el riesgo con tal de alcanzar un fin justo y necesario.
Distintas corrientes filosóficas han llegado a la conclusión de que el hombre está dividido en dos partes. Una mitad está dominada por la realidad y la otra por la posibilidad. Por lo visto, tan solo dejándonos llevar por la corriente de los eventos que han permitido al ser humano pasar de vivir en una cueva a hacerlo en la ISS, éste “para ser” necesita de lo “aparentemente innecesario”, siendo una meta vital la conquista de la Terra incognita material e inmaterial —algo que tiene que hacer para poder ser—. Un poco lioso, pero creo que nos entendemos.
Navegar, en el término más extenso, no solo circunscrito a una nave física, es tomar la vida en propia mano, decidir; elegir en libertad y acertar con nuestro destino.
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