Título original: Gone Girl. Año 2014. Nacionalidad EEUU. 149 minutos. Género: Drama/Misterio. Dirección a cargo de David Fincher. Guión a cargo de Gillian Flynn. Elenco: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris.
Ésta es una película que te machaca del mismo modo que si no fueras otra cosa que un sparring forrado con cinta americana. A cada puñetazo que encaja en tus costillas mentales, hace desprender de ellas tus ideas preconcebidas que atesoras, acumulándolas como hojas muertas y putrefactas a tus pies. Al final, tras el postrero golpe, te deja totalmente hueco; te embarga el terror de una inusitada desnudez interior. Te has quedado mudo; solo te resta una palabrita rebotando contra las paredes de tu cráneo: Estupefacción.
Es una historia que para nada era la que tenía en mente gracias a su no muy acertada campaña de marketing. Me esperaba algo mucho menos tenebroso y ha sido una grata sorpresa el que me atropellase frente a la pantalla en mitad de la noche; un relato que habría hecho las delicias de Patricia Highsmith y en el que se critica con ferocidad varios aspectos de nuestra sociedad actual, tan vulnerable (posición ocupada de buen grado) ante la manipulación externa llevada a cabo por los heraldos de la difusión de información, que modifican nuestra opinión a mamporro de mando a distancia. Pero también es una denuncia ante la insensatez y también manipulabilidad de esos medios por parte de terceros con menos escrúpulos, simples ciudadanos de a pie que conocen las más oscuras reglas del juego. Aunque, quizá, la alarma que trona con más fuerza es aquella que surge del fondo abisal de las relaciones personales y en las consecuencias que produce un inocente aleteo de mariposa conjugado con la ya referida manipulación, dejando a un integrante de la pareja en una incuestionable e inamovible posición de víctima y a la otra de verdugo; así como la que critica la visión noña del noviazgo eterno.
Las mentiras, el rencor, los remordimientos, el afán de protagonismo y el desperezamiento de una psicopatía latente surge por doquier, en medio de la vorágine que crea una sociedad sorda que grita amparada por un contrato social, pero que disfruta con impúdico, regocijante y sádico pasatiempo del linchamiento colectivo y de la adoración a nuevos dioses de carne y hueso en templos de rayos catódicos y pantallas planas.
Mazazo tras mazazo, la historia va formando un nudo en la garganta del espectador, que le priva de gritar a los cuatro vientos la verdad pues a nadie le importa; estamos sordos y nos contentamos con admirar el “fastuoso” final de cuento, con un castillo de pega al fondo, sonrisas exageradas y perdices envenenadas; con reflejos en una vida perfecta y perfectamente falsa.
Sin duda alguna, otro acierto para el Sr. Affleck, quien con sus limitadas dotes interpretativas ha conseguido un personaje ajustado, a semejanza de su Toni Méndez en Argo; y el guión, que he tenido la oportunidad de leer después y que está firmado por la propia autora de la novela, es simplemente sublime en potencia, aún cuando le puedes buscar varias patas al gato en el aspecto policial y, a nivel más trivial, a los diálogos entre los protagonistas principales, sobre todo en su época de noviazgo, haciéndote la pregunta de si hay alguien hable así.
El ambiente de la película es correcto, más centrado en interiores, aunque no llegue hasta nosotros y con claridad el acoso “a la americana” contra el protagonista, pero está ahí detrás, con su zumbido constante y odioso.
La historia, rebosante de hiel y giros inesperados, se desenvuelve como una bomba de racimo que se precipita sobre nuestra corteza cerebral para devastarla por completo. Negra y de matrícula.
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