Título original: «Wo hu cang long». 2000. Aventura. 2 horas. Taiwan, Hong Kong, EEUU, China. Dirección: Ang Lee. Yun-Fat Chow, Michelle Yeoh, Ziyi Zhang, Chen Chang
La película narra dos historias de amor. Ambas, en su alma literaria, se limitan a susurrar el capital mensaje de que cada individuo ha de ser fiel a sí mismo, consecuente con sus decisiones y aspiraciones
Las primeras impresiones no siempre son acertadas y limpias. En gran número de ocasiones, más de las que por orgullo nos apetece reconocer, tras un postrero y sosegado análisis, llegamos a cambiar de parecer sobre tal o cual detalle o, incluso, acerca de la totalidad del objeto de discernimiento; no digamos ya si median varios años. No me jacto de tener siempre la verdad de cara, ni oculto que mis ojos y oídos puedan ser burlados por algún graciosillo ente, de esos que pueblan las comedias de Plauto, por lo que hoy escribo esta reseña acerca de la laureada película «Tigre y Dragón».
En su día (de noche) la vi por televisión, en aquella TVE de cuando los cortes publicitarios eran la tónica; y se me hizo la experiencia ante la pantalla más agotadora de mi vida; tanto es así que me quedé frío ante el cálido electrodoméstico. Se me presentó como una trama sin conexión, tediosa y carente de sentido, de esas que quedan en un ruidoso olvido, como de resaca en la costa; mas un ciclo familiar de cine asiático ha desempolvado el título de mi mente y me entregué al sacrificio, aunque con los sentidos o más afinados o más embotados que en aquel primerizo encuentro (algo sobre lo que os corresponde a vosotros opinar, pues sois los que me leéis).
«Tigre y Dragón» narra dos historias de amor, uno maduro y sosegado y el otro joven y proceloso. De la primera extraeremos la lección de que es un desperdicio el dejarse llevar por deberes y encomiendas que nos alejan de la felicidad junto al ser querido; de la otra, retratando un espíritu indomable, de la necesidad de encauzarse de forma natural y que no todo vale en la vida; pero ambas, en su alma literaria, se limitan a susurrar el capital mensaje de que cada ser ha de ser fiel a sí mismo, consecuente con sus decisiones y aspiraciones. Y como cortina de entretenimiento entretejido tenemos la China medieval, con sus luchas coreografiadas y el robo de la Espada Celestial, que da pie para conocer a los personajes, sus motivaciones y una venganza que los enlazará entre sí y que los hará confluir hasta el triste final.
Como he explicado al comienzo de esta corta disertación, en su momento me pareció una película poco menos que insufrible, incomprensible y absurda. Pero entonces yo era alguien que no había visto gran cosa de cine oriental; un cerdo no distingue al paladar entre cáscaras de melón y salmón ahumado, y yo era otro tanto; no sabía apreciar su delicadeza. El desconocimiento, en la medida que sea, es un veneno de acción exótica, que se adhiere a las venas y para el que solo hay una forma de ser eliminado del organismo; para este caso, era necesario abrirse a Asia para poder querer entender el ánimo de la historia y ver más allá de espectaculares combates a espada y saltos imposibles.
Estoy contento de haberle dado una segunda oportunidad a «Tigre y Dragón», por haber transfigurado mi opinión temprana y anémica.
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