martes, enero 07, 2014

2014

No hace falta que nadie me eche en cara que debí hacerlo en su momento y no ahora. Que os lo debía, por decirlo de alguna manera. Que pude haber tenido, al menos, la gentileza de haberme despedido de vosotros y del 2013 como está mandado. 

Quiero decir que pude haber agotado el año con más entradas, como siempre lo he hecho, pero en esta ocasión no he tenido ni las ganas ni, mucho menos, el valor. Estaba cansado. Solo quería que esa llama se extinguiera de una vez por todas. Y me daba igual. Nunca había tenido tan imperiosa necesidad de que se largara un año de una vez por todas. Nunca como en estos días pasados. Ni hice mención a mi trigésimo tercer cumpleaños ni nada. No merecía la pena, la verdad.

Además, el desearos lo mejor para este recién nacido 2014... Ya sabéis que aún implícito, ya lo hice en su momento.

Tan solo anhelaba acabar con este doloroso periodo encerrado entre doce barrotes. “Seguir adelante”, como si realmente, «estúpida estupidez», esa barrera invisible entre el 31 de diciembre y el 1 de enero existiera como un punto clave para que nuestras vidas cambien cuando, en cualquier momento, éstas pueden sufrir un violento vuelco. El destino, la suerte... No puedo dejar atrás ni el dolor ni muchas otras cosas, pero quería que todo acabase. Que ese maldito año se ahogara y cayera como un peso muerto al abismo.

Creo que me estoy repitiendo.

No sé si con fuerzas renovadas o algo así, pero quiero que este 2014 y los que sigan, supongan la posibilidad de sacudirme el polvo y sobresalir, sacar adelante mis proyectos. Y a lo hice antes, ¿por qué no iba a ser capaz de repetir? Pero quiero ir más lejos.

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