miércoles, junio 11, 2014

11 de Junio de 2014

ABC HISTORIA MILITAR DE ESPAÑA


CÉSAR CERVERA / MADRID
Día 11/06/2014 - 05.21h

«El fiero turco en Lepanto, en la Tercera el francés, y en todo mar el inglés, tuvieron de verme espanto...». Don Álvaro de Bazán encabezó la primera gran batalla entre barcos sólo de vela

El Imperio español vivió su cénit en 1580 con la anexión de Portugal, que entonces se encontraba entre las mayores potencias de Europa. «El mundo no es suficiente», rezaba el lema que Felipe II asumió tras la conquista del país vecino, en clara referencia al emblema de su padre «Plus ultra» («Ir más allá»). El mundo se había quedado pequeño para España, y Felipe II había alcanzado lo que parecía imposible: dominar un imperio más grande que el de su padre. Sin embargo, la campaña contra los lusos distó mucho de ser un paseo triunfal.

Cuando Sebastián I de Avís perdió la vida en una demencial incursión por el norte de África, Felipe II –emparentado con la dinastía portuguesa por vía materna– desplegó una contundente campaña a nivel diplomático para postularse como el heredero a la Corona lusa. «El reino de Portugal lo heredé, lo compré y lo conquisté», aseguraría Felipe II años después. Y aunque el rey prudente contaba con el apoyo de buena parte de la nobleza portuguesa y el beneplácito de las potencias europeas (más bien resignación), el levantamiento popular promovido por Antonio, el Prior de Crato, hijo bastardo del infante Luis de Portugal, obligó al Imperio español a iniciar las operaciones militares.

Para tan delicada tarea, y ante la insistencia de la nobleza castellana, Felipe II rehabilitó al Gran Duque de Alba, que se encontraba en Uceda (Guadalajara) desterrado de la corte desde hace un año. A sus 72 años y encamado a causa de la gota, el Gran Duque de Alba se puso al frente de una operación relámpago que terminaría en menos de ocho meses. Por el camino, el veterano general recuperó su instinto guerrero y su celo en que las operaciones salieran sin la menor quiebra, pero no pudo evitar la huida del Prior Antonio.

En su fuga, el rebelde levantó contra el rey a la población de la Isla Terceira, apoyado por Francia e Inglaterra, como forma de mantener abierta la cuestión sucesoria. Pero Felipe II no estaba por la labor de dilatar más el asunto: había que silenciar de una vez al Prior de Crato.

Álvaro de Bazán fue nombrado comandante de la flota que debía recuperar la isla. Desde la costa atlántica, el granadino había apoyado la invasión de Portugal y, cuando se conquistó el puerto de Lisboa, se encargó de acondicionar las grandes carracas portuguesas para las necesidades del Imperio español. Dentro del sistema comercial portugués, estos enormes buques eran empleados para el transporte de mercancías exóticas desde las más remotas tierras africanas. Eran barcos de uso comercial, por lo que España necesitaba añadirles mordiente militar de forma urgente.

El marinero granadino nombró al barco San Martín de 1.000 toneladas como su Capitana y se dirigió con 25 galeones a reconquistar las islas Terceras, situadas en medio del Atlántico. Frente a la flota hispanoportuguesa, habían acudido 40 barcos, la mayoría de tonelaje medio, al mando de Felipe Strozzi, almirante florentino al servicio de Francia. Las fuerzas de la causa rebelde eran superiores a las del Imperio español, al menos en número. En un tiempo récord, Francia había armado una sólida flota y la había atestado de hugonotes entusiasmados con la idea de combatir al imperio católico.

La epopeya del San Mateo
Nada había escrito sobre la lucha entre grande galeones. Ni siquiera Bazán, más especializado en la lucha entre galeras, conocía los pormenores de un enfrentamiento donde la artillería se presumía protagonista. Por si acaso, España había embarcado al Tercio de Lope de Figueroa y esperaba hacer valer la superioridad de su infantería llegado el caso de un abordaje masivo.

El 26 de julio de 1582, las dos flotas se toparon frente a frente. Tras una serie de maniobras por hacerse con el viento a favor, los españoles se prepararon para lanzar una ráfaga artillera. No en vano, el viento y las mareas beneficiaban a los franceses. Y la cosa todavía iba a complicarse más para los intereses hispanos. El galeón San Mateo, al mando de Lope de Figueroa, y donde iban embarcados los mejores soldados de la flota, se adelantó al resto y se dirigió en solitario al corazón enemigo. Han asegurado muchos historiadores que se trató de una audaz iniciativa a cargo del capitán Lope de Figueroa, uno de los héroes de la batalla de Lepanto; tantos como los que sostienen que fue un error de navegación. Y al menos así lo interpretó Strozzi, que se lanzó al abordaje de la nave aislada.

A pesar de sufrir dos horas de abordaje francés y recibir más de 500 proyectiles, los 250 soldados castellanos, arcabuceros y piqueros, aguantaron imperturbables las acometidas hasta el punto de que la principal preocupación del maestre Figueroa pasó a ser que sus hombres abandonaran el galeón para lanzarse éllos al abordaje enemigo. En el momento de mayor presión, el San Mateo fue atacado por cuatro bajeles a la vez, entre ellos la Almiranta y la Capitana. Mientras, otros cuatro barcos se ocupaban, como si de perros guardianes se tratara, de cerrar el paso a un posible socorro.

Pero nadie había contado con la resistencia numantina del San Mateo. Las dos horas de lucha desigual permitieron la llegada de los refuerzos y la batalla se situó en la posición que Strozzi había querido evitar: una maraña de barcos luchando cuerpo a cuerpo. Ahora sí, la victoria española quedaba servida. Ni siquiera hizo falta derramar mucha sangre: la flota enemiga se dispersó en mil direcciones.

Con cubiertas más altas y con soldados adiestrados para el combate marítimo -Lepanto da fe de ello-, las fuerzas de Bazán suponían un rival inabordable una vez iniciada la fase de los abordajes. La generación de marineros más brillante en la historia de la Armada española, quizá sólo comparable a la de Trafalgar, al servicio de una victoria que situó a España como indiscutible dueña de los mares. Sin la protección de la flota francesa, cuyos barcos restantes iniciaron la huida al ver caer a la nave capitana, la isla de las Terceiras quedaba lista para su conquista. Solo una tormenta otoñal y la inoportuna llegada de la flota de Indias impidieron que se pudiera realizar el desembarco militar en ese mismo año.

Un episodio para la leyenda negra
Al finalizar la batalla, Álvaro de Bazán demostró que, pese a su talante sosegado, no estaba exento de la crudeza militar exigida en su tiempo y ordenó la ejecución de ochenta gentiles hombres y 313 soldados y marineros apresados. La decisión, criticada por su dureza, obedecía a un intento por evitar nuevos levantamientos y se correspondía con la legalidad. Se trataba de rebeldes «piratas y perturbadores de la paz pública», puesto que Francia no estaba dispuesta a reconocer su participación directa en la contienda, y debían ser ejecutados según las leyes de la guerra. Con todo, fue un episodio que estremeció a Europa: una cosa era ejecutar turcos, y otra muy distinta que los cristianos se masacraran entre sí. Sobre todo habiendo tantos nobles entre ellos.

La sencillez de la victoria, además, transmitió una conclusión equivocada que se revelaría como un grave problema en la intentona por conquistar Inglaterra. Bazán interpretó que la efectividad de la flota española pasaba por potenciar la lucha cuerpo a cuerpo, lo cual suponía aumentar la obra muerta necesaria para dificultad los abordajes enemigos, a costa de reducir la maniobrabilidad y agilidad de los barcos. Años después, los bajeles españoles terminaron por convertirse en castillos flotantes, casi inabordables, pero que eran incapaces de alcanzar a los ágiles barcos ingleses, que descargaban su artillería y huían. Una artillería que, paradójicamente, no fue capaz de hacer más que arañazos en «los castillos flotantes». Sería su paso por la escarpada costa escocesa la que infectara de gravedad esos arañazos. Allí se produjo el auténtico desastre.

Por cierto que el dramaturgo Lope de Vega presumía de haber estado en la batalla de la Isla Terceira integrado dentro del tercio de Figueroa y posteriormente en la Empresa Inglesa. Se desconoce si su afirmación es cierta o es producto de la presión social de la época, que veía imperativo una trayectoria militar dilatada en todos los héroes populares. Así y todo, su supuesta actuación en las Azores no debió ser especialmente lustrosa. No es que hubiera pocos versos en aquel combate: es que no hubo tiempo de lanzarlos.

Cuatro preguntas a Carlos Canales
C.C. /MADRID
En su faceta como investigador, Carlos Canales colaboró durante 13 años en el programa de radio de Onda Cero «La Rosa de los Vientos» de Juan Antonio Cebrián. Junto a Miguel del Rey ha escrito numerosos libros dedicados a la historia naval de España. Entre ellos, «Las reglas del viento. Cara y cruz de la Armada Española en el siglo XVI» que aborda la batalla de la isla Terceira.

–¿Era Álvaro de Bazán la persona idónea para dirigir la batalla?
Era un líder extraordinario y un gran marino, pero curiosamente no aporta nada original a la lucha entre galeones. Yo diría que hay dos cuestiones que rodean a la batalla de las Terceiras que distorsionan lo que realmente ocurrió allí. Por un lado, no es cierto que la flota francesa fuera superior a la española: los 12 galeones de altura, que Bazán había capturado con sus galeras en el puerto de Lisboa, hacían que España fuera infinitamente superior.
Segundo, en realidad la batalla se gana al estilo antiguo a pesar de que los portugueses son los primeros que entienden la importancia de la artillería naval. De hecho, Strozzi desoye a los portugueses que van en su flota que le recomienda usar la artillería en línea como estaban haciendo ellos en el Índico. Pero finalmente la batalla se resuelve como si de una carga de caballería se tratara. Es decir, al viejo modo.

–¿Por qué se adelantó el San Mateo?
Tanto a Miguel del Rey como a mí, la teoría aceptada de que formaba parte del plan no nos convencía nada. Nosotros pensamos que nadie busca voluntariamente luchar en combate singular uno contra cinco, y más sin el viento a favor. Se comparaba con el movimiento que hace Nelson en el Cabo de San Vicente, pero no es verdad. Nelson trata de parar a la flota española para que a los ingleses les dé tiempo a dar la vuelta. En el caso de la Terceira, Strozzi se equivoca totalmente y se enreda en tratar de conquistar el San Mateo por un tema de codicia casi piratesca. La flota francesa está muy mal dirigida en la Terceira. Llegado el turno del combate, los franceses sabían que no tenían nada que hacer contra los españoles que encima llevaban infantería embarcada. Es una derrota francesa estrepitosa.

–Lo que hizo Bazán con los apresados fue muy criticado
Se consideró un crimen de guerra. Hizo más por la leyenda negra de España que la mitad de lo que hizo el Duque de Alba en Flandes. Porque la mayoría de ellos eran gentiles hombres y caballeros. Estaban acostumbrados a que se pidiera un rescate por ellos. Y Bazán los ahorcó como si fueran piratas. Otra cosa es que, como no estábamos en guerra con Francia, se consideró una acción completamente legal. A ojos de Europa, España transmite la sensación de que es un país sin piedad que te va a machacar si te coge.

–¿Participó Lope de Vega en esta batalla y posteriormente en la Armada Invencible?
En la Armada Invencible estuvo seguro, al menos hay constancia de que acudió a Lisboa cuando las tropas se preparaban. En la Terceira no se ha podido encontrar ninguna prueba documental, pero es posible porque perteneció a ese tercio de infantería. Él lo llegó a afirmar.

No hay comentarios: