Homer haciendo de las suyas con sus patatas fritas, escamoteadas a bordo
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La serie de televisión “Los Simpsons”, especialmente en sus primeras diez temporadas, se concibe como una generosa cornucopia cargada de referencias culturales norteamericanas que no se limita a ciertos acontecimientos históricos o musicales. El amplio dédalo de episodios forma un inigualable fresco social que hasta permite que hallemos, entre sus divertidos argumentos, material para El Navegante del Mar de Papel.
Si tuviéramos que hacer un ránking personal en el que figuraran nuestros capítulos favoritos, creo que nunca faltaría “Homer en el espacio exterior”*1, en el que seremos testigos de cómo Homer es reclutado por la NASA para relanzar la popularidad del programa espacial sirviéndose de civiles normales y corrientes. Aunque resulte difícil de creer, la premisa de esta tronchante trama que lleva al singular springfieldiano al espacio exterior se basa en hechos reales acontecidos durante la Administración Reagan.
La llegada del Apollo 11 a la luna en 1969, solo unos meses antes de que los soviéticos estuvieran listos para enviar su propia misión, supuso para la ciudadanía y las administraciones de ambos bloques enfrentados una pérdida de interés por el espacio. Había problemas más acuciantes y bien es cierto que este anhelo por cumplir el sueño más profundo del hombre desde que se atreviera a contemplar el cielo, alcanzar las estrellas, había dejado las arcas públicas bien agotadas.
Fotografía oficial de la astronauta-maestra Christa McAuliffe
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Cuando Ronald Reagan se hace con la presidencia de los EEUU en 1981, el exactor se propone un ambicioso plan para ahogar económicamente a la URSS, embarcada en titánicos proyectos militares y civiles que siempre finalizaban con la coletilla “más grande del mundo” (véase, por ejemplo, nuestra entrada dedicada al SSV-33 Ural). Reagan sabía que la economía de la superpotencia antagonista se encontraba rayana a la bancarrota y que la única forma de arrojarla por el precipicio era hacerla despilfarrar cantidades ingentes de dinero en un vano intento de colocarse en igualdad de condiciones a su enemigo capitalista. De ahí devienen proyectos como “Star Wars”, el escudo antimisiles en Europa y otros tantos de carácter militar que llevaron a que el ciudadano medio norteamericano (dos de cada tres) que se paseaba por las avenidas de Nueva York, Palm Springs o Cleveland en 1983 estuviera más que convencido de que la guerra termonuclear estallaría en menos de un año. Curiosamente, por dicha razón, la economía doméstica estadounidense pasó de ser la más saneada del mundo a una de las más endeudadas, pues la gente quería vivir a tope. Así nació un consumismo feroz que dejó huella en la década de 1980 con un derroche a todos los niveles y cuyas consecuencias las estamos viviendo en la actualidad con la tan cacareada crisis económica mundial. Y es que el hongo nuclear podría rasgar el horizonte en cualquier instante y no había porqué pensar en el mañana.
La premisa, o premonición, de Reagan era simple: la amenaza de un enemigo superior obligaría a la URSS a empeñar más de lo que nunca tuvo hasta que se colapsase. Todos sabemos desde hace veinticinco años que llevaba razón.
Pero no todo iba a ser una carrera armamentística nuclear que provocara ese holocausto irremediable que las cintas de ciencia-ficción anunciaban desde hacía más de dos décadas. También había un lado amable y de prosperidad. Reagan quería relanzar el programa espacial de la NASA, acercarlo de nuevo al ciudadano, cansado ya de esa línea propia de los sesenta y de tanto achuche fiscal en busca de un futuro con coches que volaban que ya no vendría. Y la Casa Blanca lo tuvo fácil: colocar en órbita gente corriente y moliente, sin preparación militar previa y que no formaban parte del grueso del NASA Astronaut Corps*2, para unirse a las tripulaciones de los transbordadores Columbia y Challenger. La intención era que esos afortunados, tras vivir la experiencia, la difundieran en sus comunidades para alentar el espíritu y necesidad de que la bandera de las barras y estrellas siguiera ondeando en el espacio y, también, de un mayor desarrollo tecnológico en beneficio de la Humanidad (no obstante, se reconoce a Reagan el mérito de ser uno de los precursores de la Estación Espacial Internacional (ISS)).
Y de entre los diferentes sectores civiles había uno que podía dar mayor impulso a los deseos de Washington: el profesorado. Estos tripulantes civiles podrían difundir su inigualable experiencia entre sus alumnos y se produciría un efecto en cadena que alcanzaría a toda una generación. Las charlas de fornidos astronautas en los salones de actos de los colegios estaba bien, pero eran personas que estaban “por encima” de todos los demás. Los asistentes se sentían abrumados ante semejantes Perseos; hacía falta alguien más de carne y hueso.
Así es como nació el Teacher In Space Project, siendo la primera astronauta civil en superar las pruebas la maestra de Concord (New Hampshire) Christa McAuliffe, escogida el 18 de julio de 1985 entre más de once mil aspirantes*3 y quien formaría parte de la tripulación del vuelo STS-51-L*4 del transbordador Challenger que tenía programado su lanzamiento el fatídico 28 de Enero de 1986.
Una imagen imposible de olvidar
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Creo aquí que todo el que tuviera los ojos puestos en la televisión durante aquellos días y contara con suficiente memoria, recordará como a los 73 segundos de vuelo, a 48.000 pies de altura, el Challenger estalló formando esas dos terribles columnas de humo.
Una de las mayores, sino la que más, desgracias del programa espacial.
Una de las mayores, sino la que más, desgracias del programa espacial.
Aunque se mantuvo el proyecto Teacher In Space en vigor hasta 1990*5 y el deseo de que la segunda finalista, Barbara R. Morgan, fuera puesta en órbita, lo cierto es que esta mujer no conseguiría viajar al espacio hasta el 8 de agosto de 2007, veintidós años después de ser seleccionada.
“Los Simpsons”, en un capítulo en el que se encuentran multitud de guiños a “2001: una odisea del espacio”, “Alien”, “Star Trek: espacio profundo nueve” (en el título) o “El planeta de los simios”, también pretende homenajear, con su particular sentido del humor, un proyecto digno de mérito, que no tuvo peor y más trágico comienzo, aunque con el buen tino de conseguir que sus tripulantes regresen sanos y salvos a casa.
1*Capítulo 96 (código de producción 1F13), intitulado originalmente como “Deep Space Homer”, forma parte de la quinta temporada y fue emitido el 24 de febrero de 1994.
Como curiosidad, en la ISS hay una copia en dvd para aquellos astronautas que deseen pasar un rato con un Homer en gravedad cero.
2*Comentar que también hay otros proyectos de envío de civiles no experimentados al espacio, pero cuyos conocimientos en materia física, ingeniería, etc., llaman la atención de las Agencias espaciales, siendo contratados al efecto. Los miembros del Teacher In Space tendrían la misma categoría que estos, denominados Payload Specialists.
3*De esos 11.000, pasaron a 114 semifinalistas. Al final resultó escogida McAuliffe quien, en caso de imposibilidad, sería sustituida por Barbara R. Morgan.
Ambas mujeres realizaron a partir del 9 de Septiembre de 1985 un entrenamiento de vuelo de cien horas en el Centro Johnson de Houston.
4* El vuelo STS-51-L constituía la vigesimoquinta misión del programa de lanzaderas y su tripulación estaba formada por el comandante Francis R. Scobee, el piloto Michael J. Smith, los especialistas de misión Ellison S. Onizuka, Judith A. Resnik y Ronald E. McNair; y los civiles Payload Specialist Gregory B. Jarvis y Christa McAuliffe.
5* El proyecto fue de nuevo esponsorizado, pero de forma privada, en 2005.
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