En pocas ocasiones veremos que la Patrulla X se una a Magneto y los suyos, todo ello para solventar un problema de tales dimensiones como es la desaparición por completo de la Humanidad
Cuando se alcanza cierta madurez vital, la cual no hemos de confundir de forma ingenua con la mental, cualquier aficionado al mundo del cómic, sobre todo aquel que se considere esporádico visitante del kiosco, acaba poniendo tierra de por medio ante el tangible riesgo de quedar marcado y marginado por la sociedad. Para cebar más su desgracia, se enfrenta a un cruce de caminos en el que se le ofrecen dos posibilidades de amargo regusto: o bien se limita a acudir a los remansos que dispensan las viñetas de historias para adultos, con argumentos más reales y cercanos, contenidos en álbumes europeos, o bien se emboza con el pesado manto del olvido voluntario, no vaya a ser que los demás piensen cosas raras de uno.
Da igual qué camino se tome: siempre nos condicionará el dichoso grupo social que nos ha tocado en suerte. El miedo ancestral al rechazo por parte de los demás integrantes de la tribu, la mera supervivencia de nuestro cerebro animal, nos empuja a desterrar cualquier idea herética y a abrazar con fervor religioso pasatiempos y comportamientos estúpidos; gustos e ideas que comparten la mayoría. Un paroxismo social que comienza en nuestra propia casa y que se desboca cuando cruzamos la puerta y damos la espalda a las angostas paredes que nos rodean.
Cuando se deja atrás la adolescencia y algo más, las machaconas luchas entre simpáticos personajes embutidos en mallas multicolores y que sangran menos que una tapia, comienzan a carecer de interés. Nos arrojamos al abismo de los adultos, con el corazón henchido y una sonrisa bobalicona soldada al rostro; un mundo en el que los superhéroes del cómic USA no tienen cabida pues son meras fantasías licenciosas. Pero, asimismo, son un rayo de luz y esperanza en un mundo gris.
No existen estos tipos y tipas. No nos cruzaremos en la vida con un kriptoniano que aparezca de entre las nubes con su capa roja al viento y salve a la chica que se precipita al vacío, desde lo más alto de la azotea de un rascacielos, o detenga un tren bala cuyos frenos hayan quedado inservibles. El mundo real cuenta con sus héroes (y menos mal que los tenemos), pero que son de carne y hueso, simples y frágiles humanos que no dudan en poner en riesgo su integridad física y psíquica, incluso sus vidas.
Por ello nos olvidamos que, gracias a esa cortina de exuberantes colores ceñidos a marcados músculos y, como no podría ser de otra manera, a turgentes senos femeninos, cientos de guionistas han ido deshojando la sociedad que retratan a golpe de teclado, asomándose a la ventana y echando una analítica ojeada a los comportamientos sociales de sus convecinos.
Durante la etapa dorada de la censura (que muchos ignorantes con babero y larga y enlacada barba creen que solo se daba en la garbancera España del Franquismo), la única forma de criticar la sociedad, la política del gobierno de turno, los prejuicios y cualquier otro mal endémico era a través de personajes que distaban mucho de ser simples humanos. De ahí la explosión de la ciencia-ficción durante las décadas de 1950 y 1960.
La Patrulla X es digna hija de ese periodo histórico y servía para retratar los sentimientos de una minoría oprimida por la discriminación racial alimentada por el miedo de la mayoría: narra una América carcomida por la segregación social y lo hace por medio de un grupo de mutantes para no afectar o alterar a las mentes más sensibles y soliviantables del momento. ¿Qué mejor que un ecléctico y abigarrado grupo de especímenes raros, muchos de ellos consecuencia de la radiación nuclear?
Los mutantes del profesor Charles Xavier y de su íntimo enemigo, Magneto, puede que sean los personajes más conocidos y queridos de la Marvel, con el permiso de Spiderman, el capitán América e Iron Man, y que más han puesto el dedo en la llaga con un problema que siguen siendo capital en nuestra sociedad. Otros personajes y series de cómics trataron del alcoholismo, la drogadicción, etc., los demonios del hombre; pero la Patrulla X se centra en el racismo que coletea en los EEUU por mucho que exista la Carta de Derechos y Libertades, por mucho que su guerra civil, la de Secesión, se centrara, como punta de lanza, en la creencia y defensa de la idea de que todos los seres humanos nacen libres e iguales.
Entre las páginas de la Patrulla X nos encontramos con mutantes que, en el mejor de los casos, parecen algo humanos. A veces se asemejan al fruto de un cruce entre humanos y seres elementales que llevaron al legislador romano a hablar de individuos monstruosos y que afectó incluso a la redacción del art. 30 de nuestro Código civil (hoy referenciado a los órganos que aseguran la superviviencia, no a la simple y literal “forma humana”).
«No más humanos», título que bebe directamente de la historia «No más mutantes», se mantiene firme, siguiendo la estela marcada a comienzos de la década de 1960 por Stan Lee. Es la segunda novela gráfica de esta serie, separada de «Dios ama, el hombre mata» por el transcurrir de más de treinta años; una narración autoconclusiva que será del agrado de aquellos que estén cansados de saltar y dar tumbos entre la Patrulla X, Thor, los Vengadores o los Guardianes de la Galaxia para saber cómo narices termina una historia en concreto, o de buscar rollizos volúmenes recopilatorios.
Como he llegado a reconocerlo, pues los primeros pasajes de este artículo son autobiográficos, llevaba largo tiempo separado de mis queridos mutantes, años, no solo de las grapas, sino también de la pantalla y todo por culpa de ese estéril abrazo a la madurez tribal (al cual siempre me he resistido, pues algo he de decir en mi defensa); y lo primero que me llamó la atención de esta novela gráfica es el hecho de que Lobezno y Mística tengan un hijo en común, un psicópata azul dotado de cierto halo mortífero y divino, que responde al nombre de Asuelo; un personaje que en «No más humanos» no es el más poderoso ni el principal (en palabras del guionista Mike Carey), pero que la prepara bien gorda cuando se hace con una tecnología que vacía de humanos al planeta Tierra (el de nuestra dimensión, claro, aunque no voy a hablar ahora acerca de las teorías multidimensionales de la Marvel y sus viajes espaciotemporales), convirtiendo a nuestra perla azul en un refugio para mutantes de otros planos dimensionales que huyen de la opresión y la violencia racista; y, como es norma, es ahora cuando las dos concepciones clásicas enfrentadas entran de nuevo en liza: la Patrulla X defiende a los mutantes, pero lucha por alcanzar un clima de concordia e integración, de convivencia pacífica, es decir, toman el camino más difícil; la hermandad de mutantes, por su parte, persigue igualmente la protección de otros homo superior, aunque poco o nada le preocupa lo que les suceda a los insulsos y simplones homo sapiens, adoptando una postura radical, fundamentalista y, a ratos, de terrorismo idealizado.
Sin embargo, el que la Tierra se haya quedado vacía es algo que no esperaba mutante alguno, por lo que lo que resta del proyecto de Xavier y los irritados seguidores de Magneto, además de otros que han han encauzado su destino por una senda torcida e intermedia (como es el caso de Cíclope (otra sorpresa más para mí)), no tienen otro remedio que acordar una tregua y unir fuerzas para desentrañar el misterio y enfrentarse a la terrible verdad.
Y aquí no solo hablamos de racismo, sino también de inmigración ilegal y de los refugiados de guerra.
El guión que escribe Mike Carey es adulto y maduro, sin perderse en la necesidad de otros autores de rellenar los espacios en blanco de los bocadillos con palabras malsonantes y, ¡gracias a Dios!, con una sarta sin sentido de chistecillos bobalicones y prescindibles que lo único que consiguen es rebajar el nivel intelectual del personaje que los pronuncia. No hay altibajos y mantiene la justa tensión narrativa a la que Salvador Larroca apuntala con un lápiz firme y nada grotesco o burdo (un mal actual del cómic). Ambos hombres presentan una obra fuerte y dinámica, que te anima a seguir leyendo página tras página; en la que el virtuosismo que despliegan ambos se rubrica con un acertado coloreado, trabajado y detallista. Cuando quieres levantar el hocico del libro es cuando te das cuenta del tiempo que ha transcurrido desde que has abierto las tapas, y eso dice mucho a favor del comicbook. Cuando te “enfrentas” a una grapa, tan solo son veintitantas páginas y ya se acabó; es fácil leerla de un tirón y releerla, pero esta novela gráfica posee elegancia literaria y gráfica gracias al equilibrio desplegado por guionista y dibujante, mostrando las diatribas de una situación contemplada sobre el papel, que juzga a los personajes y les permite defenderse y responder.
Tal y como advierte el prologuista a la obra en su edición en castellano, Koldo Azpitarte, «No más humanos» no necesita que el lector ser un voraz y leal fanático de las desventuras mutantes, pues en ningún momento le exigirá para comprender la trama conocimiento alguno sobre el pasado remoto o no de la Patrulla, entre decenas de sagas aisladas, más allá de cuando aparecer los “dobles” de ciertos personajes procedentes de planos paralelos (si no nos suenan tal y cual personaje, no pasa nada de nada; podremos vivir con ello y mucho más). El lector ocasional no se perderá en una historia autoconclusiva cuya única pega es su final, que hiede un tanto a deus ex machina gracias a la intervención de la descontrolada y peligrosa Jean Grey bajo el influjo del poder de Fénix; pero he de confesar que me ha gustado ver a Fénix, al igual que a Lorelei, esa mutante creada por Magneto y que vimos en la saga de Sauron, dibujada por Neal Adams, allá por la década de 1970.
En contra de lo que suele ser habitual en mis recensiones, no parece que hoy tenga otra cosa que ofreceros que no sean alabanzas, olvidándome de las minúsculas pegas, pero es que esta novela gráfica me ha encandilado y se me antoja como perfecta, sobre todo para dar calor a las cenizas de mi tierna y enmudecida afición mutante.
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