DEBOLSILLO. JET Barcelona, 2016 1504 páginas ISBN: 978-8497593793 |
Coulrofobia: dícese que de la fobia o miedo irracional a los payasos y mimos.
Mi dilatada experiencia como lector de las obras de Stephen King me ha arrastrado hacia diferentes y oscuras facetas del terror. Muchos son los títulos que han hecho sentir su peso en mis manos, aunque hay otros tantos que esperan su turno en medio del silencio. Algunos deben su actual estado inerte a una serie de elementos clave: su trama no me atrae en absoluto y el bueno de Steve, el Maestro de Bangor, publica a un ritmo mayor del que yo soy capaz de terminar una sola de sus novelas.
Pero existe una obra en concreto me resistía con especial empecinamiento. Siquiera me atrevía a rozar con la yema de los dedos su lomo: «IT».
Aunque no existe loquero con la pared cuajada de diplomas que me lo haya diagnosticado para su inclusión en letras doradas en algún rincón de mi currículum vitae, sé de siempre que sufro de coulrofobia, huyendo como alma que lleva el diablo de esas chillonas extravagancias y esos rostros maquillados en exceso que ocultan la verdad. Los únicos payasos cuya visión me es tolerable son aquellos entrañables de la tele: Miliki, Fofito…, más que nada porque no se ocultaban, pues su única deformación artificial constaba de unas prótesis nasales de color carne y unas pelucas lacias y pajizas y punto.
Iniciar la lectura de «IT» bien puede considerarse una prueba, una catarsis para esos miedos que algunos comparan con los del hombre primitivo frente al monstruo que irrumpe en sus sueños (y es que, encima, la criatura maligna se convierte (o es en realidad) en una especie Ella Laraña, lo cual ya riza el rizo). Quizá haya cometido un error; quizá King potencie mi terror hacia la figura plástica que juega conmigo desde el subconsciente. Pero aquí estoy, recién terminado de leer un cuento moderno de niños enfrentados a monstruos diabólicos.
El primer capítulo ya me dejó claro que «IT» pasaría a ser la novela de terror que más me impactaría. Hasta la fecha la corona la lucía, orgullosa, «El misterio de Salem’s Lot», pero la sencilla narración del pequeño George Denbrough tras su barquito de papel, directo a la muerte, resulta descorazonadora; me erizó el vello, incluso el de la barba (cosa que revivo al escribir estas líneas). Ese capítulo es corto, pero muy intenso, anunciando desde el primer párrafo la fatalidad. La imagen de inocencia del chicuelo, con su impermeable amarillo y sus botas rojas tras el barquito parafinado por Bill, su hermano mayor, encamado para curarse una gripe, mezcla a la perfección el amor fraternal y una desgracia terrible. No podemos hacer otra cosa que temblar ante el destino de Georgie, que corre feliz tras su juguete, mientras King nos susurra al oído que el niño tiene miedo a un monstruo que “anida” en el sótano de la casa familiar; un monstruo que, supuestamente, solo está en su imaginación infantil y que apenas es una sombra en comparación con el ser que asomará al otro lado de la alcantarilla, con Pennywise.
Tras el suceso sin explicación aparente de la muerte de Georgie, transcurren veintiocho años. Nos vemos encerrados en salas de interrogatorio de la comisaría de la Policía de Derry, en las que se trata de arrinconar a tres gamberros, sospechosos del asesinato de un joven homosexual. Será el segundo destello de Pennywise, aunque apenas remarcable en la declaración de unos de los sospechosos y de la pareja de la víctima. ¿De dónde habría salido ese tipo vestido de payaso? ¿Qué hacía bajo el puente? ¿Acaso importaba?
Finalizados estos dos brillantes capítulos, King desgrana a los personajes que van a ser los protagonistas de la novela y lo hará de adultos, en el 1985, al momento del asesinato del joven gay. Ha transcurrido una vida desde que se conocieran en aquel verano de 1958 y se enfrentaran a ese terror hambriento que consiguieron olvidar hasta que el recuerdo asoma al otro lado de la línea telefónica: Pennywise ha vuelto para exigir su tributo de sangre humana. El grupo de chavales había prometido regresar a Derry si sucedía tal cosa, no importando dónde estuvieran ni su situación personal, y esto es lo que le permite a King realizar una presentación muy interesante de los personajes que encajan biográficamente con la etapa vital del autor en aquel momento: ya no hay rastro de esos pobres profesores de inglés, de esos anónimos errantes de flacos bolsillos; aquellos tiempos habían quedado atrás para Steve, Tabita y sus tres hijos. Quizá solo quede el destello de fracaso de Mike Hanlon, casi encadenado a Derry para no olvidar.
La introducción de estos personajes se realiza a través de ciertos pasajes de su Pasado que condicionan su Presente, a excepción de tres, por los que King adopta una forma distinta de darlos a conocer. Todos son adultos que han alcanzado cierto éxito, incluso fama mundial, pero no por ello son necesariamente felices, como es el caso de Beverly, quien es retratada a través de los pensamientos de su marido, un brutal maltratador. Idéntica forma de ser presentado, a través de su cónyuge, recibe Stan, quien no soporta la idea de tener que cumplir aquella promesa infantil sellada con sangre en 1958, y se suicida en la bañera mientras su esposa ve tranquilamente la televisión. La tercera excepción es la de Mike, quien se eleva a la calidad de narrador a través de unas notas manuscritas que se encuentran en la biblioteca pública de Derry, donde trabaja, y que daban cuenta de su proyecto de investigación de la ciudad y de ese horror que dispara las estadísticas de desapariciones y asesinatos cada ciclo de entre 27 ó 28 años.
Tras ellos da comienzo en sí la historia de «IT», del encuentro de todos los chavales con ese detallismo al que King nos tiene acostumbrados, tanto visual como musical (abusando, creo yo, de Bruce Springsteen).
«IT», como «Cuenta conmigo», es un canto nostálgico dedicado a la etapa infantil, tan importante y, a la par, tan subestimada. La edad de los personajes en concreto, la ambientación (finales de la década de 1950), todo, sirve a King para rememorar ese periodo del que guarda muy buen recuerdo, pero que fue el mismo del que surgieron sus miedos y obsesiones. Un periodo que acaba emborronándose con la llegada de la edad adulta para muchos de nosotros.
King desarrolla a sus protagonistas de forma excelsa, a través de pasajes de amistad y de terror, primero individual y luego colectivo. “Eso” es lo que los aúna en una cruzada que bien puede ser contra los males de la sociedad, materializados en la ciudad de Derry, o contra los miedos puramente infantiles; la propia Derry es el coto de caza del Mal. Quizá por eso la escena que más me horrorizó sea la más simple; dejo muy de lado las alucinaciones de Eddie con zombies o sanguijuelas voladoras que enmudecieron a Beverly, todo lo gore, así como la araña gigantesca, un terror puramente cósmico a semejanza de los creados por H. P. Lovecraft; estoy hablando de una escena cotidiana (¿acaso King no es el rey del terror cotidiano?), protagonizada por Ben Hascom, quien, de adulto, recorre la biblioteca que le marcó tanto de niño y donde se topa de frente con Pennywise, a quien solo él puede ver. No es un capítulo de uno contra uno, como sucede en el regreso de los chavales a Derry; la sala de la biblioteca está ocupada por diferentes lectores, pero solo Ben se percata de la presencia de Pennywise y éste de la de Ben.
Me ha gustado especialmente el diario-ensayo histórico de Mike, quien desgrana la Derry negra, con sus extraños pasajes de violencia inexplicable a través de la transcripción de varias entrevistas realizadas a testigos presenciales de brutales asesinatos y reyertas. Rompe con el hilo de la narración, marca de King, al igual que esas pequeñas crónicas informativas que acompañan a la trama.
Pero lo que menos me ha gustado es la inclusión de varios personajes secundarios que poco o nada aportan. En concreto hablo de Tom Rogan, el violento marido de Beverly (una copia al carbón de su propio padre), quien ayuda a una magnífica presentación de la protagonista, sí, pero cuya participación posterior en la novela, más allá de ese capítulo introductorio, es nula. Es más, para cuando King vuelve a colgarlo de la trama, te cuesta unos segundos dar con la respuesta a ¿quién demonios es ese tal Rogan? Su peso no resulta mayor que el del primer peón en caer en una partida de ajedrez.
Más frustrante es el Henry Bowers adulto. King se deshace frente al teclado con su demencial versión juvenil, sin réplica pasados los años. Bowers, una buena noche de 1985, se escapa del manicomio donde está encerrado, cumpliendo pena por varios asesinatos, y King solo lo emplea, con excesivo detallismo, para sacar momentáneamente de la circulación a Mike y asustar al hipocondríaco Eddie.
Son dos personajes casi absurdos. Incluso sobra la famosa actriz Audra, la mujer de Bill Denbrough, a pesar de que protagoniza una escena de esas que te hacen sudar cuando es capturada por “Eso”. Pero King la reserva (esa es mi idea) para dar a su novela un final diferente, más positivo y menos siniestro, al seguir unas líneas paralelas marcadas en «Cementerio de animales», pues, en esta ocasión, Bill, el marido, logra salvar a su esposa de las garras del mal absoluto y le devuelve a una vida real.
Como es típico en King, el amigo no es capaz de evitar meter algunas escenas que podrían haberle encantado a él, pero que me han parecido poco menos que prescindibles. Quizá el problema fuera mío, pero no me pareció muy digna la descripción de la llegada de “Eso” a la Tierra o el mal trago de Richie paseando por Derry, enfrentándose a la estatua de Paul Bunyan. Tampoco la escena dentro de la casa de Neibolt Street con un hombre lobo con chaqueta de instituto emergiendo de una taza de inodoro. Entiendo la pasión de King y de los propios muchachos por el cine de serie B, pero esto último quizá sea demasiado.
«IT» es, a fin de cuentas, la obra de ficción firmada por King que más me ha costado terminar de leer. Precisamente no es corta, pero no es la razón por la que me haya resultado dura de tragar; es como si, por fin, el amigo de Bangor hubiera dado con la tecla correcta para prolongar mi pesadilla durante meses.
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