Sin tiempo para que Atenea y sus defensores se tomaran un merecido kit-kat tras devolver la cordura a la princesa Hilda de Polaris, nuestros héroes y, de paso, toda la Humanidad, volverán a estar en peligro de muerte al desvelarse la identidad del causante de todos los males: Julián Solo, la reencarnación del dios griego Poseidón, quien pretende, entre sus planes a hacer cumplir, “limpiar” la superficie de la Tierra y dominar el planeta sin oposición. Para ello, tras verse truncados sus esfuerzos en Asgard, nada mejor que comenzar con el secuestro de Saori, de quien el joven heredero está no enamorado, pero sí obsesionado, confundiendo el amor con otros sentimientos que se tornan aborrecibles en cuanto llega a saber que la diosa no le corresponde ni comparte sus ansias destructoras. La inamovible postura de Atenea, contraria a Poseidón, llevará a su aparente frágil figura a quedar encerrada en el interior del pilar central del Santuario submarino, donde se sacrificará soportando el agua que el emperador de los mares tenía reservada para arrasar a la Humanidad.
La brusquedad del inicio del drama será continuada por el propio devenir de la saga, con una estructura harto conocida pero acelerada. El planeta de nuevo tiembla ante los enemigos de Atenea, y Seiya y los suyos se lanzan directos por las entradas secretas al mundo submarino de Poseidón, donde Tetis la sirena pronto les informará (qué manía tienen estos esbirros de allanar el camino a los buenos y darles a saber cómo vencer), que los caballeros del Zodiaco tendrán que derribar los pilares que sostienen los siete mares para poder hacer mella en el central y salvar a Saori. (sigue leyendo)
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