miércoles, octubre 09, 2024

Salvando el honor de la Navy a bastonazos

Encabezamiento de la noticia publicada en el The Richmond Virginian, a 30 de abril de 1910

La Royal Navy sufrió el 7 de febrero de 1910 una de sus más sonadas y recordadas humillaciones, sin que el mérito se lo pudiera llevar ningún elemento hostil externo. Tanto dio que hablar el asunto que quedó consagrado en los Anales de la Historia, pero no como operación bélica, que no lo es, sino como una irrepetible broma pesada que los británicos aún rememoran a fecha presente por medio de su característico humor caustico: «Dreadnought hoax» (El engaño de Dreadnought).

Aprovechando una pantalla harto imaginativa y la ingenuidad de varios oficiales de la Marina, unos jóvenes pranksters, miembros del radical Círculo de Bloomsbury, entre los que se encontraba la autora Virginia Woolf (quien se unió a la “operación” a última hora por enfermedad de uno de los actores), se tiznaron las caras y se cubrieron con barbas postizas, completando el disfraz con unos ropajes dignos de una representación de «Las mil y una noches». Con tal atavío, se hicieron pasar por una delegación de cuatro “príncipes etíopes” de nombre Makalen (Anthony Buxton), Mandok (Duncan Grant), Mikael Golen (Guy Ridley) y Sanganya (Virgina Woolf), acompañados de un “representante” de la Foreing Office, de nombre Cholmondeley (Horace de Vere Cole) y su “intérprete”, Herr Kauffmann (Adrian Stephen). Como “delegación” que solicitaron subir a bordo del icónico HMS Dreadnought, el buque insignia de la Home Fleet, para visitarlo en el muelle número 1 de Portland Harbor. Allí fueron recibidos con grandes honores por la oficialidad (almirante sir Willian May, comandante Fisher, capitán Richmond, capitán Somerset y teniente Dewar), y por su tripulación, aunque ni se izó la bandera de Abisinia ni se tocó la partitura del himno del país, pues  no pudieron encontrarlos. Aún así, vivieron un gozoso día gracias al éxtasis causado por tan exótica y fantástica “embajada”.

Fotografía de la fastuosa "embajada abisinia"

La situación era de lo más peculiar, y más cuando los “príncipes” respondían con un sonoro “¡Bunga, bunga!” (“¡Maravilloso!”), a cada maravilla de la tecnología bélica británica que les mostraban. Incluso utilizaban un galimatías compuesto de latín y griego clásico (citando La Eneida, entre otras obras), lo cual fue particularmente llamativo, dado que el comandante Fisher dominaba ambas lenguas. El teniente Dewar dejó constancia de que algunos sospechaban que los "príncipes" eran espías alemanes, y que reconoció con certeza que no eran hombres negros, sino blancos tiznados. Por su parte, Adrian Stephen comentó más tarde que la idea de la broma partió de un oficial naval cuyo nombre nunca trascendió, y que quería burlarse del comandante Fisher.

Tras inspeccionar a los marines reales y hasta tomar un té, la “embajada” regresó a tierra. Entre risas contenidas (pues les resultaba increíble que los oficiales de tan alto rango hubieran caído en un engaño tan burdo), los jóvenes salieron casi corriendo del recinto militar. Sabían que habían logrado un hito en el arte de las bromas pesadas. Por supuesto, no tardaron en dar a conocer la hazaña, y pronto llegó a los periódicos, con todo lujo de detalles. El 12 de febrero, domingo, el Daily Express publicó el primero de muchos artículos sobre el engaño.

La desfachatez de los bromistas fue tal que su líder, Horace de Vere Cole, se citó al día siguiente con sir Charles Hardinge, de la Foreign Office, para pasarle por delante de las narices lo que él había hecho junto a sus compinches. Al principio, Hardinge no  creyó ni una palabra de lo que de Vere le contaba, y tuvo que esperar la confirmación por parte de la Home Fleet, que estaba en ese momento en alta mar, acerca de la visita de los príncipes etíopes. 

Los rostros de los primos se tiñeron un malsano tono, similar al de una casaca de su infantería, por la vergüenza. Los de sus superiores otro tanto, pero por el enfado. La Royal Navy se había convertido en el hazmerreir de la nación y el HMS Dreadnought no se libró del tan traído “bunga, bunga!” durante toda su vida operativa (como cuando recibía semejantes parabienes cada vez que lograba un éxito militar durante la Gran Guerra). Aunque el escándalo llegó al Parlamento, la prensa pronto se cansó del tema y las carreras de los oficiales burlados no vieron truncadas. El único aspecto positivo real fue el refuerzo de las medidas de control sobre las comunicaciones telegráficas con la Marina (en su descargo, el comandante el jefe de la Home Fleet recibió el 7 de febrero un telegrama “real” de la Foreign Office que anunciaba la visita diplomática del príncipe Makalen de Abisinia y su séquito, a quienes “se debía mostrar la mayor de las cortesías”).

Imagen por la amura de babor del poderoso HMS Dreadnought

Como dice el aforismo: «donde las dan, las toman». Los humillados marinos, desde el comandante hasta el grumete más bisoño de la tripulación del Dreadnought ansiaban venganza. Las identidades de los bromistas acabaron siendo conocidas por un desliz intencionado de Horace de Vere en una entrevista para el Daily Mirror. Así, una noche, dos oficiales de la Navy se presentaron en el domicilio de de Vere, dispuestos a salvar el honor del comandante en jefe de la Home Fleet. Su intención: moler a de Vere a base de bastonazos.

El bromista se disculpó y rechazó sufrir tal castigo, además de pedir a su mayordomo que no llamara a la Policía. De Vere, metiendo la cabeza en la boca del lobo, propuso enfrentarse con el oficial de mayor rango con guantes de boxeo, espada o revólver, pero éste rehusó. Entonces, de Vere hizo una nueva propuesta: propinarle seis golpes de bastón al oficial y recibir otros tantos de él.

De Vere, creyendo que todo era de broma, acometió levemente con el bastón, pero el oficial respondió con algo más de fuerza y sin demudar su rictus de extrema seriedad.

Tras el “duelo”, los tres hombres se estrecharon las manos y los oficiales dieron su palabra de no tratar de ir a por el resto de bromistas, dándose por satisfechos.

Adrian Stephen, quien hizo de “intérprete” alemán Herr Kauffman, recibió la recomendación de de Vere de bajar al puerto y disculparse con el almirante en la misma cubierta del Dreadnought, pero prefirió no hacerlo porque le parecía ridículo y porque temía por su integridad física. Sin embargo, tanto Stephen como Grant acudieron ante el First Lord del Almirantazgo, Reginald McKenna, asumiendo toda la responsabilidad del engaño con el fin de que los oficiales del Dreadnought no sufrieran repercusiones. McKenna los reprendió duramente ante su atrevimiento.

Stephen dejó escrito «En cuanto a la venganza, si querían alguna, ya habían tenido suficiente antes de que terminara el engaño. Nos trataron tan deliciosamente mientras estuvimos a bordo que yo, por mi parte, me sentí muy incómodo al burlarme, incluso con el espíritu más amistoso, de personas tan encantadoras». 

 

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