Título original: “Spirit Of Wonder”. Nacionalidad: Japón. Año: 1992. 90 minutos. Color. Dirección: Takashi Anno. Animación: Bandai Visual.
Cuando vemos una tienda con el cartel de liquidación nos entra una imperiosa necesidad. Algo empuja de nosotros y nos obliga a cruzar el umbral de la puerta y ver qué puede interesarnos de lo poco que quede en el interior. Quizá sea un matiz “amable” del instinto carroñero, quién sabe.
En cierto modo resulta una acción adornada de ruborizante bajeza. Tan solo te ha interesado un negocio el día en el que te topas con un chillón anuncio que llama tu atención como si fueras una polilla.
No creo que haya muchos que lean estas líneas y que puedan alzar su voz. «Yo no he protagonizado una de estas “historias”».
Y es que vivimos en ciudades en las que demasiadas esperanzas acaban de saldo, incluso aquellas a las que has querido contribuir a que tuvieran un final feliz, aquellas que se enfocaban hacia tus particulares gustos y que la falta de tiempo y la desidia propia al género humano, te han impedido entrar en los lugares donde florecían hasta el instante mismo en el que las estanterías se relajan para recibir, tan solo, el peso del polvo y del olvido.
No hace mucho que participé, quizá no como protagonista, pero sí como alguien que se pasea por el fondo y de forma silenciosa, en una de estas historias. Un desconocido atraído por el brillo de la última oportunidad. Hace tan solo unas pocas semanas, nos quedábamos por estos lares sin lo que se podría denominar como punto de referencia friki. Un local en el que el manga, el anime, cómics, etc., adquirían una relevancia que los hacía desembarazarse con éxito de la penumbra acostumbrada de librerías y trastiendas. Fantasía, rol, figuras de Star Wars… Y todo se esfumó, llevado por un céfiro sordo.
Fue como entrar en un lugar familiar que se descomponía. Un lugar en el que te hubiera gustado estar en más ocasiones que dedos tienes en una mano (las veces que, por desgracia, has estado realmente).
Me sentí acorralado por una extraña congoja. No fui consciente de lo que me ofrecía aquella tienda hasta que comenzó a desvanecerse bajo mis pies.
Escoltados por la desolación y la vergüenza, empujado por la solidaridad, no quisimos salir de allí sin nada en las manos, pasando por delante de un dependiente-gerente al que se le escapaba parte de su vida por entre los dedos, un reloj de arena roto cuyo contenido iba al sumidero. Nos dedicamos a estudiar sinopsis de contraportada de DVDs de Anime, mientras llenábamos hasta el borde la copa del deseo de llevarnos algo para engrosar nuestra ya de por sí demasiado abultada filmoteca familiar.
Así es cómo llegó a casa el título que voy a reseñar, “Spirit Of Wonder”, una serie de OVAs en un DVD que contiene tres capítulos, uno de los cuales, “El club de los jóvenes científicos”, está subdivido en dos.
Adaptaciones a la pantalla de los mangas del autor Kenji Tsurata, las historias parecen simples y lentas, pero terminan, en mi opinión, maravillándote. Con el planeta Marte siempre en el centro de las mentes de todos los protagonistas, salvo en un ocasión, nos bajamos del tren y ponemos los pies en el andén de un pueblecito inglés de finales de la década de 1950, donde se plasma una gran belleza visual, acompañada por una música que, no siendo de Oscar, encaja a la perfección.
En la primera historia nos unimos a un club de jóvenes científicos ya entrados en años. Sus integrantes pretenden, en el quincuagésimo aniversario de la fundación de su sociedad, materializar un sueño de infancia y que les empujó a estudiar ciencia: viajar a Marte. Con robos de piezas extravagantes, como el Globo de los canales del planeta rojo de Percival Lowell, y la ayuda de Windy, una científica que ha dejado los cálculos para convertirse en una más que paciente esposa, es posible que sorprendan a más de uno.
Las dos siguientes historias tiene por protagonista a Miss China, la dueña del restaurante chino Tenkai, ubicado en el mismo pueblecito. Este personaje aparece en todas las narraciones del DVD y no siempre vestida, como es de esperar en una producción nipona, lo cual resulta en no pocas ocasiones gratuito y fuera de lugar, del mismo modo que ciertas pizcas de humor puramente japonés que serían muy raras de observar en un europeo.
Las tramas son deliciosamente sorprendentes en su simplicidad y belleza estética, aunque bien es cierto que hay que esperar a ver todo el metraje para darse uno cuenta de la pequeña maravilla que tiene delante, aunque no obedezca siempre a las convencionales leyes de la física. El sabor que deja en el paladar es muy agradable, tanto como para no tener el inconveniente de darle de nuevo al botón de reproducir desde el principio una vez llegados a los títulos de crédito finales.
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