¡Qué nadie se excite! ¡No nos desplazaremos hacia el futuro! Lo haremos junto en sentido contrario y, durante unos cuantos segundos, nos veremos en 2009 y delante del televisor. Por aquel entonces, todos queríamos ser testigos del estreno de una serie que mucho prometía y que acabó siendo otro sonoro fracaso para Joseph Fiennes, quien los encadenaba uno tras otro. A pesar del interesante primer capítulo, pronto la desilusión se hizo presente en los rostros de los televidentes. No digamos ya en los foros. La ambiciosa trama no se encarrilaba. El mundo que, supuestamente, había creado ciento setenta y siete segundos de pérdida de consciencia global no era creíble y, además, ¿cómo era posible que el secundario tuviera una historia mejor que el protagonista principal? Para mí, estos ingredientes mal cocinados, junto a otros muchos más, fueron capitales en la caída en barrena que sufrió la producción. Capítulos que sufrían altibajos hasta la náusea tampoco hacían favor alguno.
En aquellos tiempos, MEDIASET, que emitía esta serie en abierto para España, quería rentabilizar la inversión al máximo sin preocuparse de analizar y valorar lo que se traía entre manos. Pretendió aprovechar el tirón de algo que se anunciaba como un éxito sin precedentes. Esa fue la razón que encontró para reeditar una novela de ciencia-ficción cuya autoría corresponde a Robert J. Sawyer, y en la que se basaban los guionistas americanos.
De idéntico título, los paralelismos decepcionantes entre la obra literaria y la televisiva son abundantes, aunque, es de reconocer, en la serie supieron darle un interés altísimo con detalles tales como que durante ese periodo de pérdida de consciencia las cámaras seguían grabando y capturaban a ciertos individuos “despiertos”. Esto hacía adivinar una especie de complot criminal o algo así. También supieron seguir las directrices de Steven Spielgbergh, colocando en vanguardia a agentes de la autoridad, FBI en este caso, al ser personas respetadas de forma generalizada.
La novela de Sawyer, hasta que Telecinco la sacó del cajón, tan solo contaba con una primera edición en nuestro país, allá por el lejano 2001, y, no creyendo que mi opinión sea muy diferente a la de la mayoría, es un auténtico peñazo. No es creíble el mundo caótico que se describe (al igual que en la serie de televisión) y resulta ridícula respecto a las visiones del futuro, a veintidós años vista. Posiblemente, lo más bochornoso sea esa obsesión por comenzar algunos capítulos con noticias. Quiere aportar “credibilidad”, pero obtiene justo lo contrario: los “teletipos” son en su mayoría estúpidos y casi siempre centrados en la quiebra de distintas compañías aseguradoras. Pero lo que se lleva la palma es que los responsables a priori del “Apagón”, el "Incidente" o el “Flashforward” (cada cual elija al gusto), Lloyd Simcoe y Theodosios Theo Procopides, científicos del CERN, son hasta aplaudidos a nivel mundial. Conociendo como conozco al género humano, dudo mucho que estos dos tíos que, por accidente, han causado la muerte de cientos de miles de personas, una vez que lo hacen público, reciban la siguiente respuesta: “No pasa nada. Al menos hemos visto el futuro. Aquí paz y, luego, gloria”. ¿Perdone? Eso no se lo cree Sawyer ni harto de grifo. Al menos los guionistas de la serie, quienes introdujeron de pasada el personaje de Simcoe, hicieron que éste sufriera un intento de asesinato en la misma conferencia de prensa en la que daba la noticia de su posible responsabilidad.
Como ya comenté antes, es una novela en la que la trama del secundario es más interesante. Procopides busca a su asesino. Simcoe, el principal, tan solo se preocupa de si en el futuro se divorciará de la mujer con la que comparte su vida en el “presente” .
En serio. Es un coñazo.
¡Ah, un consejo! Si alargáis el brazo para coger un ejemplar de esta novela y lo retiráis de su merecido sitio en una estantería olvidada y polvorienta, no os olvidéis de armaros de valor y de un diccionario “Dr. Sheldon Cooper-Penny”, porque no os enteraréis de la mitad del libro, que parece más un alarde de conocimiento científico del autor que un producto destinado al entretenimiento. Para nada es la obra que se describe fugazmente en la contraportada.
Tras haberla dejado aparcada en más de una ocasión (tres para ser exactos), costándome lo mío terminarla, y eso que sus dimensiones no abruman a nadie, la única satisfacción que me ha aportado esta novela, con la que creía que sabría el final de la serie cancelada, es que la adquirí en un rastrillo benéfico y que, con aquellos euros que dejé en la hucha, he ayudado a una buena causa.
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