Sin importar el año que sea, el mes de Agosto centra todas las miradas sobre el calendario y causa en mi persona el mismo y turbador efecto: El de empujarme casi a diario hasta las puertas de la biblioteca pública con el fin de llevarme a casa esos volúmenes que he acariciado con las yemas de mis dedos largo tiempo, pero que no me había atrevido a desalojar de sus huecos en las estanterías por la única y mezquina razón de carecer del suficiente tiempo para leer con tranquilidad. Y es que soy un lector de División Caracol: Lento, de pocas páginas al día a lo largo de once meses capeando el temporal laboral en mitad del océano de las Tempestades.
Este pasado Agosto de 2015, como si fuera un zahorí que no sabe muy bien dónde sienta el pie, me he dejado llevar hasta rincones olvidados, hasta aquellos puntos de un género que, para mí, está mal etiquetado como de Ciencia-ficción, pues es más bien un cajón desastre en el que hemos metido todos aquellos autores que no tienen cabida en aquellas líneas más ortodoxas. El primer nombre que he escogido de la lista es el de Ray Bradbury. Hacía eones que no disfrutaba de este autor “de ideas”, como gustaba calificarse, y que es uno de los puntales de ese cajón desastre que he mentado.
Crónicas marcianas la leí en mi etapa de bachiller y Fahrenheit 451 años más tarde; y en la biblioteca de mi localidad tan solo se me ofrecía la posibilidad de releer estas dos magníficas obras o tentar a la suerte con una recopilación de relatos sueltos, ridículamente exigua, que cuenta con tan solo cuatro títulos atesorados entre sus tapas. La mitad podría denominarse de ciencia-ficción en sí y la otra de fantasía, aunque encontramos, aquí y allá, pizquitas de terror, crítica social y filosofía.
El primer cuento lleva por título “La sabana” y es el más inquietante y oscuro de los reunidos por la editorial SM para esta ocasión. En el transcurso de su lectura se nos ofrece la visión del propio Bradbury acerca del terror al que nos puede llevar el abuso de lo que hemos bautizado de forma muy hortera como “nuevas tecnologías”. Aunque en el texto en sí y en los datos del libro no se nos indica con claridad y certeza el año de publicación (aunque presuponemos que es el de 1950), no por ello deja de ser espeluznante el advertir ciertos paralelismos con nuestra actual dependencia a los dispositivos que nos “hacen la vida más fácil”, principalmente vinculados a Internet y que nos han convertido en pececillos ante una minúscula pantalla a todo color que miramos embobados hasta diez veces a la hora según los últimos estudios. Una dependencia que sustituye a la conversación por líneas en una pantalla o a los mismos padres por una tablet (en esta ocasión, por una habitación de juegos muy particular).
El segundo relato está intitulado como “El otro pie” y aún no he encontrado su relación con el contenido del texto, pues abandonamos el planeta Tierra y nos paseamos bajo el sol marciano, por las calles de ciudades en las que tan solo habitan comunidades humanas de color que huyeron dos décadas atrás, olvidándose de los blancos y su maldita guerra nuclear. Las poblaciones han medrado en paz, hasta que un buen día algo trastoca la dulce tranquilidad: Se ha detectado un cohete procedente de la Tierra que pretende aterrizar en Marte.
Siendo que muchos pobladores de Marte despertarán sus recuerdos más funestos de su paso por la Tierra, en los que sufrían los efectos de la brutalidad y la segregación social, sabiéndose superiores en el nuevo mundo, pretenden cambiar las tornas con los blancos de la nave espacial. Pero la lectura final del relato será más positiva y reconciliadora, a pesar de (o gracias a) la descripción del holocausto nuclear.
El tercer cuento, que es el que da nombre a la recopilación, “La bruja de abril”, es, probablemente, uno de los más hermosos que he tenido la posibilidad de leer durante los últimos tiempos. Cecy es una bruja adolescente de Illinois que quiere enamorarse durante esa primavera, pero para conocer ese sentimiento y no caer en tentaciones que conlleven la pérdida de sus poderes, tendrá que ocupar la mente y el cuerpo de Ann, una chica mortal. La descripción de cómo viaja Cecy desde su habitación hasta lugares lejanos, en la vista de los pájaros, sobre el viento, por entre las espigas, o de los paisajes nocturnos es una delicada delicia.
El cuarto y último relato, “La sirena del faro”, es también una preciosa fábula, como la anterior, pero que se centra en el paso del Tiempo en la más absoluta soledad y, para ello, Bradbury se sirve de un imponente faro y de una no menos imponente bestia antediluviana, quizá el único ejemplar de su especie bajo la superficie del mar que aún queda con vida y que cree que ha encontrado a otro congénere tras milenios de oscuridad en las profundidades.
Terminar esta recopilación te hace sentir bien y mal. Es magnífico el pequeño conjunto de texto, pero la editorial podría haber realizado un esfuerzo mayor y haber reunido muchos más títulos, pues sabe a poco, muy poco.
La escritura que hallamos es muy característica, identificándose con Bradbury a la primera, a pesar de que se aprecie que entre las distintas sesiones de estar delante de la máquina de escribir han transcurrido varios años.
Editorial SM
Año 2009
Segunda edición
ISBN 978-84-675-3510-5
106 páginas
No hay comentarios:
Publicar un comentario