Título original: “STARGATE”. USA 1994. 135 Min. Género: Sci-Fi, aventuras, acción. Color. Director: Roland Emmerich. Interpretación: Kurt Russel (Col. O’Neil), James Spader (Dr. Jackson), Jade Davidson (Ra), Mili Avital (Sha’uri), Alexis Cruz (Skaara).
Cuando la pusieron el otro día por la noche en NEOX, no pude resistir la tentación de sentarme delante del televisor y volver a disfrutar de esta película. ¡Qué más da que la haya visionado en más de una decena de ocasiones! Si hasta fui al cine en su momento. Tenía 13 años. ¡Je! Vi el final, a través del ojo de buey de la puerta de acceso a la sala de proyecciones, antes de que terminara la anterior sesión y bromeé con que ya no quería entrar y que exigiría que me devolvieran la pasta...
La verdad es que esta producción de ciencia-ficción me obsesionó, no así la serie de TV que protagonizó el eterno MacGyver, la cual es bastante frustrante.
Es una película de la que guardé pósters y artículos (ahora perdidos) o me compré, tiempo después, la novela (que no la novelización, algo que se puso muy de moda en los ’90), que ampliaba un poco lo que ocurría. Pero también me empujó a escribir, como lo haría con “Seaquest” o “Parque Jurásico” (llámame friki y echa a correr). Al igual que con los dinosaurios, traté de realizar mi propia novelización de “Stargate” y, ciertamente, me estaba saliendo bastante bien. O eso recuerdo. Fue una chiquillada, pero ahí pareció germinar un poco la semilla, como hizo tiempo atrás, creyéndome capaz de ser escritor.
Curioso que mi inspiración fuese la ciencia-ficción y haya acabado escribiendo algo tan alejado a tal género...
El argumento de la película de Emmerich no puede ser más atractivo, tanto para críos como para adultos interesados en el Pasado y Egipto: en 1924, en Giza, un equipo de arqueólogos realiza un par de hallazgos espectaculares, comenzando por unas descomunales losas de protección que creen que sellan una tumba, pero que en realidad sepultan un extraño aro metálico de composición y destino desconocidos.
No me vais a negar que el momento en el que alzan la puerta estelar no sigue causando el mismo efecto, ¿no?
De ahí, damos un nada despreciable salto temporal de 70 años para encontrarnos con el simpático y ridiculizado Dr. Daniel Jackson, que tendrá la oportunidad de estudiar las losas que, por caprichos del destino, están en poder de la USAF. ¿Quién sabe por qué?... ¿Botín de guerra? No queda claro, aunque la hija del descubridor está allí. ¿Ya sabían que era una puerta estelar desde un principio? Preguntas que te llevan a si sólo contrataron a Jackson para que descubriera todo él solito y sin ayuda como prueba, incluso el símbolo del punto de partida. Es obvio que sabían que era un objeto de teletransporte en la siguiente escena, tras la exposición de Jackson. ¿Fallo de guión?
La apertura del portal sigue estando entre los hitos de los efectos informáticos, así como las máscaras de Horus, Anubis y Ra, en una película en la que aún se usaban maquetas y muñecos animatrónicos que, confieso, me gustan más que al abuso actual del teclado y ratón.
Recuerdo un artículo de… ¿”Cinemanía”? No lo recuerdo bien... Eso sí, era bastante crítico con esta producción, sobre todo en el aspecto de la intervención militar estadounidense para “libertar pueblos.” Se reía de que mandaran a un grupo de 8 “sanos” y de todo lo relacionado con ellos, ya que el director tenía el propósito de presentar una imagen idílica de la intervención americana en países subdesarrollados donde no saben ni chuparse el dedo hasta que llegan ellos tras descubrirse todo el pastel. Aunque claro, el articulista éste pensaría que para esa misión se limitaría la USAF a mandar a Jackson y a los otros dos empollones para charlar con los habitantes del otro lado, cuando había serias dudas sobre las potenciales amenazas de una civilización tecnológicamente superior que pusiese en serio peligro nuestro planeta (a la serie me remito).
Bueno, pues sí, un poco de ese mensaje libertador barato hay, al igual que varios momentos friki-yankis que, en frío, algunos no lo son, como es cuando Jackson ofrece una chocolatina para congraciarse con el jefe de la ciudad de Nagara. No es una estupidez, aunque lo suene, porque históricamente el intercambio de comida ha sido un lazo de unión entre culturas que no tienen la lengua en común.
La verdad es que la película decae en varios puntos como la denominada intervención militar prolibertad (y quizá fundar una colonia), siendo que los mejores son los relacionados con Jackson y Ra.
La cuestión es que, a día de hoy, a mí me sigue molando este filme, que debe mucho a la teoría de los “antiguos astronautas.” Si alguien me preguntase sobre dicha idea o teoría, le contestaría que estoy convencido de la visita de entidades superiores a este planeta, pero que no todo lo “raro” o los Ooparts que hay diseminados por museos son de procedencia alienígena. Considero la posible existencia de una Humanidad anterior (antediluviana) bastante desarrollada.
La película sigue pudiéndose ver y mantiene el interés a pesar de sus deficiencias. Por supuesto, para la chavalería actual no es adecuada porque salen muñecos animatrónicos (algunos critican el CGI de “El Señor de los Anillos”... ¡Qué coño sabrán!).
Por su lado, Emmerich pudo haber abusado menos del canto pro-USA y salvapatrias, algo común en sus producciones, y pudo haber escrito algo más interesante que rebeliones de liberación de una panda de paletos.
Tratando el tema de los actores, Kurt Russell da muy bien el pego de coronel duro y disciplinado en una misión suicida (nada que ver con el O’Neill de Richard Dean Anderson), aunque quizá un poco “muro de ladrillo” y acartonado. Por su parte, David Spade, perfecto como empollón (pero que ponía... (ejem) al 99% del público femenino que acudió al cine), hizo un papel en el que sus hijos podrían ir a verle a actuar (“Sexo, mentiras y cintas de video” o “Crash” no son aptas para menores). Aunque el que se puede llevar la palma es el actor que interpretó a Ra, que responde al nombre de Jaye Davidson, y que logró el papel al alcanzar fama mundial con la anterior película, interpretando a un travesti (“The Crying Game”). Gracias a sus delicados rasgos, creaba una turbadora imagen gracias a la crudeza extrema de la que hacía gala, sobre todo con el añadido de los ojos y su voz.
Llegados a este párrafo, miro hacia arriba y me quedo atónito por todo lo que he escrito. No sé si con mucho criterio, propio de un fan. Parece mentira, pero esta cinta sigue inspirándome...
¡Una saludo para mis primos de más allá de Orión!
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