Elíjase el término que más guste. ¡No sea tímido!
Yo, en particular, no sé con cual quedarme de entre todos esos sinónimos para describir el estado de shock en el que me encuentro tras ser testigo directo, junto a millones de personas y desde el otro lado de la pantalla del televisor, el periódico o la web de noticias, del caso de prevaricación más flagrante de la historia reciente de este país.
No me gusta hablar de política, pero es que en algunos momentos todo se torna más propio de un cuadro pesadillesco de El Greco.
Y para que se vea que no estoy diciendo algo fuera de contexto, tan solo pongo la definición de prevaricación que da la RAE y cierto artículo muy interesante del Código Penal:
«1. f. Der. Delito consistente en dictar a sabiendas una resolución injusta una autoridad, un juez o un funcionario».
Artículo 404
«A la autoridad o funcionario público que, a sabiendas de su injusticia, dictare una resolución arbitraria en un asunto administrativo se le castigará con la pena de inhabilitación especial para empleo o cargo público por tiempo de siete a diez años».
Es que ya ni tienen la mínima decencia de actuar alevosamente amparados en la “nocturnidad”. Es que lo hacen a plena luz del día, delante de las narices de todo hijo de vecino; es decir, delante de esos mentecatos que cumplimos con las reglas de algo mal llamado “sociedad del bienestar”. Creo que el tema no necesita mayor presentación que el traer a estas líneas a la señora Elena Cortés, consejera de Fomento y Vivienda de la Junta de Andalucía, y a unos cuantos señores y señoras de cierta utopía paleta que, por haber estado dos días abriendo la boca delante de las cámaras, han conseguido sin cumplir los requisitos mínimos (es que muchos ni se habían apuntado si quiera) una serie de viviendas protegidas muy por delante de miles de familias en peores condiciones y en evidente peligro de exclusión social (obviamente, estas últimas no debían ser muy amigas de la consejera ya que ¿quién sabe a qué partido votarán esos pringados?).
“Una solución para la gente”, o algo así ha baboseado algún que otro defensor del proletariado siempre que esa gente sea la que le vote a él; un “buen samaritano” que legitima un acto flagrante de prevaricación y, además, de insulto nacional hacia la honestidad; un paso más para hundirnos en el fango social muy por encima de las rodillas, donde la cigarra hace y deshace disfrazándose de hormiguita. Así, los bobos trabajan, pagan impuestos y se callan para que la ralea de pícaros-sinvergüenzas-chupasangres en proliferación se parta el culo, literalmente, delante de la jeta de todos.
Qué voy a decir yo… Si lo veo todos los días: personas que afirman que el Estado del Bienestar es su feudo caciquista donde ellas tienen todos los derechos a recibir y los demás la obligación moral, legal y “solidaria” de dar, dar y dar y, sobre todo, callar. Poco o nada importa que sus “quejas” sean reales o no, fundadas o infundadas (de todos modos, siempre las exageran hasta límites ofensivos). Simplemente defienden “sus derechos” y no dudarán en emplear unas técnicas propias de la ley de la Jungla o de Mad Max para imponerse sobre los derechos de los demás (esos que “huelen a mierda” por dar el callo).
Yo, personalmente y en caliente, si fuera integrante de alguna de esas 12.000 familias sevillanas que han visto cómo unos espabilados se han colado delante de ellas, sin tener menores ni mayores a su cargo, etc., lo tendría claro: me habría plantado ya delante de la Consejería para prenderla fuego y, luego, me metería a la fuerza en la casa (a buen seguro que bien lujosa) de la señora Cortés y viviría, mientras pudiera, a cuerpo de rey en plan okupa de corralito utópico, hasta que a la honesta y preocupada consejera rojilla de lengua defensora de “los míos” se le calentasen los huevos lo suficiente como para mandar a las fuerzas del Estado represor fascista a “hacer cumplir la ley” y echarme a ostias del hogar al que ella tiene derecho constitucional.
Pero esto me supondría demasiado esfuerzo y, a buen seguro, solo obtendría como fruto el tener techo y tres comidas calientes al día en un centro penitenciario.
No estando en tal situación y en frío, solo me queda dar un consejo: ríase de los demás, de esos estúpidos honestos y bobos; no deje de desternillarse delante mí, de todos; sea un puñetero sinvergüenza, que está de moda, y viva de puta madre. No se preocupe por nada. Destierre todo sentimiento de culpa porque está en “su derecho”. ¿Qué más da lo que les pase a otros? ¿Su problema no es la vivienda sino que quiere un transplante y está el último de la fila? Fácil, abra la boca en plan buzón mientras se pega el carnet del partido en la frente y verá qué bien. Si uno se muere por “prestarle el sitio” pues que se joda; si otro se queda viviendo en la mierda, también.
“No problemo, baby”, si tiene la afiliación correcta, sobre todo en Andalucía, nadie le dirá nada y si alguien se atreviera, tan solo tiene que devolverle la pelota. ¿Cómo? Muy fácil: arrímele la jeta a dos centímetros de distancia y espétele un sonoro “eres un fascista”.
Lo lamentable es lo que algunos pueden llegar a hacer por conservar el sillón en el mayor, más divertido y próspero circo de payasos de Europa; uno que haría hasta enrojecer los mofletes al mismo don Francisco de Quevedo.
Joder, es que si, en última instancia, le hubieran dado vivienda a estos “corralos” y al resto de las 12.000 familias, pues igual me callaba; pero no ha sido así.
¡Que viva el Comunismo de lo mío pa’ mí y lo tuyo también! ¡Qué viva! ¡Qué viva!
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