En muy pocas ocasiones se han debido cruzar en la misma frase los términos Ciencia y Diversión. Aunque sea pura arrogancia por mi parte, sé que no veré en ninguno de vuestros rostros gesto alguno que me contradiga. Pero siempre es posible, por muy improbable que sea, hallar una ave raris pululando por el cielo literario, y qué mejor que ésta sea hija legítima de un autor como Arthur C. Clarke.
La taberna del Ciervo Blanco, que parece que fue real, al menos en su mundo interior aunque seguramente que con otro nombre, fue un digno y esquivo establecimiento donde dedicarse a cuerpo y alma, según palabra del propio Clarke, al noble arte de beber mientras los parroquianos (científicos, editores y escritores de ciencia-ficción) discutían acaloradamente sobre lo humano y lo divino, siempre y cuando el tema fuera respetuoso con las leyes físicas.
Clarke se presenta como cronista de los avatares que se vivieron en dicha taberna de pobre iluminación, de paredes forradas de madera y de cerveza y licores fuertes mezclados con tabaco de liar. Pero los cuentos que Clarke trascribe no son otros que las historias que un engreído e imaginativo parroquiano, mentiroso compulsivo o discreto divulgador de secretos que respondía al nombre de Harry Purvis, narraba cada noche de miércoles ante un auditorio de escépticos pero entregados seguidores.
Historias variopintas en las que un fino sentido del humor, en ocasiones negro y en otros de tronchante ironía, era el nexo común y que contenían ingredientes tan exóticos como pócimas contra los ronquidos que tenían como efecto secundario el no necesitar dormir nunca más, explosiones de alambiques que se demuestran ante un tribunal como una investigación artificiera contra invasores nazis, accidentes nucleares que no son tanto, plantas carnívoras cobardes, grabadoras de relaciones sexuales, máquinas que fabrican silencio o incluso computadoras militares irrespetuosas con los altos mandos.
Todas estas y unas cuantas más son literalmente trascritas o resumidas por Clarke en un pequeño volumen imprescindible para los seguidores de este autor-científico, pero también para aquellos que se quieren pasar un buen rato con unos relucientes cuentos breves relatados por un charlatán de jarra de cerveza en ristre.
Una de las grandes virtudes de Clarke es que nos traslada físicamente a ese Ciervo Blanco, real o imaginario, y nos hace participar como público de las anécdotas que Purvis da rienda suelta tanto como para quedarse con nosotros, dejarnos sin palabras, hacernos reír a mandíbula batiente o mandarle a la porra por mentiroso. Y lo hace con sencillez y naturalidad, algo a lo que dan punto sus últimas líneas, deseando que Purvis (quien al finalizar su última intervención fue cazado por su mujer y sacado a rastras del bar, cogido por la oreja, para no vérsele el pelo nunca más) regrese al acogedor hogar que es la barra servida por el tabernero Drew. En esos últimos segundos de lectura, Clarke lanza un desesperado grito escrito para que Purvis encuentre de nuevo a sus amigos del Ciervo Blanco, ahora reunidos en otra taberna pero con mismo dueño: La Esfera.
Cuando termines de leer esa última página, te unirás, sin duda, al ruego.
Tales from the White Heart
Alianza Editorial. Madrid.
2006. Primera reimpresión de la primera edición en Área de conocimiento Literatura (2002).
185 páginas
ISBN: 84-206-7293-9
No hay comentarios:
Publicar un comentario