miércoles, enero 30, 2013

De niños bonitos, futbol y la vida



Hace ya unos cuantos días que hemos visto cómo a Leo Messi le han concedido (otra vez) el dichoso Balón de Oro, en detrimento de Andrés Iniesta (del otro prefiero ni mentar una sola palabra). No soy muy dado al futbol de unos años para acá y el último partido que he visto fue cuando se ganó la tercera Eurocopa; pero es una empresa del todo imposible el verse ajeno y no ver tu vida coaccionada por el “deporte rey”. Esto lo puede corroborar cualquiera.

Por supuesto, en este artículo no me voy a molestar lo más mínimo en discutir si Mengano o Futano se lo merecía más que el otro, o el curioso estilismo del ganador. No. Así que el que se ha visto con el pecho henchido de ira por la razón que sea y que sólo entiende él, que se nos tranquilice.

La diferencia que había este año en el Balón de Oro es que parecía que era posible que hubiera alguien más que Messi o C. Ronaldo. Hubo voces de “Y, ¿por qué no Casillas?” Ahí estaba Iniesta para probarlo. A lo que yo podría sumar otros nombres de tipos que para nada juegan en una marcación de delantero. Todo esto me ha llevado a divagar y a perder el tiempo, llegando a la conclusión de que estos premios de la FIFA, que más bien parecen recompensar al que más camisetas vende, tiene su claro reflejo en la vida.

Sin discutir la calidad del premiado y del “Triste” para marcar goles, ¿qué pasa con los demás? ¿Es que ya tenemos en la cabeza que un equipo gana por que haya un “iluminado” que empuja un balón contra la red? ¿Qué pasa con aquellos que están detrás y que elevan el esférico hasta la portería contraria? ¿Qué pasa con aquellos que frenan a los delanteros y que paran sus disparos a puerta? ¿Es que acaso no hacen nada?

Estas cuestiones no son una asnada y, si no, que cualquiera acuda a la prensa “deportiva” (sí, entre comillas) cuando alguno de estos cracks pincha y se lesiona. Viene la Hecatombe. La Crisis. Como si, faltando ellos los demás fueran una panda de inútiles que no saben ni llevarse el dedo a la nariz para sacarse los mocos.

Y otro tanto se da en la vida real, entre yo y vosotros. Negarlo es faltar a la verdad.

Ocultos, tras ese “Golden boy”, bronceado, atlético y metrosexual, que queda bien ante todos y que se lleva los méritos por que otros, atrás, en la sombra, esos “que no hacemos nada”, fundan los cimientos. De esos que más bien “estorbamos” la labor del amado e ilustre líder. Vamos, ¿quién no se ha sentido así habiendo currado en la oscuridad de sótanos, salas de máquinas y entre polvorientos libros, además de delante de pantallas de ordenador (“para sólo jugar, seguro” esa frase también es famosa)? Y luego, después de todo ese esfuerzo, viene ese tipo delantero, le llega el asunto a los pies y se lleva los aplausos y el reconocimiento por, como he escuchado esta mañana, “llevar el plato a la mesa”. Ese que realiza una labor equivalente al 1% y se lleva a los bolsillos el 99%.

Uno de nuestros mayores enemigos es no dar el valor que se merece nuestro trabajo, pero también resulta ser algo propio a nuestra malsana sociedad este concepto de ensalzar y elevar a los altares a esos que, al final, no son más que la punta de un iceberg y que, igual, aún faltando ellos no habría cambiado el resultado final.

No consideramos un trabajo lo que hacen nuestras madres en casa, como tampoco aquellas personas que, escoba en mano, limpian las apestosas avenidas cada mañana o que se molestan en cambiar las bombillas fundidas de las farolas. Tampoco a aquellas otras que en oficinas ven cómo su trabajo es considerado como de escasa importancia y hay quien cree que sólo se dedican a pasar escritos de a mano a máquina y mirar al techo.

Es algo tan simple… Pero si falta el sargento de máquinas, lo más seguro es que el patrullero no vaya muy lejos por mucho que esté el comandante sentadito en el puente, o que una empresa normal funcione en condiciones (vamos, es que ni podemos hablar de que funcione) si la persona que se encarga de tareas administrativas (ese puesto que parece sólo destinado a los parias) está ausente. Podría dar ejemplos para aburrir.

A fin de cuentas, somos el gran montón de gente normal, corriente y moliente, de centros, defensores y porteros que nos llevamos las hostias para que el niño favorito marque gol porque le ha tocado en suerte.

Pero claro, no debemos generalizar y cada uno que vaya a su caso concreto.

Si hasta mantenemos esa ridícula y horrible discriminación laboral referida a los trabajos no cualificados… ¿Acaso los que crearon tal “categoría”, esos que “ni entienden ni quieren entender”, tienen el real conocimiento de lo que se hace en esos puestos cuando ellos no saben ni cambiar unos plomos?

Lo grave es que a esas personas que están por debajo del “golden boy”, entre las que nos encuadramos la mayoría, nos cuesta mucho que la gente nos tome en serio, aunque, en realidad, seamos lo mismo que ese niño adorado del 1% o, incluso, más.

¿Qué hacer? ¿Rebelarnos? Pero, ¿para qué? ¿Es que acaso dudamos aún de quién triunfa en este país? 

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