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Navegando por el Mar de Papel Moneda, y otros mares... (Sailing at Sea of Banknotes, and others seas...)
Nacido en 1841 en la localidad irlandesa de Liscannor, condado de Clare, y bautizado con el nombre de Seán Pilib Ó Huallacháin, desde joven mostró cierta inclinación por la cuestión nacionalista de Irlanda y esperanza con que la ansiada liberación podría producirse durante la década de 1860, una vez finalizada la guerra de Secesión norteamericana, por parte de unidades de veteranos irlandeses que podrían cruzar el Atlántico bajo el estandarte de las barras y las estrellas y combatir al Reino Unido en caso de que las relaciones diplomáticas entre Washington y Londres siguieran deteriorándose por culpa del affaire conocido como “Alabama Claims”.
Holland también tenía claro el problema que supondría el indiscutible dominio naval británico para los buques norteamericanos de transporte de tropas, por lo que entendió que había que buscar remedio para el caso de que la ocasión se presentara. Así es como empezó a estudiar y experimentar con submarinos en 1862.
Una década después, en 1873, Holland emigró a Paterson, Nueva Jersey, con el empleo de profesor de escuela, siendo que continuó con su privada obsesión en sus horas libres, construyendo y botando en 1875 el Holland No. 1, un ingenio con forma de cigarro de 16 pies (4,88 m.) de eslora y dos pies (0,60 m.) de manga, especialmente diseñado para colocarse bajo la quilla del navío enemigo y cargando un torpedo. Esta primera criatura seguía parte de las directrices del fracasado Turtle de David Bushnell (1775), empleando agua como lastre y una propulsión humana; otros elementos recordaban bastante a los trabajos de Alvary Templo (1826).
En 1877 se botó el Holland No. 2, dotado de innovaciones tales como doble casco y un motor de petróleo de cuatro caballos de fuerza. Las pruebas realizadas con este segundo navío le sirvieron al inventor para determinar la mejor posición del timón, pero acumuló accidentes y este No. 2 acabó naufragando y desapareciendo bajo las aguas del río Passaic, vía donde Holland probaría todos sus ingenios.
Es por estos años cuando Holland retomó contacto con las corrientes ideológicas nacionalistas irlandesas, a través de la organización secreta de la Hermandad Feniana, ante cuyos miembros expuso su proyecto con la intención de obtener fondos, pero diversas disputas internas llevó a que el ingenio acabase en un almacén. Por si fuera poco, las aguas se calmaron entre los EEUU y el Imperio británico, llevando al abatimiento de la causa republicana y nacionalista irlandesa en América.
La Marina de guerra de los EEUU mostró entonces cierto interés en los desvelos de Holland en los tiempos en los que el proyecto rondó las salas de la Hermandad Feniana, como es el hecho de que el almirante Philip Hichborn, jefe de ingeniería naval, destacara ciertos puntos técnicos de los Holland No. 1 y No. 2, como era su capacidad de inmersión y emersión en plano horizontal, empleando el motor de petróleo para controlar el lastre. Aunque los dos navíos podrían considerarse como un fracaso, no lo era el hecho de que, para Hichborn, Holland había dado con los principios básicos aplicables a la navegación submarina.
En 1888, el secretario de Marina William Collins Whitney se convenció de la necesidad de alentar cuantas más investigaciones en navegación submarina mejor (como otros entenderían en la siguiente década con la navegación aérea), por lo que convocó un concurso al que concurrieron los diseños de Holland y de Nordenfeldt, siendo los del irlandés los vencedores; sin embargo, la Administración cambió de color y dejó de interesarle esta novedosa experimentación, por lo que Holland siguió hacia adelante a costa de su patrimonio y del de amigos y parientes, hasta que apostó fuerte constituyendo la Holland Torpedo-boat Company y el Congreso de los EEUU convocó en 1893 otro nuevo concurso que también ganó.
Bajo el ala del Tío Sam, Holland inició la construcción del Plunger, un novedoso navío que se propulsaba por la fuerza del vapor en superficie y mediante baterías eléctricas en inmersión (sistema doble ya empleado en 1863 en Alabama). Botado en 1897, este navío nunca fue completado ni entregado por los defectos constructivos y de diseño de los que adolecía.
El Holland No. 9 fue adquirido el 11 de abril de 1900 por el Gobierno de los EEUU por el importe de 150.000 $, lo cual no cubría los costes, que se cifraron en 236.615,43 $. Ya como USS Holland, entró en servicio el 13 de octubre de 1900, bajo el mando del teniente de navío Harry H. Caldwell. Se lo dotó de un motor de gasolina de cincuenta caballos de fuerza, alcanzando un radio de acción de 1.500 millas náuticas (2.778 km.) a una velocidad de siete nudos (12 km./h.) en superficie; bajo las aguas se impulsaba por baterías eléctricas, siendo que Holland se las ingenió para que ambos sistemas funcionasen sin problema aparente.
Curiosamente, el USS Holland carecía de periscopio por considerarse un instrumento aún necesitado de perfeccionamiento, por lo que fijar el blanco era harto complicado, necesitando primero determinarse en superficie y sumergirse al de unos segundos. Para la época no suponía mayor problema, más si cabe porque, durante los ejercicios navales de 1900, los vigías de los dos blancos, Kearsarge y New York, no llegaron a detectar el navío submarino.
El 25 de agosto de 1900, la Holland Torpedo-boat Company recibió el encargo del Gobierno federal de construir otros seis navíos submarinos y, lo que me llama poderosamente la atención por el pasado nacionalista de Holland, es que ese mismo año, aunque no se hiciera público hasta 1901, el Almirantazgo británico, a través de la Vickers y la Maxim, ordenó la adquisición de otros cinco buques de la misma clase. El mundo entero mostraba su interés por la patente de Holland, pagando con gusto el precio económico reclamado, como fue el caso de Japón (otros cinco) y Alemania.
Holland se retiró de la dirección de la Holland Torpedo-boat Company en 1904 y falleció en Newark el 12 de agosto de 1914 tras toda una vida empeñada en desentrañar el misterio de la navegación submarina, haciendo fortuna de paso.
Este febrero lo he dedicado a hablar de Alonso de Ercilla, un hombre destacado del linaje más renombrado de la villa en la que crecí, así como a la doctrina del cancelacionismo en mi columna de opinión. Por supuesto, ha habido sitio para las reseñas, que las hay para todos los gustos: fantasía, ciencia ficción, bélico, etc.
¡Que os sea de provecho!
Artículos
—Alonso de Ercilla, gentilhombre de Felipe II y autor de «La Araucana» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2021/02/alonso-de-ercilla-gentilhombre-de.html
Reflexiones a la luz de la bitácora (opinión)
—Ver, oír y callar https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2021/02/ver-oir-y-callar.html
Reseñas
—Reseña a la novela «Harry Potter y el prisionero de Azkaban» https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-literatura-resena-harry.html
—Reseña a la película «Naves misteriosas» (1972) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-cine-resena-naves-misteriosas.html
—Reseña al cómic «La Aguja», de Simon Spurrier, Jeff Stokely y André May https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-comic-resena-al-comic-la.html
—Reseña a la película «Platoon» (1986), de Oliver Stone https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-cine-resena-platoon.html
—Reseña a «Hacer cómics: secretos narrativos del cómic, el manga y la novela gráfica», de Scott McCloud https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-ensayo-resena-hacer-comics.html
—Reseña a la película «Érase una vez en Hollywood» (2019) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-cine-resena-la-pelicula.html
—Reseña al recopilatorio de relatos «Bajo dos banderas. Relatos de España en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos» (2018) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-literatura-resena-bajo-dos.html
—Reseña a la película «El despertar de la Fuerza», Episodio VII de Star Wars (2015) https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2021/02/guardia-de-cine-resena-el-despertar-de.html
Un arranque a una nueva trilogía que anunciaba a la perfección el poso de decepción que nos dejaría
El avance promocional de la película «El despertar de la Fuerza» nos dejó sin aliento (otro tanto sucedió, en su día, con el de «La amenaza fantasma» y la decepción fue mayúscula, aunque, eso sí, el Episodio I ha ido ganando prestancia con el paso de los años). Valía la pena darle al replay un millón de veces para que esos contados segundos bien montados nos dejaran boquiabiertos con las maniobras del Halcón Milenario perseguido por varios cazas TIE entre los pecios de una flota estelar; incluso para ver de refilón al gran Chewbacca (sigue leyendo)
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ZENDA-Ruritania Editores SL Primera edición: abril de 2018 Depósito legal: A 131-2018 203 páginas (incluyendo hitos históricos del conflicto y bio- grafía de los autores) |
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Título original: «Making comics. Storytelling secrets of comics, manga and graphic novels» ASTIBERRI, Bilbao Primera edición: septiembre de 2007 ISBN: 978-84-96815-14-8 26 páginas |
Muchos han sido los autores que han intentado “el asalto a la fortaleza” desde que el cómic se popularizó. Algunos lo hicieron guiados por la honesta intención de abrir las puertas a otros más tímidos que dudaban a la hora de ponerse frente a la hoja en blanco; otros, por presumir de conocimientos, pero la mayoría, quizá el 99,99%, se limitaron con publicar sus notas, debidamente reunidas y encuadernadas, en las que era fácil perderse ante la profusión lenta de palabras. Un medio dinámico ha de ser explicado de un modo dinámico, cosa que no es fácil de entender cuando se trata de ensayos.
Scott McCloud, dentro de ese 0,01%, triunfó donde otros mellaron sus espadas. Este «Hacer cómics» es un ensayo a corazón abierto, escrito y dibujado tras dos décadas de experiencia en el sector que le otorgan a McCloud el título legítimo de guía del desfiladero maldito al que se enfrenta con una genial obviedad: hablar de los secretos del cómic a través de un cómic, y es que «Hacer cómics» lo componen 264 páginas profusamente ilustradas, con algún corto apartado de notas y ejercicios, que desgranan cada paso, desde ir creando una historia en viñetas desde la nada.
Finalizada la lectura de «Hacer cómics» puedo afirmar que muchas cosas de las que McCloud trata ya las conocía por mi labor de escritor y guionista, como reducir el número de imágenes y texto al mínimo comprensible, sin pecar de excesos invalidantes que solo aportan farragosidad, lentitud y falta de claridad. Otras cosas las debía saber o intuir, pero nunca había reparado en ellas, como es el flujo… Con todo ello, me ha gustado mucho que McCloud no trate de cerrar caminos a nadie; para él no existen formas erróneas de componer, solo diferentes; otra cosa es que el aspirante en ciernes quiera hacerle todo el caso o prefiera saltarse algunos pasos, costumbre muy arraigada en mi persona que, luego, me hace perder más tiempo (sigue leyendo)
«Ver, oír y callar» parece ser el mejor consejo que te pueden dar hoy, el mejor cuento a aplicar, si no, que se lo pregunten a la luchadora y actriz Gina Carano, quien interpretaba a la saltadora rebelde Cara Dune en «The Mandalorian» y que ha sido despedida y vetada de la franquicia Star Wars por haber estado vertiendo opiniones de esas llamadas políticamente incorrectas, tras sufrir una campaña de acoso y derribo en RRSS con el hashtag #FireGinaCarano.
Tras leer la noticia, en esa sección tan sobrante que es la de comentarios, tras haber jugado con la barra de desplazamiento de la ventana del navegador de Internet a modo de palanca de tragaperras, me fijé en una nota firmada por alguien cuyo nombre preferí no conservar que me impactó más que todo lo anterior: “Qué pena. Ha arruinado su carrera por no estar callada”. Solo faltaba haber puesto un “Calladita estás más guapa” y, así, se cerraría el asunto con un broche de oro.
Siendo que está de por medio la Disney, podría haberme puesto a divagar sobre el revisionismo idiotizante que llega a afectar a los Aristogatos a o a Dumbo, películas que vi de niño y por las que no he salido un neonazi que quema cruces en el patio de atrás. Provoca poca risa que a nuestros hijos les resulte más fácil descargar porno duro que ver una película infantil de dibujos animados en su tablet porque algún enfermo se inventa lo que “hay” entre líneas.
Quizá otro día.
Pero, ¿qué dijo Carano para armar tanto ruido? Dijo muchas cosas, unas pocas acertadas y otras no. Se mofó de cierto detalle en RRSS sobre una cuestión transgénero, por desconocimiento y pidió perdón, y siguió hacia adelante. Pero la gota que colmó el vaso (o la excusa perfecta para deshacerse de ella) fue que se manifestara a favor de la teoría de la conspiración trumpista de que las elecciones de 2020 han sido un fraude orquestado por los Demócratas, que habrían manipulado el sistema de voto por correo: que si había que parar el conteo, filmarlo, etc. Donald Trump es, para mí, el hombre más peligroso que se haya podido sentar jamás en el Despacho Oval; ríete tú de Greg Stillson en «La zona muerta»; pero cada uno tiene su opinión y debería ser libre de exponerla sin temer a las represalias, en teoría.
Sin embargo, para este post mío quiero copiar y pegar una de las primeras manifestaciones, supuestamente controvertidas de Carano, que he encontrado traducida al castellano en Infobae.com: “Los judíos fueron golpeados en las calles, no por los soldados nazis, sino por sus vecinos… incluso por niños. Debido a que la historia se edita, la mayoría de la gente hoy en día no se da cuenta de que para llegar al punto en que los soldados nazis pudieran arrestar fácilmente a miles de judíos, el Gobierno primero hizo que sus propios vecinos los odiaran simplemente por ser judíos. ¿En qué se diferencia eso de odiar a alguien por sus opiniones políticas?”
¿Qué decís vosotros que veis y oís como yo? Yo no leo aquí ninguna barbaridad, más bien, una verdad incómoda.
Comentando el asunto del despido de Carano con un colega, no pude más que recuperar estas tres acciones fusionadas en una corta frase. «Ver, oír y callar» era la regla tácita que aprendimos pronto a hacer nuestra aquellos que, aunque naciéramos al norte del Árbol Malato, vivimos y crecimos en los Años de Plomo en Euskadi, cuando la ETA tenía la máquina de picar carne en función turbo, ya fuera como maketos, coreanos, txakurrak o, parece que peor, hijos de aquellos mismos. Era una consigna para poder vivir “tranquilo” (y lo sigue siendo a fecha de hoy, por mucho que quieran echar capas de polvo de maquillaje encima).
Pura supervivencia: miradas al suelo, nudillos blanqueados y labios sellados, incluso ante los más cobardes de todos: aquellos que comulgaban con la idea supremacista vasca, pero que no pasaban a traspasar la línea de someter y humillar de lengua.
Tanto yo como mi compadre, ambos vascos, coincidimos en lo acertado de mi comparativa histórica y es que la situación a la que hemos llegado se puede asimilar con la vida a la sombra del terrorismo. Un ejemplo muy claro y global de lo que quiero decir lo tenemos con el día después del 11 de septiembre de 2001, cuando el pánico saturó los EEUU y el mundo porque el nuevo enemigo no tenía bandera, uniforme ni rostro; y la nueva y violentísima Inquisición actual ha nacido de los troncos apilados que consume el fuego de conceptos jurídicos tan indeterminados como la libertad de expresión frente a la censura que siempre estuvo personificada en el Estado, la Iglesia, las fuerzas vivas locales… Una Inquisición que no tiene cara ni número fijo; cualquiera puede ser denunciante, general cazabrujas, juez, Torquemada, verdugo y comentarista de gallinero, dando lo mismo que sean peones dirigidos en una campaña o guerra sin cuartel de desprestigio. Estamos sometidos a una represión ideológica brutal a través de unos medios que habían nacido con la intención, quién sabe si falsa desde la fuente, de hacernos libres. Todos los días son buenos para otra Noche de los Cristales Rotos. O estás con la corriente o no lo estás, y ya sabemos lo que les pasó a los Neandertales por no estar en sintonía con los Sapiens.
Ahora vegetamos ante el peligro de dar motivos para que nos planten la boca del cañón de una 9 mm. Parabellum social en la nuca. Ya sabéis: se combate y no se razona, pues el nazismo social no pierde el tiempo en convencer con medios que no sean el esputo peyorativo, como tampoco en disimular uniformes e insignias.
«Ver, oír y callar» y el Mal se revuelve victorioso. Encima, son días en los que algunos payasos hacen carreras por los pasillos del Congreso de los diputados para recibir la medalla de oro en la categoría de presentar en el registro la “mejor” propuesta para despenalizar ciertos delitos y “fomentar” la libertad de expresión, todo sea para que patanes sin talento alguno, como Pablo Hasel, instrumentos del futurible sistema totalitario y represivo en formación, sigan a lo suyo, preparándose para un golpe a dos manos. Los mismos que se les llena la boca con “democracia” y “libertad”, son justo aquellos que te dan una palmadita a la espalda, a la espera de poder darte un par de hostias bien dadas.
Y es que el fascismo será llamado antifascismo, como dijo aquel.
Considero que un profesional, más si es reconocido, debería dedicar su perfil público a cuestiones que le afecten profesionalmente y por las que le pagan; no por manifestarse en extremos que ya rayan el puro exhibicionismo personal, pero yo no soy quién para imponer nada.
Como sabéis, hace ya meses que abandoné las RRSS y, desde entonces, vivo más sosegado. Sin embargo, todas esas purulencias hace también un rato que saltaron de la Red a la interacción social de carne y hueso. Es una guerra civil sin bandos ciertos ni bombas; solo de acusaciones cruzadas; de carroñeros y hienas sonrientes.
Ya sabéis, «ver, oír y callar», aunque yo seguiré hablando desde este rinconcito en el que aún puedo ser libre, quizá porque no pasáis de unas decenas aquellos que leéis estas Reflexiones a la luz de la bitácora.