miércoles, diciembre 19, 2018

Fin y resumen

Poco o nada puedo añadir a este post con el que es mi intención cerrar este año 2018, uno de los que menos producción ha visto, con diferencia, de publicaciones, puede que debido a que voy arrastrando cierto cansancio adherido a la obra viva. Para los que habréis estado ojo avizor, no se os habrá pasado desapercibido que apenas ha estado en navegación gracias a las reseñas semanales y a algún que otro artículo esporádico.

Voy lento y cada vez me cuesta dar más con algo interesante que subir a estos lomos, quizá porque han ido apareciendo otros intereses, otras metas. En ocasiones, el blog ENMP me ha parecido una carga casi sostenida por la fuerza de la costumbre, de ir colgando las lecturas del barómetro (que en muchas ocasiones se me ha llegado a olvidar), y punto; pero no por ello voy a abandonarlo a su suerte. El ENMP nunca va a ser un derrelicto y, con la llegada de otro año, espero ir encontrando a proa nuevos puertos seguros y nuevos proyectos. Él me los dio de forma generosa y yo he de responder a la altura.

Solo desearos lo mejor para estos días, en especial para aquellos que los aborrezcan: que sean de sosiego al menos. Que estéis con aquellos a quienes amáis y os aman y, de paso, daros un garbeo por mis últimas colaboraciones publicadas. Un saludo!

Artículos

Reseñas
—Reseña a la primera temporada de « Big Little Lies» https://goo.gl/kYRgVC
—Reseña a la novela «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee https://goo.gl/PPo1qp
—Reseña a la película «Alta fidelidad», con John Cussack https://goo.gl/fSsQxz

Lectura de 19 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 756 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 55%

martes, diciembre 18, 2018

Guardia de cine: reseña a «Alta Fidelidad»

Título original: «High Fidelity». 2000. EEUU-RU. Tragicomedia. 1 h. 53 min. Director: Stephen Frears. Guión: D. V. DeVincentis (basándose en el libro de Nick Hornby). Elenco: John Cussack, Iben Hjejle, Todd Louiso, Jack Black, Catherine Zeta-Jones

«Alta Fidelidad» es una radiografía de finales de los años 1990, de personas incapaces de amoldarse al tiempo que viven; que se niegan la madurez y se abrazan al pasado. Una generación, la de menores de treinta años hace casi veinte, que se sincera delante de la pantalla y que busca una respuesta frente al dolor y el rechazo

¿Qué momento es el adecuado para acometer un examen introspectivo acerca de la vida y su sentido? Para Rob Gordon, el treintañero amargado, propietario de una tienda de vinilos en un barrio perdido de Chicago, es cuando Laura, su preciosa y perfecta novia, lo abandona sin explicación aparente. Mediante un soliloquio dirigido al espectador anónimo, Rob lo invita a subir y dar una vuelta por el carrusel de sus rupturas sentimentales más traumáticas, siendo que Laura pasará a ocupar el quinto puesto de honor; una confesión a lo largo de varios días y lugares en los que, en apariencia, Rob se siente cómodo para ello; rodeado por su descomunal colección de vinilos que comienza a reordenar de forma autobiográfica o junto a sus dos disfuncionales empleados. Mientras las cajetillas de tabaco se hacen humo y ceniza y los vívidos recuerdos se agolpan, Rob desea dar con la respuesta y no se le ocurre mejor forma de hacerlo que retomando cierto contacto con sus exnovias, las cuales abarcan una etapa vital que va desde la escolar hasta la madurez (esa que Rob aún no ha alcanzado), con un acompañamiento musical excepcional que le hace la réplica emocional.

El protagonista, en medio de las turbulencias creadas por el abandono de Laura, busca la respuesta a la pregunta de por qué no puede ser feliz; de las razones de su soledad impenitente. De por qué Laura le ha dejado por el pomposo de Ian, el mamarracho que antes vivía en el piso de arriba.

También saber si tendrá la oportunidad de que él y Laura vuelvan a estar juntos.

Una generación, la de menores de treinta años hace casi veinte, que se sincera, al menos por la parte masculina a través de John Cussack, un actor obligado a transmitirnos la locura transitoria que sufre su personaje, yendo más allá de las palabras y mostrando su alma atormentada a medio de arrebatos que pueden parecernos exagerados o sobreactuados, pero que son un reflejo diáfano del ánimo de Rob.

«Alta Fidelidad» es una radiografía de finales de los años 1990, de personas incapaces de amoldarse al tiempo que viven, que se niegan la madurez y se abrazan al pasado. Rob tiene miedo al fracaso (le da auténtico pavor), a la soledad (no parece que tanto al compromiso), pero para darse cuenta de esto hace falta tener ojos y olfato, sentidos de los que el protagonista está desprovisto (no así de oído musical).

La biografía del personaje es tan natural que prende, aunque hay que estar al quite, seguir la sombra de Rob en cada escena, de las cientos que componen la cinta a lo largo del titánico montaje; de todas en las que se cuela una generosa panoplia de rostros conocidos (¡The Boss incluido!).

Se pretendió capturar el instante en el que el hombre se enfrenta a una vida cargada de dolor, resentimiento y rechazo, protegido por los algodones de la música y los intermedios desternillantes protagonizados por Jack Black. Un momento en el que trata de darse sentido a sí mismo y encontrar la forma de asir de los cabellos la esquiva felicidad, pero no una lujuriosa, de fastuoso sueño húmedo, de fantasía delirante; una felicidad normal y aceptable, tranquila y sin artificios. Iniciar un cambio de ciclo en el que el vinilo no tiene porqué desaparecer ante la irrupción masiva del compact disc.

Cuando uno visiona «Alta Fidelidad» debe ser consciente de que no es una comedia, por mucho que se vendiera así por un departamento de marketing que no tenía ni idea. También acerca de la fecha de filmación para saber a qué tipo de cine se enfrenta, con un trasfondo y profundidad abismales. Que nadie vaya tampoco solo atraído por una Catherine Zeta-jones con casi veinte años menos; sí a la miel de panal, pero todo en su justa medida. Hay que escuchar «Alta Fidelidad»; sentirla; escuchar a Rob y las canciones que dan punto a las emociones del protagonistas.

Lectura de 18 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 752 (Variable). No para de llover 
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 55%

jueves, diciembre 13, 2018

«With A Little Help Of My Friend», Joe Cocker en Woodstock, con su conocidísima versión de la canción de los Beatles



What would you think if I sang out of tune
Would you stand up and walk out on me?
Lend me your ears and I'll sing you a song
And I'll try not to sing out of key
Oh I get by with a little help from my friends
Mm I get high with a little help from my friends
Mm gonna try with a little help from my friends

What do I do when my love is away?
(Does it worry you to be alone?)
How do I feel by the end of the day?
(Are you sad because you're on your own?)
No I get by with a little help from my friends
Mm I get high with a little help from my friends
Mm gonna try with a little help from my friends

(Do you need anybody?)
I need somebody to love
(Could it be anybody?)
I want somebody to love

(Would you believe in a love at first sight?)
Yes I'm certain that it happens all the time
(What do you see when you turn out the light?)
I can't tell you, but I know it's mine
Oh I get by with a little help from my friends
Mm I get high with a little help from my friends
Oh I'm gonna try with a little help from my friends

(Do you need anybody?)
I just need someone to love
(Could it be anybody?)
I want somebody to love

Oh I get by with a little help from my friends
Mm gonna try with a little help from my friends
Oh I get high with a little help from my friends
Yes I get by with a little help from my friends
With a little help from my friends

Lectura de 13 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 751 (Variable). Lluvias intermitentes
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 54%

martes, diciembre 11, 2018

Guardia de literatura: reseña a «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee

Harper Collins Ibérica SA
Madrid, 2015
Traducción: Belmonte Traducciones
ISBN: 978-84-687-6702-4
349 páginas
Harper Lee no solo nos insta a no enjuiciar a un hombre por el color de su piel, por la superficie; a nadie sin haber desentrañado sus motivaciones, así como los hechos. El caso de Tom Robinson no es más que el ejemplo más gráfico y dramático

Los estantes en librerías y bibliotecas suelen estar copados por volúmenes y más volúmenes firmados por la misma persona; por autores con eso que se ha venido a denominar, de forma expeditiva, ordinaria y soez, como diarrea literaria. Sin embargo, hay ejemplos con los que un solo título basta para brillar y permanecer en el Olimpo del literato; son muy pocos los supuestos, pero está ahí, incólumes tras el paso de las décadas. Ahí está «Matar a un ruiseñor», única obra larga editada en vida de la escritora estadounidense Harper Lee y que le valió no pocos premios y el reconocimiento del público con una novela de estrechas dimensiones, escrita con sencillez pero con una fina elegancia, que encierra a la Humanidad por completo entre los límites territoriales y sociales de una pequeña ciudad como Maycomb, Alabam, y entre sus tapas.

Con mucho de autobiografía, Harper Lee adopta una narración en primera persona y recorre dos años y poco más de los recuerdos de infancia de Jean Louise “Scout” Finch, la hija menor del abogado Atticus Finch. A través de una mirada ya adulta, que en nada desprecia los juicios de valor de la niñez, Scout repasa esos largos veranos y cortos inviernos retratando a sus vecinos, llegando a comprender la máxima de su padre de eso de “ponerse en el lugar de los demás” para alcanzar la raíz de sus acciones y comportamientos, conocerles y apreciarles con meridiana justificación. Scout relata las hipocresías e incoherencia de la sociedad sureña, anclada, aún en la década de la Gran Depresión, en el s. XIX; el conflicto entre el mundo urbano y el rural; y la segregación racial, que alcanza cierto clímax durante el juicio contra Tom Robinson, un hombre acusado de violar a Mayella Ewell y que, a pesar de la contar con una buena defensa que demuestra su inocencia, termina siendo condenado porque el propio Maycomb no está preparado aún para absolver de delito alguno a un negro, por mucho que las pruebas sean abrumadoras contra el veredicto tan injusto que alcanza el jurado. En esto último, respecto a la separación blanco-negro, es donde la autora incide mayoritariamente. Quizá el punto de crítica más sutil y pasajera sea aquel recuerdo suyo de la señorita Merryweather, su profesora en la escuela, que se escandalizaba de la política nazi contra los judíos pero que aplaudió hasta pelarse las manos la discutible y bochornosa decisión del jurado porque el acusado era negro y, por tanto, culpable. ¿Cómo alguien que criticaba ferozmente el maltrato a los judíos alemanes podría sentir semejante alegría ante la condena de un hombre inocente por el mero hecho de ser de diferente color?

Cada personaje encierra un mundo propio, trufado de emociones y sentimientos, un rosario de comportamiento humanos que exigen de un examen a fondo, más allá de la superficie, con el que algo que parezca negativo, tras una toma de contacto, acabe siendo positivo, como en el caso de la señora Dubose o la tía Alexandra.

Harper Lee no solo nos insta a no enjuiciar a un hombre por el color de su piel, por la superficie; a nadie sin haber desentrañado sus motivaciones, así como los hechos. El caso de Tom Robinson no es más que el ejemplo más gráfico y dramático.

La novela también es de descubrimiento de la etapa infantil, previa a la bochornosa adolescencia, en el que el lector podría deleitarse horas y horas, siguiendo los pasos de Scout y de su hermano Jem, así como los del fantasioso pero adorable Dill, no más allá de la verja que encierra la Mansión Radley, donde vive, apartado de la luz del sol, Arthur “Boo” Radley, quien establecerá una particular relación con los chicos aún sin verse. Aquí entra en juego, una vez más, la máxima de Atticus Finch.

En ocasiones, cuando uno se pone con una obra de ficción, suele haber párrafos imposibles, escenas baldías y personajes huecos; sin embargo, Harper Lee despliega una prosa delicada, sin artificios pero bien dotada de recursos narrativo que le permiten describirlo todo, con el acompañamiento de notas de humor, a veces inocentes a veces hiperbólicas. Fue etiquetada como novela sureña, pero más bien es de descripción de la sociedad sureña, con esa languidez somnolienta del verano eterno, y para nada racista, polémica ésta que surgió con la ya no tan reciente publicación de su segunda novela, «Ve y pon un centinela». En dicho cruce de acusaciones y defensas volvemos a encontrar a lectores y críticos que se ponen los zapatos, esta vez los de Harper Lee, y aquellos otros que se contentan con expulsar bilis, juzgando por el color de piel de esta multipremiada obra. Quien mantenga un alegato incriminatorio o no se ha leído «Matar a un ruiseñor» o es un necio. La autora se limita a trasladar lo que vio al papel, sin cortapisas ni limaduras para no molestar u ofender corazones pusilánimes; ella fue alguien que fue libre para escribir, sin temor a las sombras del puritanismo new age, como el que se revuelve feliz en nuestros días. Pensar que una obra literaria debe ajustarse en todo momento a los parámetros morales, por muy loables o estúpidos que estos puedan ser de aquí al futuro, es abrir las puertas a las correcciones oficiales en un régimen totalitario aceptado por “nuestro bien”.

Terminado el libro, aunque no soy nadie para ello, considero que «Matar a un ruiseñor» debería  ser de lectura obligatoria en Secundaria. Entre sus líneas hay más ética que en cualquier clase impartida por supuestos profesores comprometidos, cuya entereza moral es debatible.

Lectura de 11 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 758 (Variable). Altostratos
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 54%

11 de Diciembre de 2018


miércoles, diciembre 05, 2018

Un megadirigible contraincendios

Como cada año, nuestro país se ha visto asolado por incendios durante los meses de estío. Curiosamente, estos arrecian más cuanto más cercanas están las fechas de cierre de la temporada crítica. Sin embargo, durante este 2018 los noticiarios han dedicado su tiempo a los devastadores e incontrolables fuegos que siguen arrasando el territorio del Estado de California, los cuales solo pueden tener explicación en una negligente falta de verdaderos protocolos y políticas preventivas medioambientales (no, no le estoy haciendo el juego al Sr. Trump), sino diciendo lo que todo el mundo calla o dice con la boca pequeña.

Y durante este mismo 2018 me ha venido a la mente, en infinidad de ocasiones, un artilugio que, a bien seguro, habrá visitado mentes más preclaras en esto de la ingeniería: un megadirigible contraincendios.



Con mi pobre arte os traslado un par de bocetos un tanto inquietos, garabateados en el reverso de una hoja de calendario, sobre un diseño que recuerda bastante a los cohetes de las lanzaderas espaciales y al Airlander 50, y que paso a explicar. El dirigible (más bien dos), sería de estructura semirrígida y con bolsas cargadas con gases inertes, siendo montado sobre una estructura que le permitiría elevar un enorme tanque de agua. Debido a la peligrosidad de la encomienda, sería pilotado desde tierra desde un camión de control, mediante radiofrecuencia o, también, GPS. Se distribuirían propulsores para ayudar a estabilizarlo sobre el fuego (habría que industriar un sistema por el que las turbinas no alimentaran con más aire al incendio) y, una vez en posición, una serie de torretas ubicadas en todo el contornos procedería a sofocar desde el aire, centrándose en los focos que detecte el equipo desde el control.

Habría que prestar especial atención, durante la fase de investigación del diseño definitivo, al recubrimiento exterior, a prueba de fuego y altas temperaturas, así como a un protocolo de recuperación para evitar algún incidente, como, por ejemplo, el que quedara a la deriva.

La lentitud de este vehículo se vería compensada con su gran capacidad de almacenaje y una mejor distribución de medios en la lucha contraincendios, algo que no se consigue plenamente desde un medio no aerostático. El rellenado de sus tanques se podría realizar igualmente en el aire, mediante poderosas bombas, bien sobre el mar, bien de una nave a otra, con un sistema de dirigibles cisterna, más pequeños y rápidos.

Esta es mi humilde, ingenua y hasta fantasiosa contribución. Quizá haya alguien que quiera plagiarla y probarla. Creo que a todos nos gustaría y que tuviera éxito.

Lectura de 5 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 758 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 14,5º
  • Higrómetro: 54%

martes, diciembre 04, 2018

Guardia de television: reseña a la primera temporada de «Big Little Lies»

Título original: «Big Little Lies». 2017. USA. Drama. 14 capítulos (360 min. de tiempo total). Creador: David E. Kelley. Elenco: Reese Witherspoon, Nicole Kidman, Shailene Woodley, Zoë Kravitz, Laura Dern

Un asesinato sacará las grandes mentirijillas de cinco mujeres dispares en el desarrollo de una serie realizada de modo magistral, pinchando la neurona del espectador, invitándole a quedarse hasta el final

La húmeda brisa marina de Monterrey viene impregnada por el aroma de los billetes de dólar recién impresos. En esta ciudad californiana se está a otro nivel, pero no por encima de las miserias humanas, protagonizadas por un elenco de mujeres muy dispares, unidas por lazos de amistad y rivalidad mal simulada mediante huecas fórmulas de cortesía. 

Comenzamos con Madeleine, una irascible, entrometida y hasta psicótica doña Perfecta, quien vive al borde del ataque de nervios con todo lo relacionado con su primer marido, Nathan, dando lo mismo la nueva esposa de éste o la adolescente hija común, prácticamente incontrolable. 

Luego tenemos a Celeste, una brillante abogada que dejó de ejercer para dedicarse en exclusiva a su familia, formada por su joven marido y sus dos hijos gemelos, residiendo en una magnífica mansión, asemejando ser reina y poseedora de una vida perfecta.

El trío protagonista principal lo cierra Jane, una cenicienta recién llegada a Monterrey. Es una mujer en constante huída con su único hijo, Ziggy, de seis años. Se siente fuera de lugar a pesar del acogimiento dispensado por Madeleine y Celeste: Jane no es rica ni glamurosa, es una currante y madre soltera que lucha por asomar la cabeza desde el fondo del pozo, que sufre un golpe imposible de encajar cuando Ziggy es acusado el primer día de colegio de ser un abusador.

Fuera del círculo de amistad que se forja entre estas tres mujeres quedan Bonnie y Renata. Bonnie es la segunda mujer de Nathan; es joven y exótica, la personificación, para Madeleine, de todo lo que no supo ser para salvar su matrimonio. Por su parte, Renata (otra archienemiga de Madeleine) es una mujer madura y de enorme éxito profesional, siempre a la defensiva y con los dientes y las uñas blanqueados al sol de tanto mostrarlos, pues  haga lo que haga sabe que será duramente criticada, simplemente por su sexo y su condición, por las mujeres de la comunidad; su temperamento más salvaje saldrá a relucir cuando se vea incapaz de proteger a su hija de un violento compañero de aula.

Y estas cinco mujeres esconden grandes mentirijillas que acabarán compartiendo.

Madeleine, como mujer controladora pero incapaz de controlarse a sí misma, se muestra frágil e intranquila al sostener una relación adúltera con un hombre casado y tiembla de pavor ante la sola idea de perder a su familia y a su marido por culpa de sus impulsos.

Celeste, la perfecta y elegante Celeste, encierra en casa a una mujer que sufre un matrimonio marcado por la violencia, con una voluntad contaminada por el amor-odio-sexo salvaje hacia su marido, que acabará en simple odio cuando las agresiones que sufre se hagan más brutales a medida que el sexo desaparece.

Jane es taciturna y no por capricho. Su secreto se revela principalmente en sueños, repitiéndose en bucle, aunque con lagunas de memoria: la noche en la que fue violada. Fruto del acto es su pequeño Ziggy, quien podría haber heredado la maldad de su desconocido padre.

Bonnie parece muy flow, una voz de la razón con una pizca de desdén, tratando de poner paz a golpe de mandala, pero que es capaz de despertar de pronto.

Y Renata, tras su fachada depredadora, es una mujer insegura, sobrepasada por las circunstancias y que se empeña en mostrar una máscara que no corresponde con la realidad, desarmándose ante la honestidad de Jane, con quien había chocado desde el primer instante.

El clímax del último capítulo derriba los muros del vacuo prejuicio y de la competencia territorial entre leonas, los mismos que han condicionado sus existencias y las de aquellos que las rodean.

Esta serie se gana la matrícula de honor gracias a su sorprendente inicio. El pistoletazo se da con un asesinato, pero del que desconocemos la identidad de la víctima y, por supuesto, la del culpable y su móvil. Tal y como se va desarrollando la narración, semanas antes del hecho criminal, con extractos intercalados de las declaraciones de testigos y de investigación policial, acertar con el nombre de la víctima debería ser un desafío imposible; se concentra tanta tensión en la pequeña comunidad y es tan fácil llegar a las manos entre sus miembros… Pero a mí me quedó meridiano quién acabaría ocupando una plaza en la Morgue, pero fallé de pleno en cuanto al nombre del asesino y a todo lo relacionado con la escena del crimen en sí; más difícil aún fue dar con el violento agresor de Primaria.

El montaje de los episodios está realizado de modo magistral, pinchando la neurona del espectador, invitándole a quedarse hasta el final, como si la curiosidad inicial, con ese asesinato del que nada se nos cuenta, no fuera suficiente. Los momentos de interiorización e infiernos personales, con ideas incluso suicidas, y la banda sonora aportan sabor a una mezcla de historias que siempre se han quedado de puertas hacia adentro, con independencia de que estemos en Monterrey o en otro lugar, pues las miserias nos son comunes a ricos y a pobres.

Lectura de 4 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 757 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 14,5º
  • Higrómetro: 53%

viernes, noviembre 30, 2018

Relación de publicaciones de Noviembre de 2018

Artículos
—«Brevísima reseña al monitor Puigcerdá» https://goo.gl/VrgEwt

Colaboraciones con Revista General de la Marina

Reseñas
—Reseña a la serie de televisión «Deutschland 83» https://goo.gl/71E3NW
—Reseña al cómic «Como viaja el agua», de Juan Díaz Canales https://goo.gl/pwW4C5
—Reseña a la película «El contable» https://goo.gl/XkEHPv
—Reseña a la novela «Fulgor», de Manel Loureiro https://goo.gl/ZgiBqo

Instancia de Alexis Ren


Lectura de 30 de Noviembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 756,5 (Variable). Cúmulos
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 53%

jueves, noviembre 29, 2018

«Poison», Alice Cooper



Your cruel device,
Your blood like ice.
One look could kill,
My pain, your thrill.

I wanna love you, but I better not touch (don't touch)
I wanna hold you, but my senses tell me to stop
I wanna kiss you, but I want it too much (too much)
I wanna taste you, but your lips are venomous poison

You're poison runnin through my veins
You're poison, I don't wanna break these chains.

Your mouth, so hot
Your web, I'm caught
Your skin, so wet
Black lace on sweat

I hear you callin and it's needles and pins (and pins)
I wanna hurt you just to hear you screaming my name
Don't wanna touch you, but you're under my skin (deep in)
I wanna kiss you, but your lips are venomous poison

You're poison runnin through my veins
You're poison, I don't wanna break these chains
Poison

One look (one look), could kill (could kill),
My pain, your thrill.

I wanna love you, but I better not touch (don't touch)
I wanna hold you, but my senses tell me to stop
I wanna kiss you, but I want it too much (too much)
I wanna taste you, but your lips are venomous poison

You're poison runnin through my veins
You're poison, I don't wanna break these chains
Poison

I wanna love you, but I better not touch (don't touch)
I wanna hold you, but my senses tell me to stop
I wanna kiss you, but I wanna too much (too much)
I wanna taste you, but your lips are venomous poison

Yeah
Well I don't wanna break these chains
Poison

Runnin deep inside my veins
Burnin deep inside my veins
Poison
I don't wanna break these chains

Lectura de 29 de Noviembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 753,5 (Variable). Cúmulos-lluvia
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 53%

martes, noviembre 27, 2018

Guardia de literatura: reseña a «Fulgor», de Manel Loureiro

Editorial PLANETA SA
Barcelona, 2015
Primera edición: Septiembre de 2015
ISBN: 978-84-08-13833-4
483 páginas
Una novela que ha sido vendida con todo el bombo y platillo y que no es más que una imitación de poco vuelo de varias obras del maestro Stephen King, plagada de escenas un tanto reiterativas y con una narración, cuanto menos, mejorable

Éste es un libro que acabó en mi regazo por la simple conjunción de varios elementos, entre ellos el aburrimiento, que me llevaron, de forma inequívoca, a dudar acerca de qué nuevo título escoger. El nombre de Manel Loureiro, a quien conozco de vista, pues hollamos las mismas aceras y estamos adscritos al mismo colegio profesional, aparte de encontrármelo en la terraza del Nox pasando la sobremesa con una envidiable imperturbabilidad, me insinuó una posible solución a mi desaborido dilema: ¿por qué no leer una de sus obras? Fruncí los labios, clavé los ojos en el techo y me encogí de hombros. ¿Por qué no? Y me dio por optar por «Fulgor», su última novela publicada (paso de zombies), aunque cuando salió al mercado y leí la sinopsis de la contraportada, barrunté para mis adentros un hondo quejido, de esos de premio gordo en concurso de cante flamenco, al estilo “¡vaya copiada de «La zona muerta» de Stephen King!» Pero, para mi sediento ánimo y transcurridos no pocos meses, aquel encontronazo y semejante y rápida conclusión no supusieron freno suficiente.

Bien, una vez rematada la empresa, que lo mío me ha costado, amplío mi sentencia. No es que sea una copia de «La zona muerta», es que el despropósito se amplia hasta «El resplandor» y «Doctor Sueño»; incluso, si nos estiramos, toda la narración queda endulzada en exceso por el espíritu creativo noventero de la serie de televisión «Embrujadas», con matices de telefilm de tarde lluviosa.

Me encanta Manel Loureiro cuando colabora en Cuarto Milenio. Como sucede con Javier Sierra, me gusta escucharle, pero esta novela…  que semejante x@#! de argumento haya atraído a tantas mentes preclaras del mundo editorial a este lado y al otro del Atlántico… No sé; se me debe de estar escapando algo. Sobre lo que sí no albergo dudas es que es una lectura que exige una paciencia infinita, con unas reiteraciones aborrecibles y aberrantes, con unas descripciones pedantes y absurdas. He llegado incluso a saltarme una cara entera pues, de nuevo, estaba leyendo lo mismo. He perdido la cuenta de los párrafos “tachados” y obviados…

Reconozco que no me esperaba mucho más. Aquel encontronazo con la contraportada había dejado su huella, con esa protagonista, Casandra Arlaz, que obtiene unos poderes extraordinarios tras un accidente de tráfico y blablabla. King; hay muchos recursos de King por todos lados, pero uno siempre lleva la mosca pegada a la oreja: es una imitación, y no precisamente en plan Bachman; sus escenas son risibles, como la de la capacidad de manipular a la suerte o de una estupidez policial que se merecería una rápida degradación en el escalafón… Dios, es que no sé ni qué decir.

Siento ser así de duro, pero es la consecuencia lógica de que éste título se haya colado entre otros cuya lectura ha sido una verdadera gozada.

Lectura de 27 de Noviembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 756 (Variable). Cúmulos
  • Termómetro: 11º
  • Higrómetro: 53%

jueves, noviembre 22, 2018

«Jungle Love», Steve Miller Band



I met you on somebody's island
You thought you had known me before
I brought you a crate of papaya
They waited all night by your door
You probably wouldn't remember
I probably couldn't forget
Jungle love in the surf in the pouring rain
Everything's better when wet

Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy
Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy

But lately you live in the jungle
I never see you alone
But we need some definite answers
So I thought I would write you a poem
The question to everyone's answer
Is usually asked from within
But the patterns of the rain
And the truth they contain
Have written my life on your skin

Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy
Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy

You treat me like I was your ocean
You swim in my blood when it's warm
My cycles of circular motion
Protect you and keep you from harm
You live in a world of illusion
Where everything's peaches and cream
We all face a scarlet conclusion
But we spend our time in a dream

Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy
Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy

Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy
Jungle love it's drivin' me mad
It's makin' me crazy

Lectura de 22 de Noviembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 746 (Viento-Lluvia). Cúmulos
  • Termómetro: 14º
  • Higrómetro: 53%

martes, noviembre 20, 2018

Guardia de cine: reseña a «El contable»


Título original: «The Accountant». 2016, EEUU. 2h. y 8 min. Color. Thriller. Dirección: Gavin O’Connor. Guión: Bill Dubuque. Elenco: Ben Affleck, Anna Kendrick, J. K. Simmons

Un thriller de acción protagonizado por una persona con síndrome de Asperger y que no es un cliché cinematográfico. Una película que se anuncia con una trama excelente, pero que habría ganado enteros si hubiera sido dotada de una mayor oscuridad

De un tiempo a ahora, distintas películas y series de televisión se han obsesionado con introducir, aquí y acullá, incontables personajes que sufren trastornos de la personalidad o del desarrollo cognitivo. Aunque Sheldon Cooper no sea el primero, sí es el más representativo en esta reciente batalla visual que no sé si en realidad persigue el hacer a estos colectivos “más visibles”, tal y como se viene diciendo no sin cierta pedantería y hasta hipocresía. No soy el único que considera que esta fiebre de guión por meter a calzador entes con estas especialidades solo sirve a los escritores más incompetentes para crear personajes supuestamente interesantes y con fondo, pero que terminan sus días arrinconados en labores artificiales y superfluas; individuos más planos que una plancha de parquet cuando ellos mismos resultan, paradójicamente, ser el eje de la ficción dramática o un engranaje principal (léase, «The Bridge»). Es como si los trastornos fueran lo único a destacar, enlodando a los espectadores en una visión siempre superficial y hasta embustera: da el pego y vende.

La cuestión a tratar no es tan simple, pues a todos los colectivos hay que darles presencia, pero no por medios ni formas torcidas y torticeras. Cada ser humano (y, por tanto, cada personaje) es único y tiene su propio mundo; no es un muñeco maquillado.

¿Ha caído «El contable» en dicho error?

Esta película, que me ha parecido magnífica aunque no nos libre de algún charco de barro a lo largo del metraje y que será objeto de disertación, se vertebra en la persona de Chris Wolf, un anodino contable que esconde con maestría un síndrome de Asperger y un pasado que se va rebelando con el paso de las escenas. La vida de Chris, o como quiera llamarse en realidad, pasa delante de nuestros ojos a través de flashbacks que nos llevan a diferentes momentos claves de la infancia y juventud del protagonista, a saber: cuando es diagnosticado, cuando su madre les abandona a él, a su padre y a su hermano, o cuando se convence de que su trastorno no tiene que convertirle en víctima en un mundo salvaje.

Las secuencias de introspección de Chris son consustanciales, dotándole de forma tridimensional. Por fin, desde Rainman, tenemos delante un personaje con un síndrome que es una persona y no un cliché; aunque reconozco que su pasado militar y criminal le dotan de elementos sobrados para que lo sigamos con interés.

Lo más imperecedero de esta trama de un contable que trabaja para las mafias y los cárteles, de un asesino con ética, son los momentos tête a tête, en un sofá o en el suelo, en los que dos personajes comparten unos minutos para sincerarse. Incido en el que escenifican Ray King y Marybeth Medina en el salón de la casa de Chris, cuando se da conocer la razón que justifica la obsesión del veterano agente del Tesoro por el escurridizo contable; un momento espeso que pasa por nuestras gargantas con todo su dramatismo. 

De mi gusto también fue la confesión de la contable Dana Cummings en la habitación del hotel, de los profundos anhelos de aceptación que perseguimos la mayoría.

La trama pretende ser un thriller sembrado de detonaciones, protagonizado por un individuo que es solo un contable, pero que, a la vez, es un experto en artes marciales y armamento y que, por lo que se entrevé, un exmiembro bastante incontrolable de las Fuerzas y Grupos de Operaciones Especiales del Ejército de los Estados Unidos. Arranca muy bien, pero cuando Chris salva a la contable de Living Robotics me puse a temblar temiéndome un plagio de «El caso Bourne», con un Matt Damon con la jeta de su colega de juergas y guiones, Ben Affleck. Recé para no tener que ver una vez más lo mismo y, por suerte, Chris siguió su camino solitario y no cargó con la chica como si de una incómoda mochila se tratara.

Quizá resulte descafeinado el reencuentro de Chris con su hermano Braxton, más aún cómo se “cierra” el trabajo, siempre buscando un guiño fraternal y hasta humorístico que, aunque deje buen sabor, hace rechinar los engranajes, faltos de lubricación al guión.

Lo que es una auténtica mamarrachada es lo de las fotografías de seguimiento de varios gerifaltes criminales y terroristas en los que aparece siempre el contable de espaldas y nunca de frente. Es una soberana tontería para aquellos que sabemos mínimamente cómo es una vigilancia.

Otra de igual calibre es cuando la agente Marybeth es capaz de captar un sonido con su laptop doméstico de la grabación del asalto perpetrado por un posible positivo del contable a una guardia mafiosa. Mi ordenador no sería capaz de echar tanto humo con semejante jactancia.

Ben Affleck es un actor limitado que ha sufrido altibajos. Últimamente, y salvo por determinado héroe enmascarado, lo está haciendo bastante bien; pero no le ha costado mucho meterse en el personaje gracias a su eterno semblante, tímido y frío, siempre abstraído. Lo ha hecho bien y no se ha pasado de rosca, como Diane Kruger (de nuevo, «El puente»), ni ha tratado de copiar apáticamente a Sheldon Cooper; pero es un clon de cualquiera de las identidades que encarna en algunas de sus últimas y buenas películas.

J.K. Simmons, encarnando al veterano agente del Tesoro, un tipo sin escrúpulos a la hora de extorsionar a Marybeth, es el que mejor lo hace. Su personaje desviste su alma de forma brutal. Es un papel digno de la talla de Simmons, siendo que deja en paños menores al resto de actores, a los que no vamos a detenernos por ser huecos salvo por unas pinceladas, siendo que enamora un poco el del asesino guasón.

Así llegaremos a los títulos de crédito con demasiadas preguntas sobre ciertos pasajes vitales de Chris (no así sobre quién es la misteriosa mujer que colabora con él); un final demasiado positivo y blanco en términos generales. Si Chris hubiera hecho alguna barbaridad tampoco se lo echaríamos en cara; no habría dejado de caernos bien. Se echa en falta una mayor oscuridad en una trama que se anuncia como excelente. Con un poco más de tinieblas, habría sido notable.

Lectura de 20 de Noviembre de 2018 a las 1200 horas



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miércoles, noviembre 14, 2018

Brevísima reseña al monitor Puigcerdá

Monitor Puigcerdá
El monitor Puigcerdá fue el único de su clase en la Armada española; un curioso tipo de buque que fue común en las Marinas de guerra occidentales y que presentaba una nueva forma de combatir que no terminó de convencer a nadie

No vamos a hablar de un desconocido modelo de pantalla de ordenador ni de un supuesto caso de libro de texto que explique a la perfección el consabido procedimiento de reclamación de cantidad, sino de un buque de guerra único que formó parte de la Lista Oficial de la Armada española durante el último tercio del s. XIX.

El monitor en sí es un concepto muy particular, con unas características que lo hicieron único en su especie. En resumidas cuentas, y para que nos entendamos, asemeja ser una potente cañonera, cuya particularidad principal es la ausencia casi total de obra muerta que le confería un aspecto diferenciado y lo convertía en un blanco harto difícil, pues lo poco que asomaba por encima de la línea de flotación estaba perfectamente blindado (en el caso del Puigcerdá, el tan solo asomaba 60 cm.). Otra particularidad era la disposición de su artillería, en una torreta circular con un radio de giro de 360º en muchos de los casos.

Corte transversal del USS Monitor (K. Erlinger)

La primera vez que el mundo presenció un monitor fue durante la batalla de Hampton Roads, el 9 de marzo de 1862, durante el transcurso de la guerra de Secesión norteamericana, entre el USS Monitor y el CSS Virginia, debiéndose el diseño al ingeniero John Ericsson. Aunque el combate terminó en tablas (extremo que no comparte el historiador Francis DuCoin, quien considera vencedor al Virginia pues alcanzó el puente protegido del Monitor, obligándole a retirarse), el monitor mostró su superioridad gracias al giro de su torreta: los artilleros ya no tenían que depender de la posición del navío con respecto a su enemigo (desventaja que se observaba en el Virginia y los demás buques de su tiempo).

Monitor oceánico USS Monadnock
La propia configuración de los monitores los hizo inadecuados, a priori, para un servicio más allá de las aguas ribereñas y vías fluviales. Mismas limitaciones se observaban en aquellos buques que seguían las líneas del confederado Virginia. Sin embargo, pronto se contó con ejemplos de monitores oceánicos como el Monadnock de doble torreta, buque insignia de la escuadra del comodoro John Rodgers, de la US Navy, que navegó de gira por Centro y Sudamérica, con San Francisco como puerto de destino, y que estuvo fondeada en Valparaíso los días previos al bombardeo de la plaza por parte del brigadier Casto Méndez Núñez, desde su fragata acorazada Numancia (2 de mayo de 1866).

Rodgers y Méndez Núñez, aunque oficiales de alta graduación, mantuvieron una tirante y sarcástica relación desde que se toparon en aguas chilenas. Si el americano parece que se burló del español por el sobresalto que le produjo un cañonazo de ordenanza a destiempo, éste, en una cena posterior, le hizo comer sobre barriles de pólvora abiertos para que viera que “no tenía susto”. Igualmente, cuando el brigadier español urgió a los navíos extranjeros a abandonar la rada con antelación al bombardeo, el gallego, muy seco él, conminó a Rodgers a que se fuera “a la mar”.

Lo curioso del asunto es que Rodgers, en sus cartas e informes a raíz del incidente, vendería a los suyos que él, con su Monadnock, habría sido capaz de hundir toda la flota de Méndez Núñez en cuestión de quince minutos. ¿Arrogancia alimentada por un espíritu ofendido por el brigadier español o datos objetivos comparando fuerzas y defensas? Poco importa ya. Lo único cierto es que, junto con sus quimeras matemáticas, no puso freno a una mala publicidad contra España, que se acentuaría con el asunto cubano.

En nuestro territorio, tras un largo periodo de admiración hacia lo que la ingeniería naval era capaz de dar a luz, se vio la necesidad de dotar a la Armada de un monitor. Como sucedería en la mayoría de la ocasiones, se encargaría a un astillero extranjero su construcción (aunque esto no formara parte de las políticas de reforma industrial nacional, no se podía negar que los buques de fabricación francesa e inglesa con los que se contaba eran, por término medio, inmejorables, y a la propia Numancia nos podemos remitir), siendo la Societé Nouvelle des Forges & Chantiers de la Mediterranée, en La Seyne, Tolón, la que se encargó del Puigcerdá por un contrato de 850.000 francos de oro, un discreto y bello buque, que fue el único de esta clase que se inscribió en la Armada española.

Ilustración de Rafael Monleón y Torres
Botado en 1874, tenía un desplazamiento de 533 toneladas a plena carga y contaba con unas dimensiones de 41 metros de eslora (hay quien lo rebaja a 39), 9 de manga, 2 de calado y 2,5 de puntal. Se movía gracias a dos hélices accionadas por sendas máquinas alternativas del sistema Wolf, que generaban 360 IHP (otras fuentes nos refieren dos máquinas con una fuerza total de 80 caballos), pudiendo alcanzar, en condiciones óptimas, una velocidad punta de 8 nudos, con un consumo diario de 6 toneladas de carbón.

Su armamento se reducía a un cañón rayado de 160 mm. y dos de 120, de bronce, los tres del tipo González Hontoria.

Las torretas, de 6 metros de diámetro y 1,85 de alto, se movían por tracción humana, aunque siendo solo necesaria la fuerza de dos hombres.  Su blindaje era de entre 80 y 100 mm.

El blindaje contaba con una serie de planchas “manuales”, que permitían ser movidas por la tripulación en cubierta para protegerse de la fusilería enemiga. El cinturón acorazado era de hierro de 100 mm protegía casco y línea de flotación.

Su dotación total era de 60 hombres, entre clases y oficialía, siendo su comandante nombrado a finales de 1874: el teniente de navío de primera clase José Jiménez (otras fuentes indican que fue el de mismo empleo Federico Estrán Justo).

Su viaje inaugural, convoyado por la goleta Sirena, le hizo barajar la costa peninsular, siendo el primer puerto donde recalaría Valencia, para luego ser visto en Cartagena, Cádiz, Oporto… Curiosamente, nada más llegar a Ferrol se reporta la necesidad de acometer reparaciones, podría entenderse que se debían a la necesidad de proceder a un urgente artillado de sus piezas principales, pero es que se comprobó que la vida a bordo era poco menos que un infierno por su escasa ventilación, por no decir que tenía una navegabilidad muy limitada.

Aunque con base en Ferrol, fue destinado durante seis meses a la ría del Nervión (Bilbao), para proteger a la plaza del empuje carlista. Durante la guerra hispanoamericana de 1898, el monitor Puigcerdá fue enviado a la ría de Vigo para protegerla de los anunciados ataques de la US Navy, los cuales se esperaban como pesadilla, sobre todo tras el 3 de julio, en especial en las costas andaluzas; y todo ello a pesar de los rumores que aseguraban que iba a ser dado de baja ya en 1897.

En el momento de su alta fue parte de la Escuadra del Cantábrico, junto a la fragata blindada Vitoria, el aviso blindado Fernando el Católico, las cañoneras blindadas Tajo, Arlanza, Turia y Segura, las corbetas de hélice Consuelo y Sirena, las goletas de hélice África, Concordia, Prosperidad y Buenaventura, los vapores de ruedas Colón, Nieves, Ferrolano y Gaditano, dos remolcadores y las lanchas cañoneras Rull y Godínez.

Sitio de Bilbao
Tras el Desastre del ’98, sobraban barcos y las arcas daban ganas de llorar; esto, junto con los últimos avances tecnológicos, hizo que el Puigcerdá, como muchos otros extraños inventos de mediados de siglo, quedara obsoleto y formando parte de un lote de subasta para su desguace y reutilización (fue dado de baja mediante RO de 20 de junio de 1899). Su nombre destacaba en la lista de objetos de los que se iba a desprender el Arsenal de Ferrol, siendo que fue adquirido por los industriales locales Luis Rey Castro y Guillermo V. Martin por la nada desdeñable cifra de 30.000 pesetas, quienes se dedicaban al negocio de las carenas y compraventa de navíos. Junto al banquero lucense Ramón Solar, pusieron fondos suficientes para que el Puigcerdá fuera puesto en el dique de la Cabana y remozado para hacerlo más atractivo a los capitalistas nacionales, pero no lograron que ningún nombre español se interesara por el Puigcerdá, a pesar de que demostró su capacidad como navío de carga, suministrando 20.000 toneladas de material para los Altos Hornos vizcaínos.

Tras muchos esfuerzos, sí se encontró cierto interés en Reino Unido, por parte de la compañía Holt Limited, de Liverpool, quien adquirió el Puigcerdá, renombrado como Anita, por 2.500 libras esterlinas. En Cabana fue objeto de varias reformas para adaptarlo a la navegación por el río Níger, siendo entregado en Ferrol a mediados de 1905, de donde zarparía a finales de julio hacia su destino africano.

Composición de las fotografías contenidas en el número de 20 de agosto de 1905 de la publicación Vida Marítima