jueves, enero 28, 2016

«Magic Man», Heart



Cold late night, so long ago
When I was not so strong, you know
A pretty man came to me
Never seen eyes so blue

I could not run away
It seemed we'd seen each other in a dream
It seemed like he knew me
He looked right through me
Yea

Come on home, girl
He said with a smile
You don't have to love me yet
Let's get high awhile
But try to understand
Try to understand
Try, try, try to understand
I'm a magic man

Winter nights we sang in tune
Played inside the months of moon
Never think of never
Let this spell last forever

Well summer love, passed to fall
Tried to realize it all
Mama says she's worried
Growing up in a hurry
Yea

Come on home, girl
Mama cried on the phone
Too soon to lose my baby
Yet my girl should be at home
But try to understand
Try to understand
Try, try, try to understand
He's a magic man, mama
Aaa
He's a magic man

Come on home, girl
He said with a smile
I cast my spell of love on you
A woman from a child
But try to understand
Try to understand
Ohh ohh
Try, try to understand
Try, try, try to understand
He's a magic man
Oh yea
(Ooh)
He got magic hands

Aaa
Aaa
Aaa
Aaa

Come on home, girl
He said with a smile
You don't have to love me yet
Let's get high awhile
But try to understand
Try to understand
Try, try, try to understand
He's a magic man
Yea ohh

Lectura de 28 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 759,5 (Variable). Estratocúmulos.
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 55%

28 de Enero de 2016






miércoles, enero 27, 2016

Magallanes y la «Victoria» rumbo a Venus

Parche de la misión STS-30
Ya que le hemos dado comienzo nuestra colección de parches de la NASA que tengan relación con la Historia de la navegación y otros elementos navales, con la misión STS-30, ésta ha de continuar, pues no esperaremos para ello dos décadas, como sucedió entonces en la Historia que ahora analizamos.

Tenemos que dejar bien atrás en el tiempo al programa Apollo y meternos de lleno en los vuelos de los transbordadores espaciales, en concreto, del Atlantis y la misión STS-30, que supuso un conjunto de hitos en la carrera espacial reciente. Por un lado, era la primera vez que se volvía a incluir a una mujer en la tripulación de un transbordador desde el desastre del Challenger en 1986; por otro lado, esta misión fue pionera al lanzar por primera una sonda, la Magellan, desde el mismo transbordador, el 4 de Mayo de 1989.

La sonda Magellan, que llegó a la órbita de destino el 10 de Agosto de 1990, tenía como cometido el cartografiar la superficie del planeta Venus mediante un sistema denominado synthetic aperture radar (SAR) y determinar su perfil topográfico: formas terráqueas, capas tectónicas, procesos de impactos, erosión, procesos químicos; y realizar un modelo del interior  de Venus. El artilugio confeccionó una colección de 4.225 imágenes SAR de áreas de 20 km. de ancho por 17.000 km. de largo, a una resolución de 75 mpx., y demostró que el 85% de la superficie del planeta está cubierta por fluidos volcánicos, a una temperatura máxima de 475º C y con una presión atmosférica de 92 bares, siendo su campo magnético muy fuerte.

En cuatro años completó cinco ciclos, completando la cartografía de la superficie y del campo gravitacional, pero su misión quedó interrumpida de forma drástica el 12 de Octubre de 1994, cuando se perdió todo contacto con la nave. Tan solo un día después se dio por perdida la sonda de forma irremediable. Sin embargo, dicho «desastre» no fue una sorpresa para el Laboratorio de motores de propulsión de la NASA, pues éste modificó intencionadamente su órbita para que entrara en la atmósfera del planeta y recopilara más datos. La sonda Magellan es considerada como el primer aparato espacial estrellado contra la superficie de un planeta extraño a la Tierra de forma programada.

La sonda Magellan saliendo de la bodega del trasbordador Atlantis
El parche de la misión STS-30 resume bastante el espíritu y naturaleza de la misma. Siendo que Fernao de Magallanes da nombre a esta sonda, la cuarta y última del proyecto de exploración de Venus, era obvio que la nao Victoria ocupara un espacio de honor en el parche diseñado para la ocasión, sobre el que apreciamos a los planetas Tierra y Venus, enlazados por una línea roja que simula el viaje de la sonda Magellan. A la izquierda están el sol y Mercurio y varias estrellas, siete en total, que, como viene siendo habitual, corresponden a cada uno de los siete puestos de la dotación de Atlantis, siendo que la formación de cinco astros representan a la constelación de Casiopea y a la (para la ocasión) reducida tripulación del vuelo STS-30, compuesta por David Walker, Ronald Grabe, Norman Thagar, Mary Cleave y Mark Lee, todos ellos diseñadores de esta insignia.

Tripulación de la misión STS-30

Lectura de 27 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 759,5 (Variable). Altocúmulos
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 55%

martes, enero 26, 2016

Guardia de cine: Reseña a «Perdida»

Título original: Gone Girl. Año 2014. Nacionalidad EEUU. 149 minutos. Género: Drama/Misterio. Dirección a cargo de David Fincher. Guión a cargo de Gillian Flynn. Elenco: Ben Affleck, Rosamund Pike, Neil Patrick Harris.

Ésta es una película que te machaca del mismo modo que si no fueras otra cosa que un sparring forrado con cinta americana. A cada puñetazo que encaja en tus costillas mentales, hace desprender de ellas tus ideas preconcebidas que atesoras, acumulándolas como hojas muertas y putrefactas a tus pies. Al final, tras el postrero golpe, te deja totalmente hueco; te embarga el terror de una inusitada desnudez interior. Te has quedado mudo; solo te resta una palabrita rebotando contra las paredes de tu cráneo: Estupefacción.

Es una historia que para nada era la que tenía en mente gracias a su no muy acertada campaña de marketing. Me esperaba algo mucho menos tenebroso y ha sido una grata sorpresa el que me atropellase frente a la pantalla en mitad de la noche; un relato que habría hecho las delicias de Patricia Highsmith y en el que se critica con ferocidad varios aspectos de nuestra sociedad actual, tan vulnerable (posición ocupada de buen grado) ante la manipulación externa llevada a cabo por los heraldos de la difusión de información, que modifican nuestra opinión a mamporro de mando a distancia. Pero también es una denuncia ante la insensatez y también manipulabilidad de esos medios por parte de terceros con menos escrúpulos, simples ciudadanos de a pie que conocen las más oscuras reglas del juego. Aunque, quizá, la alarma que trona con más fuerza es aquella que surge del fondo abisal de las relaciones personales y en las consecuencias que produce un inocente aleteo de mariposa conjugado con la ya referida manipulación, dejando a un integrante de la pareja en una incuestionable e inamovible posición de víctima y a la otra de verdugo; así como la que critica la visión noña del noviazgo eterno.

Las mentiras, el rencor, los remordimientos, el afán de protagonismo y el desperezamiento de una psicopatía latente surge por doquier, en medio de la vorágine que crea una sociedad sorda que grita amparada por un contrato social, pero que disfruta con impúdico, regocijante y sádico pasatiempo del linchamiento colectivo y de la adoración a nuevos dioses de carne y hueso en templos de rayos catódicos y pantallas planas.

Mazazo tras mazazo, la historia va formando un nudo en la garganta del espectador, que le priva de gritar a los cuatro vientos la verdad pues a nadie le importa; estamos sordos y nos contentamos con admirar el “fastuoso” final de cuento, con un castillo de pega al fondo, sonrisas exageradas y perdices envenenadas; con reflejos en una vida perfecta y perfectamente falsa.

Sin duda alguna, otro acierto para el Sr. Affleck, quien con sus limitadas dotes interpretativas ha conseguido un personaje ajustado, a semejanza de su Toni Méndez en Argo; y el guión, que he tenido la oportunidad de leer después y que está firmado por la propia autora de la novela, es simplemente sublime en potencia, aún cuando le puedes buscar varias patas al gato en el aspecto policial y, a nivel más trivial, a los diálogos entre los protagonistas principales, sobre todo en su época de noviazgo, haciéndote la pregunta de si hay alguien hable así.

El ambiente de la película es correcto, más centrado en interiores, aunque no llegue hasta nosotros y con claridad el acoso “a la americana” contra el protagonista, pero está ahí detrás, con su zumbido constante y odioso.

La historia, rebosante de hiel y giros inesperados, se desenvuelve como una bomba de racimo que se precipita sobre nuestra corteza cerebral para devastarla por completo. Negra y de matrícula.

Lectura de 26 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 760 (Variable). Altostratos
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 55%

26 de Enero de 2016





lunes, enero 25, 2016

Relato corto: «Rulfo»

Rulfo era uno de esos perros de raza imposible de averiguar, incluso para los más avezados y sobrados de horas en este digno campo, dando lo mismo el esfuerzo y ganas que empeñara en tal empresa. Por supuesto, Rulfo no era uno de aquellos que, por casualidad, se pasean bajo las faldas de las engalanadas damitas de alto copete, ni de los que son objeto de misterioso deseo para envidiosos, jueces y curiosos; pero, ¿acaso eso le importaba a Manuel? Nada en absoluto. Rulfo era un buen amigo; su mejor amigo.

Tenía el pelaje corto y de color castaño, de hocico a tope de la cola. Tan solo su trufa y sus pupilas oscuras variaban la tonalidad general de su cuerpo, con una brillante y agradable nota de docilidad. Sus ojos siempre tristes y melancólicos lloraban una pena de esas que el sufriente se guarda para sí con falsa avaricia, pues es incapaz de hacerse entender; y que no mermaban la impresión honda que causaban a su dueño y amigo, aún cuando movía su rabo como las aspas de un ventilador a punto de reventar. Una tristeza inexplicable a la vera de su cazo, recibiendo mil y una carantoñas cuando el sol se ocultaba o saltando, de cubierta en cubierta y con una gracilidad asombrosa, hasta llegar al castillo de proa del pesquero Señora de Marineda, en el que Manuel y Rulfo salían a faenar cuando la mar lo permitía.

Allí, el perrito, desde la amura de la pequeña embarcación, se dejaba la garganta raspada con sus ladridos, llamando a bordo a toda la tripulación. Era feliz a pesar de sus ojos pequeños, negros y afligidos.

Cuando el pesquero salía del puerto, Rulfo se pasaba las horas apostado, cuan serviola; pero en vez de otear el incierto horizonte, escudriñaba las profundidades del océano, esperando a que ese espejo oscuro le devolviera reflejos grises pálidos que advertían de la llegada de los juguetones delfines. Los cetáceos también buscaban a aquel animal de color castaño que brincaba y les ladraba en cuanto los divisaba. Manuel se preguntaba si tal vez los delfines serían capaces de entender a Rulfo.

Cada día era diferente pero igual al anterior y Manuel no supo ver que Rulfo iba envejeciendo con rapidez. Cuando quedó a su cuidado, años atrás, el perro había dejado de ser un cachorro; pero llegó la madrugada en la que Manuel no tuvo otra que llevar a Rulfo en brazos hasta su puesto en el castillo de proa: parecía haber envejecido en una sola noche todos los años que había logrado esquivar, como si el peso del Tiempo hubiera caído de un golpe, arrollando en sueños al pobre can.

Lo más penoso fue comprobar que Rulfo ya no buscaba a los delfines y que tan solo ansiaba la relativa seguridad del puente, levantando su angulada cabeza de vez en cuando para contemplar un horizonte cuyos secretos nunca más le interesarían. Ya tan solo quería de la mar la caricia de la brisa sobre su corto pelaje.

—Tan solo es un chucho callejero. Joder, no te compliques, amigo mío —gruñó con desdén Fermín, su mejor amigo entre los hombres que formaban el corto rol del Señora de Marineda.

Manuel tan solo buscaba un poco de apoyo en aquellos momentos en los que veía cómo la vida de su querido Rulfo se iba apagando, pero se encontró con que sus penas aguaban los comentarios socarrones referidos al lamentable juego del equipo de fútbol local en su último partido; el único tema que interesaba entonces. Sus palabras, allí, estaban de más.

El viejo marinero apartó de sí el vaso de vino de garrafa, que le supo más avinagrado que de costumbre; se levantó de su taburete y arrojó un par de monedas sobre la pegajosa mesa para, acto seguido, largarse de la Taberna del Manco para buscar mejor compañía.

Nadie osó frenarle, ni tan siquiera Fermín, que se limitó a encogerse de hombros y a hundir el morro en su vaso. El incidente tan solo produjo un vacío de duración infinitesimal en el normal devenir de la taberna, sin llegar a acallar las conversaciones y el tintineo de la loza y el cristal en el fregadero. La radio chisporroteaba histérica, reproduciendo la voz de un locuaz pero repetitivo locutor, como si no fuera la cosa con él, lo cual era también verdad.

En la Taberna del Manco nadie sabía de la enfermedad de Manuel.

Fuera, en la calle y frente a la puerta de la bulliciosa taberna, sentado sobre sus cuartos traseros y haciendo guardia, aguardaba el viejo Rulfo al viejo Manuel. El animalillo tiritaba de frío, pero ni un gemido se escapaba por entre los huecos que algunas piezas caídas habían dejando libres en su dentadura; daba lo mismo el tiempo que estuviera allí o cuánto descendiera el mercurio: la espera sería siempre insoportable, añadiéndosele así gramos de tristeza a sus ya cargados ojos, pero Rulfo nunca se quejaba.

Manuel se agachó y cogió con ambos brazos a Rulfo. Pesaba y mucho. El dolor se ramificó en las extremidades y a todo lo largo de molida espalda del marinero. El hombre lo ignoró como pudo y cojeó hasta su pequeña casucha, con su amigo a cuestas.

Rulfo dormitaba tranquilo cuando los pasos de Manuel los llevaron escaleras arriba, hasta el cuarto gélido donde esperaba una cama aún más gélida.

Por una noche, Manuel permitiría que Rulfo durmiera con él bajo las sábanas y mantas; así que, con sumo cuidado, dejó al perrillo en el lado derecho del estrecho jergón y, luego, el hombre se metió de un salto, abrazándose a su fiel amigo casi diríase que desesperado. Manuel, en lo más hondo de su ser, sospechaba que se habían rubricado dos finales para aquella noche entre los agostos muros de la pequeña y oscura habitación.
  
—Tan solo es un viejo marinero; otra vida que se apaga. Joder, no te compliques, amigo mío.

Lectura de 25 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 7595 (Variable). Nimbostratos. Lloviendo
  • Termómetro: 14º
  • Higrómetro: 55%

25 de Enero de 2016





jueves, enero 21, 2016

«Take It Easy» Eagles



Well, I'm running down the road 
tryin' to loosen my load 
I've got seven women on 
my mind, 
Four that wanna own me, 
Two that wanna stone me, 
One says she's a friend of mine 
Take It easy, take it easy 
Don't let the sound of your own wheels 
drive you crazy 
Lighten up while you still can 
don't even try to understand 
Just find a place to make your stand 
and take it easy 
Well, I'm a standing on a corner 
in Winslow, Arizona 
and such a fine sight to see 
It's a girl, my Lord, in a flatbed 
Ford slowin' down to take a look at me 
Come on, baby, don't say maybe 
I gotta know if your sweet love is 
gonna save me 
We may lose and we may win though 
we will never be here again 
so open up, I'm climbin' in, 
so take it easy 
Well I'm running down the road trying to loosen 
my load, got a world of trouble on my mind 
lookin' for a lover who won't blow my 
cover, she's so hard to find 
Take it easy, take it easy 
don't let the sound of your own 
wheels make you crazy 
come on baby, don't say maybe 
I gotta know if your sweet love is 
gonna save me, oh oh oh 
Oh we got it easy 
We oughta take it easy

Lectura de 21 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 753 (Variable). Nimbostratos
  • Termómetro: 11º
  • Higrómetro: 55%

martes, enero 19, 2016

Descubriendo el cine (y escribiendo para otro blog)

Dicen que las conexiones neuronales y, por tanto, la (de)formación del pensamiento han de ir a una velocidad igual o equivalente a la de la Luz, pues son meros impulsos eléctricos en sí. Yo, en particular, albergo serias dudas al respecto, pues creo que, en varios supuestos y experiencias vitales, mi lengua les gana por más de un cuerpo de diferencia.

¿Cómo es posible que un mentecato como yo bata semejante récord universal? No lo sé, pero doy debida cuenta, por ser “rumores de primera mano”, de que abro la bocaza antes de pensar, lo cual explica sobradamente mi forma alegre y pundonorosa de meterme en “fregaos” sin venir a cuento.

Una de estas situaciones, dignísimas de estudio y análisis (y que darían parar un capítulo monográfico de la serie COSMOS), lo viví hace tan solo unos días tras mudar de cuerpo y metiéndome dentro del de un sufrido y socorrido entendidillo en materia informática; para ser más exactos, en la plataforma Blogger. Me encontraba yo solventando ciertos problemas técnicos que acuciaban a nuestra querida Su Cañil y su Callejón, cuando vino de sus labios, hechos yemas de dedos sobre el teclado, una proposición misteriosa.

Como el que camina gustoso con los ojos vendados y los pies descalzos, ofrecí mi mano y voluntad a un proyecto cuyo pelaje y tamaño me eran por completo desconocidos, dando perfecta muestra al público de mis excesos de lengua y deslucidos pensamientos.

La proposición era pura inocencia: participar en el blog de Su como firma y articulista; dar mi opinión acerca de un tema. Tan solo eso.

Y cierto es que entonces llegó (tarde, pero llegó) el freno de mi mente; el tener plena conciencia de en qué me acababa de meter con alborozo.

Mi problema no es escribir (es más, ha sido un placer publicar en el muro de Su), sino el que me impusieran deberes (un tema, más bien). Siempre he sido yo quién me los he puesto. Un tema… No… ¡Mi tema! Un pequeño gesto de rebeldía con el que esperaba no provocar enojos ni disgustos.

Tras unos minutos de garabateo con mi disgráfico puño y algo más de teclear, me sumergí en un tema íntimo como es el momento y la forma en la que descubrí mi amor por el cine y que podéis leer en El Callejón de los Canallas y en el siguiente enlace: 


Lectura de 19 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 9,5º
  • Higrómetro: 55%

lunes, enero 18, 2016

Cinco epítetos

Al amparo de las impenetrables sombras que arroja la noche, el animalillo corretea a lo largo de la cuneta, estudiando la situación, sin todavía atreverse a osar plantar las almohadillas sobre la fría y granulada lengua de asfalto que cicatriza sobre la superficie terrosa. Sus pequeñas y dilatadas pupilas atraen con avidez el brillo de los haces de luz que despiden el extraño par de ojos que enfrentan a la negrura las bestias sin patas, que dominan la carretera y desaparecen, dejando tras de sí un zumbido extenuado que se pierde en la lejanía, al igual que el guiño carmesí, advertencia de muerte, de sus luces de posición.

El propio instinto del animalillo, la salvaje necesidad o la arrogancia mal traída le tientan sin piedad. Sabe que tarde o temprano sucumbirá: tendrá que cruzar esa maldita carretera y otras muchas más. Es posible, aunque poco probable, que ese patético animalillo en cuestión conozca a la perfección a qué se está arriesgando, a qué se enfrenta si no se percata de la llegada de otra bestia con ruedas o calcula de forma errónea su velocidad. Un leve contacto de su carne blanda contra el duro metal y adiós. Se acabó el corretear por la cuneta. Hola a ser una mancha grumosa de vísceras y sangre a la espera de desvanecerse.

En ciertas ocasiones, los más afortunados y, ¿por qué no?, los más audaces cruzan esa carretera y sortean con éxito apabullante todos los peligros hasta la siguiente ocasión en la que tengan que jugarse el pellejo. 

Un escritor es justo como ese animalillo del que hablo y que examina con cuidado y olfatea la carretera que se extiende delante de él, cortándole su propio camino natural. El símil puede que no sea muy acertado o agraciado, pero el otro que tenía en reserva para comenzar este artículo se refería a la figura grotesca de un exhibicionista, que se pasea por un parque con solo una gabardina y un cuerpo de palabras, mostrando su cráneo y su corazón, abiertos de forma violenta para que cualquiera alargue el brazo y coja un pedazo que llevarse a la boca.

Un animalillo que quiere cruzar una carretera puede ser la imagen más aproximada que concentre la tensión que vivimos los escritores cuando queremos pagar el peaje de exponer nuestros trabajos al gran público.

Y una simple anécdota (término éste demasiado inocente para encerrar en ocho letras una historia), que viví a raíz de alzarme con el primer premio en el II Concurso de relato corto de la Biblioteca Antonio Odriozola de Pontevedra, me va a servir, en bandeja de plata y con canapés, la posibilidad de escribir esta entrada y materializar en bits la certeza, el miedo y la rebelión en lo más hondo de mi ser, y que llevo largo tiempo queriendo expresar.

Al igual que los otros dos ganadores del Concurso, mi pequeño relato obtuvo el honor de ser expuesto en formato papel, para quien quisiera leerlo de una forma más natural, en todos los tablones de anuncios de la biblioteca, distribuidos planta a planta; y así estuvieron durante largas semanas de soledad cuando nadie les prestaba la menor atención, demasiadas a mi entender, pues estas cosas son de rápido marchitamiento en un mundo como el que nos ha tocado en suerte: acelerado y superficial, de sentimientos de dos minutos.

La última vez que vi expuestos los tres relatos en el tablón de anuncios de la segunda planta, destinada ésta a usuarios adultos y a lectura, un trazo endeble y azulado había dejado en la portada de mi pequeña obra la opinión indeleble de un lector no identificado que, con cinco epítetos que supongo que maneja a la perfección, despellejó sin miramientos la historia y mi forma de narrar. Tan solo recuerdo con pálida certeza uno de ellos: «pretencioso»; y su crítica era la típica y común, por desgracia, que se puede encontrar últimamente en nuestra sociedad de dos minutos: cobarde y lineal, sin fondo y demostrativa de una vergonzosa falta de conocimiento literario (y no lo estoy afirmando por pura vanidad, así que ruego que me concedan en beneficio de la duda y unos cuantos párrafos más).

En un primer instante, tras esa primera y única lectura de una opinión tan legítima como insignificante, me hizo gracia; una gracia de éstas tan feroces que te obligan a reír por dentro a mandíbula batiente como un idiota, con peligro incierto de partirse los dientes de tanto castañetear (recordemos que hay que mantener el silencio más o menos exquisito en las dependencias de la biblioteca), pues había llegado a mi centro neuronal un pensamiento tan rápido como lógico: «Qué me importa lo que pienses tú, si he ganado el primer premio».

Y el solaz privado continuó a base de bien a costa de mi malintencionado crítico pues, en su espesa niebla intelectual, no se había dado cuenta (ni por asomo) que la narración de mi relato seguía los estándares de la época en la que se ambienta la historia y, lo que es más sangrante viviendo en Galicia (donde toda expresión literaria se ve condenada a quedarse en inepto lagrimeo de imprenta), que es un nada disimulado homenaje a una de las grandes de nuestra literatura: doña Emilia Pardo Bazán.

Pero me avergüenzo de mí mismo por lo que a continuación sucedió: mi ánimo y mis pensamientos se tiñeron de bruma, me intoxiqué por plomo de palabra. En cuanto el aceite chistoso se agotó en la lámpara, me di perfecta cuenta de que había una parte de mí ser a la que no le había hecho la menor gracia ese ataque (que no crítica) y que había gritado de rabia sin parar, aunque enmudecida ante la portentosa carcajada de mi yo más salvaje y lógico. Me sentí fatal, depresivo, en cuestión de minutos; la enfermedad me acompañó durante todo el fin de semana y parte de los días siguientes, tanto que hasta puse oídos a una tentadora voz interna, tan cobarde como mi desconocido opinador, que trataba (una vez más) de convencerme de que estoy perdiendo el tiempo escribiendo, que estoy ensuciando al mundo con la peste de mis ideas. Así de simple fue la tontería, el roce de mi frente contra el parachoques de un vehículo que hendía la carretera; quise arrastrarme hasta la cuneta y, tembloroso, recogerme en mi madriguera y morir a los ojos de todos; dejar de lado eso que, para mí, es lo único que me hace sentirme libre de verdad, que quiero hacer todos los días: privarme del placer de hilar letras, palabras y frases para crear un universo del que no soy un mero espectador.

Es curioso cómo reacciona ese ser sobrecogedor que es nuestro amor propio. Incluso cómo puede llegar a vislumbrarse la posibilidad de emular a una heroína del Romanticismo y arrojarse a los brazos del veneno cuando se le priva de la flor de su ardoroso capricho, desmayada y dispuesta a enfrentar el pago a Caronte.

Habrá por estos lares quien considere legítimo este escarmiento del que he sido centro, este golpe bajo recibido en soledad, pues yo también soy de los que en su frente de preocupaciones se busca la distracción de poner la puntilla a las obras firmadas por otros en las secciones correspondientes de este meritado blog nuestro que es El Navegante del Mar de Papel. Podría bien decirse, con todo el aplauso que merece, que es el escarmiento del crítico criticado; pero esas cinco ridículas palabritas, hechas a primera sangre con filo herrumbroso, no pueden ni considerarse una crítica; mi rutilante noadmirador no está investido con el privilegio divino de emular a cierto objeto de deseo de odontólogo que milita en la actualidad en Fútbol Club Barcelona con el dorsal número 9 a la espalda: «sos un desecho». Sí, eso es.

Yo no visto las cintas de la prosapia pedante ni arrugo la nariz como si todo apestara a zaquizamí abandonado a la humedad y a las alimañas invisibles. No soy un fantoche de palos y telas carcomidas por un complejo de superioridad, un monigote basto con una sonrisa pintada como un garabato en la cara y unos ojos muertos cosidos sobre el hocico. No. Yo escribo pues es mi válvula de escape y lo hago también para quién quiera leerme; pero no para que me juzguen a las bravas con una frase y por una frase tan solo.

Cinco palabras no son nada contra las cuatrocientas como mínimo que dedico cada vez que desgrano un libro, película o lo que sea; algo que tampoco ha de entenderse aquí como mi defensa, pues suena tan fácil como flébil, a vacua barrera de papel sobre la que arroja ahora sombra mi puño armado con un bolígrafo.

Cuando reseño una obra saco a la luz lo malo y lo bueno, pero no me veo satisfecho con la corta fanfarria de una lista corta de amorales epítetos. Empleo la masa gris para ser algo más que un diccionario para afectados graciosillos, hecho con recortes y encuadernado de mala manera. Busco el valor de lo que tengo entre manos, no su vulgar precio; no voy de rebajas de capitalismo mental, sino que trato de encontrar el espíritu humano que encierra cada construcción que anhela ser perpetuada.

Pues ni lo excelente se ve libre del acoso inmisericorde de defectos embozados, ni lo censurable carece de elementos elevados, buen tino y oportunidad en algunos de sus pasajes. Las cosas claras y el chocolate espeso, queridos amigos míos.

Estoy harto de esa cohorte de nombres difuminados, de anónimos y voces agudas de coro griego que, a cada paso que doy, salta con su risita de pechopaloma, acompañada por una congénita inutilidad y torpeza, ocultas gracias a la falsa llama cegadora de diosa de cartón piedra. Sí, harto de que haya quien crea que su opinión, funesta y raquítica, tenga derecho a destruir cuando no es capaz de construir nada; harto de la pobreza vil y de la insidia.

¿Es esta mi pataleta, mi forma de reaccionar ante una tontería? ¿Por qué no hago méritos del refranero castellano y pongo oídos sordos a palabras necias? Pues porque es imposible, salvo para aquellos superhombres de bien o los viles de baja condición moral, el interpretar sin mácula el «ríase la gente, ande yo caliente». La educación que he recibido en mi casa choca de frente contra ese muro de hormigón y necios, que me cortocircuitea el raciocinio y me presenta pruebas cada vez más tangibles de mi completa desvinculación con la sociedad que me rodea.

Como escritor que llevo siendo desde hace varios años, por supuesto que no es la primera vez que topo con un crítico zafio y desmañado, contrario a mi trabajo y que despacha con una línea. Y cierto es que todos los que le damos a las Letras tenemos como compañeras a las señoritas Arrogancia y Petulancia, pero éstas se quedan bien calladitas en mi caso cuando la crítica señala lo que está mal y aporta incluso una solución. Odio a esos adalides de la mediocridad y tiramocos de cinco epítetos demasiado bien escogidos, que eyaculan precozmente tachaduras que cubren desde la primera hasta la última línea de una obra ajena con una frase que consideran original, graciosa, la triunfadora de la temporada; quienes disfrazan de sinceridad lo que es pura y llanamente falta de criterio objetivo, sagacidad y análisis crítico; quienes, como indoctos espectadores de palco y consumidores bulímicos de risa jactanciosa, consideran privilegio de cuna el opinar tras unas gafas de pasta sin lente.

Estoy más que harto de llevar toda una vida escuchando a mis espaldas la carcajada susurrada, el mensaje hostil hacia todo lo que hago, de boca de gente que me conoce o sabe nada de mí en absoluto, como si la mención sola de mi nombre fuera señal concertada para que sus caras acartonadas se abran con sonrisas pestilentes y sus esqueléticos y acusadores dedos dirijan sus sarnosas burlas hacia mis hígados; sabedores, cuan sabuesos, de que todo mi ser destila la enloquecedora fragancia de la presa débil y fácil: alguien a quien abatir por diversión y creerse superior.

Si queréis despellejarme, hacedlo con bisturí, no con navaja de bandido ataviado toscamente de señorito. Pero, por muchas veces que caiga por las escaleras de la depresión y de la fragilidad de espíritu, mis manos nunca se resignarán a los barrotes que vuestra mezquindad trata de construir a mi alrededor, a vuestros golpes bajos. No pienso renunciar a algo como es mi libertad.

Lectura de 18 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 9,5º
  • Higrómetro: 55%

18 de Enero de 2016



viernes, enero 15, 2016

Lectura de 15 de Enero de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 757,5 (Variable). Cúmulos
  • Termómetro: 11º
  • Higrómetro: 55%

15 de Enero de 2016





jueves, enero 14, 2016

«Lazarus» David Bowie




R.I.P.

Look up here, I'm in heaven I've got scars that can't be seen
I've got drama, can't be stolen
Everybody knows me now

Look up here, man, I'm in danger
I've got nothing left to lose
I'm so high it makes my brain whirl
Dropped my cell phone down below
Ain't that just like me?

By the time I got to New York
I was living like a king
Then I used up all my money
I was looking for your ass
This way or no way
You know, I'll be free
Just like that bluebird
Now ain't that just like me?
Oh I'll be free
Just like that bluebird
Oh I'll be free
Ain't that just like me?

Lectura de 14 de Enero de 2016 a las 1200 horas



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14 de Enero de 2016




miércoles, enero 13, 2016

Unas palabras sobre el crucero acorazado Cristóbal Colón

El Cristóbal Colón el día de su botadura en Génova

Tan solo dos palabras unidas de forma irrevocable y que significan tanto: Armada española. Algo tan nimio a priori puede encerrar miles y miles de historias, muchas de ellas con nombre propio. Victorias y gloria, pero también derrotas e impotencia. La del crucero acorazado Cristóbal Colón es una de las encuadrables entre estas últimas*1.

El Cristóbal Colón fue aquel último navío de la escuadra del almirante Pascual Cervera en sucumbir en Santiago de Cuba durante la larga jornada del lejano 3 de julio de 1898, el mismo que los artilleros yanquis dejaron para el final a propósito, pues era un buque muy ambicionado para su posterior recuperación y alta en la US Navy (del mismo modo que debieron hacer con los otros tres grandes cruceros españoles derrotados aquella mañana: Infanta María Teresa (con este casi lo consiguieron, aunque se hundió en Bahamas durante el viaje hasta EEUU tras su recuperación), Vizcaya y Almirante Oquendo); un grácil navío que fue enviado de forma irremediable al matadero sin montar su artillería principal, lo cual lo convirtió en un lobo desdentado*2.

Aquel día de verano de 1898, haciendo honor a la sentencia que se atribuye al brigadier d. Casto Méndez Núñez, «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra», e, incluso, a las propias palabras del ya fallecido Cánovas del Castillo de que los navíos de la Armada se construyen para combatir, salió a por todas.

Al contrario de lo que muchos “expertos” y derrotistas se empeñan en dar por cierto, coreados de sus esputos largados desde lo alto de sus púlpitos levantados sobre siglos de acumulación de detritus provocado por un complejo de inferioridad y de Leyenda Negra, nuestros buques estaban en la mar y no precisamente para ser meras comparsas risibles. Cierto era que nuestra Marina de guerra no era comparable a la inglesa, dueña y señora de los mares, o a la novísima que enarbolaba el pabellón de la Unión (¿qué culpa teníamos que aquellos cañones fueran capaces de mantener un fuego más nutrido que el nuestro?); pero era una Marina a tener en cuenta y con un cariz preventivo, que seguía los postulados técnicos de la guerra naval del momento y que podía dejar más de un ojo a la virulé; uno no se podía enfrentar a ella subestimándola y esa era su mayor virtud como arma de defensa del reino.

El Colón momentos previos a embarrancar en playa Mula, en la desembocadura del río Turquino.

Nuestro Cristóbal Colón seguía la línea tradicional italiana, cuyo máximo exponente fue el magnífico Andrea Doria; y pertenecia a la clase Giuseppe Garibaldi, muy popular a lo largo del globo, pudiéndose admirar buques gemelos no solo en la Armada italiana sino en las Marinas argentina (quien tuvo cuatro unidades bajo su bandera, aunque pudieron llegar a ser seis) y japonesa (los Kasuga y Nisshin)*2.

Resultó que el Cristóbal Colón fue el cuarto  crucero de combate de la Escuadra del almirante Cervera que dejó en ridículo a la US Navy al romper el férreo bloque a Santiago de Cuba e internarse y resguardarse en su bahía. Las intenciones de Washington eran las de capturar casi indemnes a los cuatro buques y adscribirlos a su Lista, pero el sonrojo internacional que la audacia de Cervera provocó en las mejillas del secretario de Marina y del presidente MacKinley, obligó a dar una severa respuesta bélica a los españoles; eso sí, salvando en lo posible a los buques para su posterior recuperación (que resultó del todo estéril).

Cuando el 3 de julio de 1898 la escuadra española salió al encuentro de la Marina estadounidense, poniéndose a tiro de pato de feria, los dos pequeños destructores Furor y Plutón fueron atomizados a base de granadas y proyectiles; sin embargo, los cuatro grandes navíos siguieron camino tanto como pudieron, siendo que todos los impactos que recibieron se destinaron exclusivamente a silenciar sus cañones y a barrer sus cubiertas.

Quizá por su falta de artillería principal y potencia, el Cristóbal Colón consiguió poner más millas que sus hermanos, pero acabó siendo cazado. Sin posibilidad de escapatoria, los españoles no iban a vencer al Colón tan fácilmente y recurrieron a una táctica tan legítima como extendida en la guerra naval: hundir el propio navío.

Es posible que en el puente del Colón se percataran de las intenciones del enemigo. Tal decisión de los oficiales del Colón soliviantó a los norteamericanos, pues estos últimos consideraban que la acción de abrir las válvulas fue posterior a la rendición del buque y era deshonesta. La tensión en cubierta fue insoportable, tanto que éste no fue el único rifirrafe entre vencedores y vencidos. Sin duda alguna, el haber perdido así un buque casi intacto era la puntilla final a un desencuentro que Cervera había provocado al reírse de ellos empleando todas sus buenas artes como marino y guerrero días atrás.

Casi de inmediato, apagados los fuegos, comenzaron las tareas de recuperación de los cuatro grandes navíos, pero el interés menguó a las pocas semanas pues se consideraba un esfuerzo fútil. Muestra de ello es que los pecios del Colón, Vizcaya y Almirante Oquendo siguen allí, retorcidos por la acción de la oxidación y acariciados por las olas; tumbas silenciosas de marinos españoles y hogar de los coloridos habitantes del mar Caribe.

En el pecio del Colón.

Me gustaría cerrar este ridículo, por pequeño, artículo dedicado al crucero acorazado Cristóbal Colón con las palabras que capitán de navío D. Emilio Díaz Moreu dirigió las siguientes palabras a sus hombres, a la nación y al mundo, en Génova, el 16 de Mayo de 1897, cuando el navío fue entregado a España:
Por primera vez ondea en el asta de popa la bandera nacional; cada uno de los hilos de su tejido representada para todos nosotros el pueblo en que vimos la luz; cada uno de ellos grave en nuestra memoria el recuerdo de la casa en que nacimos, del hogar donde nuestros padres, nuestros hijos, nuestros parientes, sienten el vacío de los que, lejos de la Patria, a bordo del acorazada para cuyo mando he tenido la honra de ser nombrado por SM, están llamados a sostener siempre el honor de la Patria, sea en las épocas de paz, sea en las de la guerra.
Se ampara con esa bandera el nombre de un genovés inmortal que, alejado de su patria, encontró en la nuestra un pueblo valeroso, cuya legendaria generosidad no vaciló en facilitarle vida y hacienda para acometer la más grande de las empresas, realizando con tres naves el descubrimiento de la América, donde nuestros antepasados llevaron la civilización, nuestras costumbres, nuestro idioma, nuestro espíritu, nuestra sangre.
Ese mismo escudo se reflejaba en la estela de la nave y alentó a aquellos sus tripulantes que, al mando del insigne guipuzcoano Juan Sebastián Elcano, daban por primera vez lal vuelta al mundo; con esa misma enseña y en este mismo mar Mediterráneo nuestros buques ganaban, con pérdida de sangre generosa, la victoria de Lepanto; ésa fue la misma con que combatimos, con honra nunca desmentida, en el cabo de San Vicente, en Trafalgar, en Cartagena de Indias; esa misma bandera ondeaba en la popa de los bajeles con los que nuestros padres conquistaron a Ceuta y la Goleta; con ella combatimos en África, acallando los fuegos de las baterías de Arcila y de Larache, hasta llevarla a ondear victoriosa sobre las murallas de Tetuán conquistada; con ella, emulando antiguas glorias y reverdeciendo laureles, daba también la vuelta al mundo el primer buque acorazado, la Numancia, después de capitanear la escuadra que ganaba la victoria ante las baterías del Callao al mando del almirante Méndez Núñez; a ella dirigieron su última mirada los desgraciados tripulantes del crucero Reina Regente, muertos en cumplimiento de su deber, como tantos otros, en lucha con los elementos; siguiéndola siempre, desplegada en nuestros buques, la defiende hoy, con nuestro histórico valor, con el mismo menosprecio de la vida que caracteriza a nuestra raza, con el heroico sufrimiento de siempre para soportar las penalidades de todo género, 250.000 hermanos nuestros y compañeros de armas en tierra y en el mar en la isla de Cuba, y otros 50.000 en las islas Filipinas, donde, a costa de nuestra sangre, se mantendrá siempre enhiesta y victoriosa; con ella igualmente empieza hoy para vosotros el deber de mantenerla y el firme propósito de que jamás se arríe en el combate sino cuando ni uno solo siquiera de nosotros quede con vida para defenderla, seguros de que nada hay tan hermoso como caer envuelto entre sus pliegues, enrojeciendo aún más con la propia sangre sus colores.
Señores jefes, oficiales, clases y marineros del Cristóbal Colón, saludémosla por la primera vez con los mismos vivas pronunciados por nuestros antepasados en la larga y brillante historia de nuestra Marina, con los que resuenan hoy en los campos y en las aguas de Cuba y Filipinas, con los que reanimaremos nuestro espíritu cuando empeñemos combate en su defensa:
¡VIVA ESPAÑA!
¡VIVA EL REY!
¡VIVA LA REINA REGENTE!


Lectura de 13 de Enero de 2016 a las 1200 horas



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13 de Enero de 2016





martes, enero 12, 2016

Guardia de literatura: Reseña a “2001, una odisea espacial” de Arthur C. Clarke

Un “inocente” relato corto, mas de inquietante trama, intitulado «El centinela», sirvió de base para que Stanley Kubrick escribiera y dirigiera la más iconográfica de las películas que pueblan su carrera y, sin duda, del género de ciencia-ficción. Con la participación activa del autor Arthur C. Clarke, se compuso una extraña obra de ciencia-ficción dura, psiquedélica y hermética como pocas, en la que se rompe una pica a favor de la teoría de que no estamos solos en el Universo y de que en el nacimiento y evolución de la especie humana intervino directamente una inteligencia superior extraterrestre; hablando en plata: dando por ciertos, con base científica, los mitos de los dioses instructores; aunque, sin embargo, la psicosis que florece en el seno del frío y siniestro computador HAL 9000, lo termina colocando a la cabeza del elenco de protagonistas casi sin querer.

Debido al éxito arrollador de la cinta de Kubrick, Clarke se vio obligado (o aprovechó la excelente oportunidad) de alargar el relato de «El centinela» y ajustarlo a las novedades cinematográficas. Hay voces que han impuesto (más que sentar) cátedra dando lectura a la novela de 1968 como la novelización de la película, mas esto no es cierto, pues el autor nos aporta gran cantidad de información e introduce variaciones respecto a lo que se contempla en pantalla

No recuerdo en estos momentos si llegué a leer en el pasado «El centinela» más allá de unos contados párrafos. Me vienen a la memoria que el monolito era un triángulo y que la nave con rumbo a los confines del sistema solar era descrita literalmente como una pesa o mancuerna (torpe y un tanto triste, la verdad). Por ello, no sé si las divergencias que he observado ya están contenidas en el relato corto o son aportes nuevos; y digo divergencias pues, por ejemplo, no recuerdo que, en el filme, Dave Bowman diera, tras salir de la Puerta de las estrellas y antes de “aterrizar” en la suite de hotel (cuya existencia es completamente explicada en la novela), con un gigantesco espaciopuerto alienígena abandonado siglos atrás.

Clarke, como científico que fue, no escribe al azar inventándose tecnología estrafalaria o solo posible en una mente fantástica o fantasiosa. Nos habla de una tecnología real y plausible, poco más allá de las predicciones futuristas de los elementos con los que se contaba ya durante las décadas de 1950-1960. Sus descripciones son muy duras, complejas y completas: vida diaria de los astronautas, lanzamiento de sondas, observaciones astronómicas, etc. En ningún momento se atisba elemento fantástico alguno más allá de la pura ficción de la historia en sí, ni siquiera cuando expone ante qué tipo de inteligencia alienígena cree que Bowman se encontrará al final del camino, siendo que, para ello, recoge las tres teorías existentes y toma partido por una de ellas: seres con forma humanoide, pues se postula como la que más éxito podría tener (aunque sea en nuestro mundo); seres con forma que no tiene porqué ser de humanoide, pues todo depende de la capacidad cerebral; y seres que han trascendido a su propia condición mortal y a la materia, primero trasladándose a cuerpos mecánicos o artificiales y, luego, libres como formas de energía muy poderosas que recorren a voluntad el Universo. Clarke se inclina por esta última opción.

Como dije antes, Clarke se sirve únicamente de la tecnología existente y en ningún momento son descabellados sus pronósticos de colonización de la luna para finales del s. XX, pues un chaval de diez años que pudo maravillarse al ser testigo del primer vuelo de los hermanos Wright, pudo haber sentido bien hondo el horror de las V2 nazis y, antes de cerrar los ojos por última vez, contemplar a través de su televisor la llegada del hombre a la luna.

Debido al eminente cariz científico puro de la novela, resulta complicada de masticar aunque Clarke sea capaz de retener la atención del lector. Reconocemos ciertos momentos tediosos, pues de la ficción se pasa a una especie de libro de texto y la conciencia del tiempo en la misión espacial de la Descubrimiento es claustrofóbica. Esto tampoco es que sea algo como para tener muy en cuenta, pues Clarke crea una obra tremendamente realista y nada desproporcionada o ridícula a nuestros ojos de “monos” del año 2016, aún anclados en la Tierra.

Quizá el elemento negativo de la novela, más allá de la pobre experiencia que puede resultar para un lector escasamente formado en el campo científico, sea el propio final que es precipitado y con un desarrollo inseguro. A nadie se le escapa que Bowman ha sido modificado y que no se ha detenido en el siguiente paso natural de la evolución humana, sino que es algo más, pero Clarke, en mi opinión, no es capaz de explicarlo con la profundidad y rigurosidad suficientes.

LAS MEJORES NOVELAS DE LA LITERATURA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA
2001, A Space Odyssey
1968. Arthur C. Clarke y Polaris Productions
Primera edición. 2002
ISBN: 84-96075-28-1
284 páginas

Lectura de 12 de Enero de 2016 a las 1200 horas



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12 de Enero de 2016






lunes, enero 11, 2016

Adios, David



No resulta agradable dar comienzo a los trabajos en nuestro Navegante del Mar de Papel y toparse la misma mañana con la noticia del fallecimiento de David Bowie; un adiós prematuro a nuestra última referencia musical de peso. Un fin inesperado, como todos cuando la parca Morta deambula sin descanso en connivencia con la silente víctima.

¿Qué le podría decir yo desde aquí a David Bowie? No soy nadie, pero... tantas cosas desde un corazón que hacía relativamente nada que lo conocía; que se había zambullido con ansia en su obra, en todas y cada una de sus palabras, con la ternura e ilusión propias del neófito musical que se emociona escuchando Space Oddity o que flipa con Hunky Dory y busca todos sus discos por donde sea, con la sana intención de coleccionarlos todos sin arruinarse.

Cada día somos testigos de un desastre inminente, de cómo se tambalea más esta torre de Babel cultural, antaño firme, pero cuyos pilares se van sumergiendo en el cieno; y mi odio sedicioso hacia el cáncer crece aún más si cabe, aunque ese odio vaya con la misma fuerza que la velocidad de la luz: imposible de aumentar porque va a la mayor potencia del Universo. 

Me parece hasta una sonrisa postrera de David que su último single fuera Lazarus.

Querido amigo, son muchas las cosas que podría decir, pero pocas las palabras que puedo ordenar en mi cabeza ahora mismo. Nos veremos algún día flotando sobre nuestras tin cans, más allá de la órbita de la Tierra, entre las brillantes y extrañas estrellas, como espero hacerlo con mi madre.

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11 de Enero de 2016