miércoles, septiembre 06, 2023

LGTBIQA+, con “H” de Hipocresía y “E” de Estereotipo

Me pongo a trastear, jaleado por mis ideas de histrión, tras el eco final de las fanfarrias y los timbales con los que, como cada junio, a modo de nueva Navidad, nos machacan oídos y ojos con motivo del Día del Orgullo gay.

Me gustaría comenzar dejando las cosas bien claras. Lo digo sin tapujos: como heterosexual nunca he tenido problema alguno con las personas que se consideran del colectivo. He conocido y mantenido relaciones de amistad y compañerismo con personas homosexuales, abiertas o discretas, y, repito, me ha dado igual, siempre y cuando cuenten con mobiliario de verdad sobre los ojos, como con todos. Me la refanfinfla lo que cada uno haga con sus bajos. A mí sólo me interesa lo que hay en su cabeza y su capacidad individual por contribuir al conjunto: aquello en lo que es bueno y capaz. Yo anhelo lograr una complementariedad global. No estoy para preocuparme por si le va el pescado, la carne o la verdura. Las inclinaciones sexuales no van a provocarme mejor o peor juicio sobre fulano o mengana.

Y bien sabéis que mis artistas favoritos son David Bowie (que probó de todo) y Freddie Mercury (quien se nos fue por el SIDA), dos grandes … Y mencionar a la cabeza más visible del conjunto de rock Queen me sirve para agarrarme con fuerza al siguiente cabo, porque en ese esperpento de siglas y gama de colores Alpino del LGTBIQA+, falta la aportación de la “h” de hipocresía con respecto a la supuesta y novedosa, a la par que sorpresiva, aceptación belicosa del colectivo por parte de todo bicho que se menee. ¿No os suena otro tanto con el tema del racismo? 

Mercury, como iba diciendo, me sirve para poner el acento en la hipocresía y para viajar al Pasado, vicio solitario o no tan solitario que nos gusta sufrir en demasía. Cuando Freddie Mercury falleció, mi hermana, con sumo esfuerzo, compró las dos cintas de casete que conformaban el Queen Greatest Hits II. Ya por aquella época, a mí me molaba lo que se filtraba por el altavoz de la vieja radio familiar. Tanto que se me ocurrió la “fabulosa” idea de llevar una de las cintas al colegio, a una asignatura en la que nos dejaban poner música. Me sale regurgitada de la mollera que era en clase de “Plástica”, pero no estoy nada seguro. Y digo “fabulosa” idea porque fue un sonoro error, pues, ya de entrada, uno de mis compañeros de aula (a saber quién), me espetó que aquello era música de un “puto maricón sidoso”. La algarabía fue digna de constar en los libros de Historia. Sé que es una anécdota ya repetida en este foro, aunque nunca mencioné que por culpa de mi desliz estoy convencido que debí acabar en la lista negra de los “simpatizantes de los invertidos”. No sé, pero es que estaba en un colegio religioso de los años 80, y es algo que como que me persiguió buena parte de mi juventud pues, como mis amistades más íntimas siempre fueron masculinas, me da que me colgaron el sambenito de homosexual sin tener ni puta idea de mi vida y mis inclinaciones personales.

Avanzando en el almanaque, ya entrado en la mayoría de edad, ¿cómo olvidarme de aquel gañán que tenía el hocico de zorro metido hasta el fondo en las Juventudes del PSOE? Sí, también fue un momento histórico, del que tuvo que haber sido testigo también algún cronista de la categoría de Fernando del Pulgar y haber escuchado la exhortación, al calor del café mañanero, de que cogería a todos los maricones y los quemaría en las plazas como parte de espectáculos públicos.

¿Acaso algún necio cree que mis coetáneos de entonces han cambiado de ideas a fecha presente? No. No seamos tan ingenuos. Flotamos en un mar de hipocresía domeñado por unas caprichosas mareas. Mareas que, como en todos los casos, suben y bajan.

La aceptación “global” del Colectivo por parte de los cuarentones hacia arriba es una forma de supervivencia ante una efímera presión social (efímera, pero peligrosa), porque hay que seguir respirando, ¿no es así? El instinto de conservación obliga a compartir cama con extrañas parejas, más si cabe cuando lo LGTBIQA+ ha logrado una cuota de poder que nadie sabe de dónde ha salido, a dónde irá ni cuánto durará. Puños de hierro y tachuelas pintados de rosita que lucen alfiles totalitarios y fascistas que campan a sus anchas y con hojas de parra por la nueva utopía. Esta policía política sin placa, de esvásticas serpenteantes, que llegan a considerar homófobo al heterosexual que conozca a una mujer transexual y, desconociendo previamente su condición, cuando se “bajen los telones” y se descubra “el pastel”, se niegue a tener sexo y, para más INRI, a hacerle una felación. Cosas así.

Quizá no venga a cuento, pero es que, tras el anterior párrafo sobre lo de la supervivencia, me viene a la cabeza aquel chiste muy conocido por Bilbao y que retrató una realidad: «¿qué sucedió el 21 de noviembre de 1975?, que todos los falangistas se apuntaron al PNV».

Aquí diría que sucede algo parecido.

¿Y qué hay de esa aceptación por parte de los pipiolitos menores de 40? Otra farsa que galopa entre la hipocresía más biliosa y la moda más deleznable. Moda, sí. Porque esto de que todo quisqui ahora no sepa ni dónde meterla huele más a postureo que a trasfondo real.

Lo único cierto es que vivimos dentro de una campana donde impera un badajo al son de una machaconería sin gordos cargados de regalos: buenas intenciones, amplias sonrisas… todo cartón piedra, lo cual nos puede abocar a un futuro desastroso del que los propios miembros del Colectivo serán las víctimas más desgraciadas. Soy muy dado a la literatura distópica y, entre la corriente, veo aflorar las algas del hartazgo en medio de un panorama desagradable en el que el que no sea homosexual y demás es el raro, es extraño… Un enemigo a abatir si no se pliega. Por desgracia (y quiera Dios que no), puede que el giro sea de 180º y se acabe repitiendo la experiencia de la colonia agrícola penitenciaria de Tefía y otras similares.

Pero, ¿puede haber, aparte de la hipocresía más espinosa, una razón inconsciente que nos ha conducido a la forzada aceptación y naturalización de inclinaciones sexuales alternativas? No deja de resultarme curioso que este movimiento se dé principalmente en países occidentales desarrollados y democráticos, donde los ciudadanos hemos adoptado una postura benévola a favor del freno natal. Yo, como muchos, soy soltero y sin hijos (y ni pienso traerlos a esta mierda de mundo, la responsabilidad me superaría), un colectivo que no es precisamente digno de ninguneo y que, si lo sumamos al propio LGTBIQA+, acabará conduciendo a una notoria merma estadística de población. ¿Es todo esto una solución/respuesta automática y social frente a la superpoblación y la inminente escasez de recursos naturales y de alimentos? ¿Es posible que, como masa, la aceptación abierta de individuos con tendencias sexuales no heterosexuales e, incluso, transexuales y esterilizantes, pretenda ser la piedra angular de la ruptura total con el crecimiento poblacional? Qué locura, ¿no? 

Pero no me como la cabeza: me quedo más con la “h” de hipocresía, la cual, siendo muda, enlaza a la perfección con la “e” de estereotipo. Ambas letras hacen una bonita pareja bailando un tango barriobajero, pues la hipocresía se crece gracias al estereotipo, y tan solo me gustaría mentar unos ejemplos:

1.- Como residente en Pontevedra, el Concello ha vuelto a las andadas con el Día del Orgullo gay que, en realidad, son unos cuantos días aquí. Aparte de los arcoíris por todos lados, para hacerte sentir que caminas por las calles de Villa Unicornio, está el plato fuerte de cada año: una carpa en un recodo del río Gafos donde, durante todo el día y parte de la noche, se pincha música “chumba” para bailar y mariposear. ¡Claro que sí! Porque a los gais y demás elementos sólo les interesa la fiestuqui, en camiseta de tirantes y short de color rosa, a golpe de sesión de DJ. No tienen otras preocupaciones: no tienen trabajo; tampoco problemas financieros, de salud, familiares, etc. ¡El estereotipo al poder! Es que estos chicos alegres se contentan con poco, ¿verdad? Y nosotros también. Unos disquitos y ya hemos calmado nuestro corazoncito con la buena acción del mes de junio.

2.- Dándole a la tecla no puedo dejar de recordar uno de los anuncios (uno de tantos), del infame Ministerio de Igualdad donde sentaba sus posaderas la reina de corazones Irene Montero, monarca de un reino de naipes dentro de los límites de la España de las Maravillas; la misma Montero que se lo monta e intercambia fluidos con uno (¡alerta!, ¡arcada inminente!), al que no le importaba recoger las limosnas de un régimen que hace colgar a los homosexuales de grúas de obra. Me refiero a ese anuncio que llevaba la leyenda de “Spain is orgullosamente different”. Unos insufribles segundos en los que se hace la ola en el Maracaná al estereotipo de forma tan burda que ni el más carca se atrevería a imaginar con tanta desvergüenza: una anciana le habla a su hermano fallecido de la España de ahora, “más abierta”, donde él podría haberse sentido “más libre” para expresarse conforme a su sexualidad. Y, ¿cómo conocemos al hermano? Fácil: a través de una fotografía en blanco y negro de la Mili, luciendo el tipo un buen mostacho de macho, como si fuera el jodido integrante perdido y español de los Village People. Ya podrían haber aumentado el álbum fotográfico con otras instantáneas, con el buen señor, junto con otros compañeros de quinta, desatascando tuberías... Algunos os llevaréis las manos a la cabeza ante mis palabras… Incluso mi padre se dejó bigote mientras hacía el servicio militar, pero ya me entendéis, ¿no?

Y el anuncio sigue y termina con el pasacalles de banderitas que parecen un catálogo de pinturas y mariposeo, porque no es cuestión de decir “mira, tío, entérate, son personas como tú y yo, son médicos, policías, maestros, cajeros…”. No, la cuestión es hacer el payaso.

3.- Llevaba tiempo queriendo hablar de esto y, vaya, esto me sirve de magnífica excusa para darle al tema: desde hace un tiempo, en la biblioteca pública de mi localidad, en el descansillo de la segunda planta (adultos), antes de entrar a lo que es la propia sala, como “destacados”, tenemos unas estanterías, con libros, películas, cómics y CDs música, dedicadas al colectivo LGTBIQA+ y al feminismo.

Y lo de destacados lo he escrito con comillas porque quiero enfatizar la barbaridad cultural que esto supone. ¿Por qué están estas obras separadas del resto? Para mí están señaladas y de la peor manera. Es más, ¿por qué tengo que ir a la sección de LGTBIQA+ para sacar prestada una biografía de Federico García Lorca? ¿Acaso no puede estar en la sección de biografías, junto a las demás? ¿Acaso lo más destacable que hizo Federico García Lorca, aparte de ser asesinado, fue ser homosexual? Es que es de locos y no voy a seguir con los ejemplos.

¿Qué tiene esto que ver con el estereotipo? Pues que alguien debe creer que un heterosexual (el enemigo), no podrá soportar ver esos títulos y autores junto con los demás y viceversa. Es una “e”, pero también de supina estupidez y de error inaceptable. Incluso una “h” de horror.

Si las personas homosexuales y de otras tendencias alternativas buscan la igualdad de trato, ¿por qué separarlos y hasta marcarlos con escarapelas en un lugar sagrado como es una biblioteca? Es una guetificación del centro cultural disfrazada de cierto y falso buenismo, en plan: “Ahí tenéis lo vuestro”. Como apestados enjoyados.

Es posible que todo se deba a la falsa impresión que tenemos los heterosexuales, aumentada exponencialmente por otros heterosexuales fervientes aquijotados del Colectivo y también por descollados bocazas LGTBIQA+, de que sus integrantes sólo son unos simpáticos y singulares raritos, unos bufones que no hacen más que llamar la atención y hacerse los interesantes. Y es que algunos parece que van con un cartel luminoso en plan “¡Hey! ¡Que soy gay!”. Como si eres del Atlético de Madrid, me importa un pimiento.

La cuestión no es tan compleja como parece. Tan solo se reduce a algo muy simple que hemos perdido hace tiempo por el camino o que hemos dejado abandonado, como los desalmados que somos. Nos hemos desentendido de esos ojillos en el retrovisor: el respeto mutuo.

No hacen falta hipocresías. Hace falta únicamente respeto.

Para terminar, me gustaría poner una cita que he leído hoy mismo de «El jardín de Epicuro», de Anatole France: “Estoy convencido de que la humanidad siempre ha tenido la misma cantidad de locura y estupidez para derrochar. Es un capital que debe crecer de alguna manera. La cuestión es si, después de todo, la locura consagrada por el tiempo no es la inversión más sabia que un hombre puede hacer de su estupidez. Lejos de alegrarme cuando veo desaparecer algún viejo error, pienso en el nuevo error que ocupará su lugar, y me pregunto si no será más inconveniente o peligroso que el otro. Al fin y al cabo, los viejos prejuicios son menos dañinos que los nuevos: el tiempo, al desgastarlos, los ha pulido y los ha vuelto casi inocentes.”


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