martes, abril 12, 2016

Guardia de literatura: reseña a «Los Pazos de Ulloa», de Emilia Pardo Bazán

Edición especial para La Voz de Galicia
Edición de Ermitas Penas
Planeta deAgostini SA. 2001.
Barcelona
ISBN: 84-395-8945-8
269 páginas
Altos muros cubiertos por el moho de la decrepitud que amenazan con la ruina. Oscurecidas vigas de roble  que sirven para que espesas telarañas de desidia tiendan puentes de olvido. Muebles centenarios devorados por la carcoma, apilados entre los retazos de un avaro y cruel Pasado que se viste con harapos de derechos de pernada y avasallamiento a golpe de fusta; obstinado y perseverante con la única meta de conservarse con vida, apoyándose sobre los hombros del ocioso clero rural y los apáticos señoritos parapetados tras sus líneas de sangre y sus cacerías. Campos y bosques verdinegros, salvajes y primitivos, donde la vileza y la rudeza son inseparables compañeros de juegos y diabluras desde hace siglos.

De esta forma podríamos seguir hasta el día de mañana, a lo largo de líneas sin fin, para condensar de una forma más hermosa que mediante la típica y aséptica reseña literaria la novela que lleva por título «Los Pazos de Ulloa», pues la pluma de Emilia Pardo Bazán es ágil y sagaz, a la par que adornada sin exceso de una maravillosa técnica narrativa y de conocimientos sobre el medio. Cabeza del movimiento naturalista, Pardo Bazán siempre prestó oídos, ojos y letras a la tarea de describir y denunciar la Galicia de la que fue testigo de primera mano, convulsa tierra para ser escenario de una guerra de clases sociales tan antagonistas como simbióticas. No solo se sirvió de «Los Pazos» para ello, sino de otras obras menores que detallan una sociedad aferrada a la ignorancia como tabla de salvación, embrutecida y abandonada en los montes, ajena a los avatares del país; y, para ello, Pardo Bazán recurre a todas las luces que poseía como mujer moderna, siendo sus narraciones nido donde eclosionaban sus amplios conocimientos en materias tan dispares como son la historia, la religión, la política, la medicina, la sociología, la antropología y otras corrientes contemporáneas y estudios que se disputaban el puesto de honor en los corrillos que parecían exclusivos de hombres de formación universitaria, barba picuda y chaqué (incluso Pardo Bazán toma la polémica decisión de mentar en un determinado pasaje «El origen de las especies», de Charles Darwin, ahí queda eso).

A Emilia Pardo Bazán no le tiembla el pulso a la hora de relatar a cualquiera de sus lectores las luchas entre caciques de aldea y los pucherazos electorales, las venganzas entre familias y la corrupción generalizada de una España convulsa que lucha o bien por hundirse de nuevo en las entrañas húmedas y cálidas del Pasado, putrefacto cadáver que debía haber sido debida y cristianamente sepultado, o bien por salir al paso y encaminarse hacia Futuro más inescrutable, siendo «Los Pazos de Ulloa” retratados en plena Revolución de La Gloriosa.

La novela más conocida de Pardo Bazán, ésta misma que os estoy reseñando, es una tragedia con ligeros tintes de humor y burla hacia la Galicia atrasada que se esconde entre las sombras y que salta a correr hacia su minúscula guarida, gracias a sus cientos de patitas, cada vez que se le arroja un poco de luz encima. Y todo lo que he referido en párrafos anteriores sienta en su trama como un guante hecho a medida, la cual, a pesar de su correcta estructura y de estallar como una granada de erudición narrativa, deja cierto malestar en el cuerpo, sobre todo al tener la conciencia de que no han cambiado muchas cosas en casi 130 años.

«Los Pazos de Ulloa» es una novela que obliga al lector a prestarle la debida atención desde la primera página, desde que el bueno de Julián, eje narrativo principal muy a su pesar, trata de hallar el camino correcto que lo lleve hasta la vieja huronera blasonada de los Moscoso, retrato en piedra de la Galicia aún feudal y aislada que critica Pardo Bazán. Pero debemos adentrarnos aún más en sus páginas y aguzar los oídos cuando topamos con los diferentes personajes que las pueblan y que son figuras de distintos y diversos palos de un juego de naipes imposible de barajar: altivez y arrogancia, injusticia y corruptela, homicidio y gula, superstición e hipocresía, desprecio y lujuria, abandono y avaricia; tan solo encontramos algo de pureza e inocencia en mitad de la espesura.

Llegados a la veintena larga de capítulos, a nadie le extraña el final de la novela, las últimas descripciones en el camposanto de los Pazos y la joven pareja que se presenta ante el agostado Julián, quien se encuentra con el alma rota en mil pedazos. Pero, aun así, las líneas que ponen punto y final son impactantes, resumiendo a la perfección el drama que, más bien, es una broma pesada e insoportable

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