martes, abril 19, 2016

Guardia de televisión: reseña a «True Detective», segunda temporada

En el momento en el que doy comienzo a esta reseña, no hace ni veinticuatro horas que he terminado de visionar el octavo y último capítulo de la segunda temporada de la celebrada serie de televisión «True Detective». Reconozco (como si en verdad hiciera falta decirlo) que llego tardísimo a la fiesta con mis comentarios bajo el brazo; el resquemor que causó esta segunda historia entre los delicados críticos profesionales y no tan profesionales se encuentra ya un tanto agotado y es un eco al que muy pocos se molestan en prestar sus ociosos oídos. En aquel entonces, meses atrás, las columnas de los periódicos y blogs se cubrieron de muertos con rostros espantosos; de funestas reseñas y quejas un tanto exacerbadas e infantiles, entonadas a coro, cuando no a gritos, cómo no. Y es que, ¿dónde había quedado la fórmula de la primera temporada, la canción suave de los títulos de crédito iniciales, la pesada cortina del miedo, los pegajosos bosques de Luisiana, todo, absolutamente todo? Si os soy sincero, y es esta es mi opinión que poco o nada vale, aquellos que os sintáis aludidos a este respecto deciros tan solo que si queríais ver de nuevo cómo dos polis se enfrentaban a una panda de paletos de pantano, incestuosos y pederastas, directamente os ponéis delante de la pantalla y revisitáis aquellos pasados capítulos y punto y final, que, a buen seguro, encontraréis detallitos que se os han pasado por alto y por debajo.

Puede que destile un poco de mala hostia, reconózcolo, pero tiene su razón de ser: ha sido por culpa de estos entendidos caprichosos o fanáticos, quienes se montan sus propias fantasías erótico-festivas privadas al albur de sus corrillos, que esta segunda temporada haya carecido de interés para todos aquellos (mayoría absoluta) que se dejan extorsionar la razón y capacidad volitiva y cognitiva por lo que opinen o dejen de opinar estos versados críticos, defraudados (por ahora) por Nick Pizzolatto.

Esta segunda temporada quizá sea más oscura, por lo que muchos no se han atrevido siquiera a ver más allá; esperaban un nuevo cuento de hadas tenebroso entre los bosques y no es lo que se les ha ofrecido. En cambio, tenemos a tres policías (dos hombres y una mujer) que encarnan demasiados aspectos oscuros y nocivos de la personalidad humana: autodestrucción, condescendencia, corrupción, negación, etc. Una temática que nos cuesta digerir y una trama enrevesada que sigue los torcidos renglones de la corrupción política y policial, de asesinatos y de trata de seres humanos que no son más que pedazos de carne sobre los que orinarse a gusto. Quizá sea eso lo que no ha gustado a fin de cuentas: esa extraña cercanía (demasiada), que deja atrás a los monstruos de fábula tenebrosa de Carcossa y que se planta en la misma puerta de nuestras casas.

Brilla con suma intensidad el personaje de Frank Semyon, cuya historia es la más dramática (incluso shakesperiana) de aquellos que terminan siendo sus protagonistas, pues este buen mafioso se une a la “fiesta” bien a disgusto. Un tipo que se ha tenido que forjar a sí mismo y que quiere vivir como la gente normal, pero cuya vida “normal” se hace añicos como un espejo al caer al suelo. Aunque cueste demasiado ver a Vince Vaughn en dicho papel, más que nada por su apego a los papeles cómicos, resulta ser un puntazo a la altura suficiente como para arrojar sombra sobre Velcoro, Bezzerides y Woodrugh, esos tres policías que, junto al mafioso, reúnen todos los defectos y virtudes del ser humano que busca y anhela la Justicia.

La trama policial termina girando y mutando hacia un Western con todas las de la Ley (es obvio ya para cuando seleccionamos los dos últimos capítulos), en el que la música tiene mucho que decir. A este respecto (lo siento de veras por mi escasa capacidad lingüística) he visionado una versión en la que nadie ha tenido interés alguno por traducir y subtitular las piezas de los títulos de crédito iniciales y las que interpreta la chica en el escenario del bar de Felicia. Si os habéis fijado, todas son diferentes. Respecto a las que se tocan en el bar resulta obvio, pero la de los títulos iniciales también va variando según vamos avanzando, introduciéndose nuevas estrofas o variando el orden de las mismas; hay que estar atento a ello, pero al no ser una canción tan bella como la de «Far From Any Road» (The Handsome Family), resulta poco apetecible y adelantamos la cinta.

Junto al manejo fluido de tráfico de drogas, prostitución, malversación, chantaje, conspiración, extorsión, robo y asesinato, el fondo que se dibuja tras los protagonistas es muy más rico que el que disfrutaron Rust y Martin, más turbulento y, no me lo negaréis, esto conlleva que se dicte una condena para que el relato de fin de forma muy amarga (bastante cercano a mi entender al espíritu embotellado en «Galveston»), empezando con el personaje considerado más puro, mejor persona (sin duda), un primer paso en una espiral descendente que conduce a una conclusión triste en un bosque o en un desierto de California; en un cierre donde el bien no triunfa.

La producción es fiel a la marca visual de Pizzolatto: interminables carreteras y ciudades de tubos; pero ahonda más en el alma humana, aunque no con un bisturí, sino con un destornillador de estrella, permitiéndonos escasos puntos de anclaje con la primera temporada (la batalla campal en la que se convierte la redada contra Amarilla, por ejemplo).

Cierto que eché de menos el formato de presentación de esa primera temporada, pero me gusta mucho más la línea argumental de la segunda; mas, para gustos, los colores (como el amarillo).


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