Serie Andanzas (Tusquets), nº 618 Tusquets, Barcelona. 2006 584 págs. ISBN: 84-8310-356-7 |
La primera vez que tomé contacto con este autor nipón fue por medio del vetusto blog de Héctor García, Kirai. Uno de sus artículos reseñaba brevemente una de sus últimas obras de Murakami publicadas por aquel entonces, «1Q84».
La segunda no sucedió hace tanto (aunque soy incapaz de precisar más) y fue a medio de una columna contenida en una revista especializada cuyo redactor pretendía hacer sangre de los hipsters, esa falsa y chorra última esperanza para un mundo chorra, de aquellos que creen que sus picudas y enlacadas barbas sirven de dientes de engranaje para que la Tierra siga girando sobre su propio eje. En esa columna en cuestión se arrojaba luz sobre la última y perversa tendencia de aquellos que quieren dar a entender al resto, sin ningún tipo de rubor pero con sobrada pedantería, que leen. El jocoso autor lamentaba que Gabriel García Márquez hubiera sido destronado por Haruki Murakami en este oficio de adornar las mesitas de las terrazas y los pechopaloma abiertos con la portada de alguno de estos libros perfectamente orientada hacia el transeúnte o forzoso compañero de al lado. “Mira, observa, contempla, espíame a hurtadillas o no. Abre la boca e inclínate ante mí para recoger el desperdicio de mi orgasmo. Yo… YO LEO”.
La tercera vez ha sido hace nada. Recibí un mail, como sucede cada jueves, de una web que vocifera novedades y ebooks en oferta. Y entre tanto título desazonador, se coló «Kafka en la orilla». Le dediqué un segundo a la sinopsis, a conocer superficialmente la historia de un tal Kafka Tamura, un chico de quince años que se escapa de casa, atormentado ante la profecía que le repite constantemente su padre: está destinado a compartir el destino trágico de Edipo. Y junto la de Tamura, corre paralela la vida de Satoru Nakata, un sexagenario que, durante la segunda guerra mundial, sufrió los efectos de un incidente que podría calificarse a priori como OVNI, por cuya culpa regresó del coma como una hoja en blanco, sin recordar una sola palabra, ni su nombre, quedándose en un estado rayano a la deficiencia mental, aunque acabase aprendiendo a comunicarse con los gatos. Ambos personajes terminarán por converger en una biblioteca muy especial.
Por alguna razón, llamémoslo X, me interesó el argumento y fui en busca de «Kafka en la orilla» a la biblioteca pública con la sana intención de cargar hasta casa con un desvencijado volumen, víctima del maltrato perpetrado por los usuarios que me precedieron, escasamente respetuosos con la propiedad común.
La historia que trata de transmitirnos Murakami se divide, a su vez, en dos, siendo que la protagonizada por Kafka Tamura está narrada en primera persona y la de Satoru Nakata en tercera u omnisciente. El argumento es chocante en sí mismo, plagado de referencias oníricas que impiden una plena comprensión (perdón por mis escasas luces) de lo que el autor ha querido dar a entender; no solo por la vinculación de las escenas con la tragedia del rey de Tebas, sino por cierto hálito lorquiano y hasta jungiano que se funde con la sombra del propio Franz Kafka, escritor éste del que en la vida he sido capaz de leer un libro entero. Aún así, no puedes dejar de leer «Kafka en la orilla», una historia en la que los propios protagonistas, extraños de por sí, se encuentran con sus alter ego imaginarios, incluso con forma de cuervo, y cuyas vidas se ven cruzadas por la inclusión de carta personales e informes militares, o la aparición de seres de otras dimensiones, gatos que hablan o lluvias de caballas y sanguijuelas, a lo que hay que sumar un plantel bastante único de personajes secundarios (o no tanto) que aportan su granito de arena en el casi quijotesco deambular por Japón de Kafka y Nakata, como son Sakura, Ôshima, la señora Saeki u Hoshino.
Si Kafka ha de luchar contra su destino y la profecía que lo compara con Edipo —la cual cree que se está cumpliendo cuando una noche se despierta cubierto de sangre, a cientos de kilómetros de casa y del cuerpo muerto de su padre, asesinado, o mantiene relaciones sexuales con la señora Saeki, de quien sospecha que podría ser su madre desaparecida once años atrás—; Nakata presencia cómo su apacible vida se desmorona al tener plena conciencia de que las secuelas del incidente en el que se vio envuelto de niño durante los últimos meses de la segunda guerra mundial le privó de algo más que de la memoria y de la facultad de leer y estudiar, arrinconándolo a una condición cercana a la deficiencia mental: le privó de la mitad de su sombra y su especial percepción le condena a enfrentarse a un desagradable ente al que hay que destruir.
Como he dicho en su momento, es una novela que tiene su aquel, pues no la apartas un momento de ti y sigues y sigues leyendo hasta alcanzar la última página, importando poco que te rodeen las sombras burlonas de la incomprensión. Quizá el lenguaje empleado por Murakami, bastante llano y divertido en bocas como la de Hoshino, permite capear la mar picada cuando nos planta en la cara alguna perorata intelectual y filosófica. Pero el formarse una opinión razonada y fundamentada de esta novela se me antoja como una tarea ardua, hercúlea, aún con mi experiencia en estos lances y duelos. No sé qué deciros, qué idea exponeros a pecho descubierto, salvo que me parece, al final, una novela incompleta.
«Kafka en la orilla» es una inmersión en la vida de unos personajes muy extraños, entre los que fluctúa un mundo real y otro onírico o, incluso, paralelo; hombres y mujeres en el borde del mundo, como diría el gato llamado Toro.
Lo mejor será que, si tenéis ánimo y espíritu (y os interesa), leáis «Kafka en la orilla» y os forméis vuestra propia opinión.
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