Título original: «Jurassic World». 2014.Ciencia-ficción, aventura. Dirección: Colin Trevorrow. Guión: Rick Jaffa, Amanda Silver, Derek Connolly Colin Trevorrow. Elenco: Chris Patt, Bryce Dallas Howard, Vincent Donofrio, Ty Simpkins, Nick Robinson, Omar Sy y Bo Wong
A todo el mundo le gusta una buena película de monstruos, y «Jurassic World» es, sin lugar a dudas, un filme que cubre las expectativas, aún contando con ciertos elementos prescindibles que se cuelan de por medio y hubiera sido deseable que algún bicho escamoso los hubiera liquidado de antemano
«Parque Jurásico» es la obra literaria más reconocible entre los de mi generación cuya autoría corresponde al estadounidense Michael Crichton. Reconocible sobre todo tras su excelente adaptación a la gran pantalla por parte de Steven Spielberg. Un libro que desafia las leyes de la Ciencia y que sacudió nuestras imberbes mentes (y otras más adultas) durante aquellos primeros años de la década de 1990.
La novela, bien gordita (en mi edición de bolsillo de Plaza y Janés, de Septiembre de 1993), se convirtió para mí en lo que algunos pedantes califican como “libro de cabecera”. Un montón de páginas que, un adolescente como lo fui yo, leía y releía una y otra vez para vivir tanto como pudiera esas imposibles aventuras en la isla Nubla (lo de Nublar fue ya para la película), sufriendo los estragos de la aplicación práctica de la Teoría del Caos del Dr. Ian Malcolm entre animales traídos de vuelta del Valle de la Muerte gracias a las más modernas técnicas de clonación animal. «Parque Jurásico» me sirvió para evadirme, aunque fuera por unos minutos al día, de todo aquello que me rodeaba y me resultaba tan hostil. Otros tendrían de “libro de cabecera” a «Los pilares de la tierra», pero yo era de los que preferían seguir a un puñado de aterrados humanos perseguidos por bestias antediluvianas, ¿pasa algo?
El asunto coleteó tanto, durante meses y meses, gracias al gran éxito comercial de la producción de AMBLIN y a la reiterativa promoción en cascada, que para algo Spielberg es amigo del alma de George Lucas. Tan alto llegó el nivel de la barrila, que muchos acabaron hartos de tanto dinosaurio; pero aquellos que aún conservamos pequeños fragmentos de esa fascinación infantil, perfectamente conservados en ámbar, siempre nos hemos hecho la pregunta de qué habría sucedido si el sueño de ese viejo y entrañable Dr. Frankestein, de John Hammond, no se hubiera quedado en una primera y única visita al parque y que finalizó de forma desastrosa y terrorífica (y sus secuelas). Si, aún con todo ello, el proyecto de INGEN hubiera llegado a buen término con la apertura del centro al público en general. Y eso es «Jurassic World», un megaresort que deja en bochornoso ridículo al original con respecto a tamaño e instalaciones, siendo que durante los iniciales minutos de sesión, tranquilos a más no poder, uno regresa a esa infancia que creía recluida y apartada del sol para siempre, desboca su sueño y se maravilla ante los logros de la Ciencia y unos animales extintos que llevan atrapando las mentes más inquietas desde que se tuvo constancia cierta de su existencia.
«Jurassic World» juega con la nostalgia de ese entonces joven espectador de los años '90 (el detalle de la puerta original de acceso o las ruinas del centro de visitas, por ejemplo), incluso llega a dar el merecido protagonismo al Tyrannosaurus Rex y a los velocirraptores, manteniendo buena parte del espíritu primitivo, aunque los guionistas han sabido adaptarse a las circunstancias de nuestra actualidad.
Un parque con “solo” animales resucitados ya no atraería la atención mundial transcurridos meses y años desde su apertura, por lo que los laboratorios de INGEN no se van a contentar con evitar reconstruir cadenas de ADN con genes de un tipo de rana capaz de mudar de sexo, sino que llegan a enlazar datos genéticos para que ciertos animales sean más impactantes en cuanto a tamaño y número de dientes. Al igual que sucediera veinticinco años atrás, un terrible error convierte en tragedia el a priori inocente pasatiempo de jugar a ser Dios.
Los paralelismos entre «Jurassic Park» y «Jurassic World» saltan a la vista gracias a la poco original reinterpretación y fusión de diferentes personajes originales. Owen es el vivo retrato del Dr. Alan Grant fusionado malamente con el responsable del parque, John Arnold; mientras que Ellen Sattler deja sus titulaciones de lado y, como elemento femenino y adulto, se “conforma” con el estresante cargo de directora del resort, pasando a llamarse Claire y a ser pelirroja; los nietos de John Hammond son los propios sobrinos de Claire, siendo uno de ellos incluso un niño terriblemente fascinado por los dinosaurios, al igual que Tim, una enciclopedia viviente muy extraña de ver hoy en día cuando cualquiera puede acceder al conocimiento sin asimilarlo gracias a cualquier dispositivo móvil; incluso encontramos notas del inefable informático Nedry en el inconsciente Hoskins (quien podría ser también Muldoon por lo bruto que es) y en el Dr. Wu, siendo que, si el personaje primitivo tuviera algún cariz “positivo”, éste sería representado en dicha parte por el prescindible (y odioso) graciosillo Lowery Cruthers.
«Jurassic World» se muere de éxito, empujando a sus científicos a crear bestias inimaginables y nada respetuosas con el orden natural. Dicha línea puramente comercial sirve de tapadera para dos proyectos que pretenden tener un fin nada lúdico: dinosaurios de combate. A esto último debemos mostrar nuestra disconformidad aclarándonos primero la garganta pues, aunque es un recurso válido y aceptable (incluso excelente) para la trama, carece de un mínimo soporte lógico argumental en la “vida real”. Puede que mi razonamiento apeste a fina pedantería, pero el emplear a los raptores y a una nueva criatura que se hurta de la visión, incluso térmica, como armas de guerra sería de unánime condena internacional por crímenes de guerra y lesa humanidad. Imaginaos a esos lindos reptiles fuera de control en una ciudad con miles de civiles de por medio, por no decir que el “bicho recién mudado al barrio”, el Indominus Rex, mata por placer, sin mirar a quien.
Las escenas que se desarrollan según avanza el metraje son espectaculares, en particular me gusta cuando los pterodáctilos y pterodones se liberan y caen en picado sobre los miles de visitantes congregados en las instalaciones principales del resort. Una locura que recuerda a «Los pájaros» de Hitchcock y a cualquier añorada película de serie B que se precie. Pero lo que se lleva la palma es cuando los raptores se cambian de chaqueta (ya me parecía a mí que no fueran a liarla parda).
Eso sí, me hubiera encantado que el guión hubiera prescindido de los ignominiosos personaje-payasos habituales, así como del beso de tornillo entre el héroe y la pelirroja buenorra tras el ataque alado (por mucho que fuera una escena no contemplada en el guión y participada únicamente entre el director y Chris Patt, sin que Bryce Dallas Howard supiera nada de lo que se le venía encima). ¡Por Dios de mi vida!
Sin duda, «Jurassic World» es una experiencia atractiva, llena de colorido, en la que se vuelve a denunciar los peligros de una ingeniería genética sin ética para la cual la Naturaleza siempre tendrá una respuesta violenta que provocará que las cosas vuelvan a su cauce, sin importar a quién se lleva por medio. Pero que no llega a causar el estado de hipoxia que trajo «Jurassic Park». Nuestros ojos son ahora menos impresionables y la cinta carece de la intimidad del peligro que se cernía sobre Alan Grant y los demás en 1993.
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