Alfaguara Bolsillo Santillana SA, Madrid. 1996 151 págs. ISBN: 84-204-2903-1 |
Con excesiva y reiterativa sorna y guasa (marca de la casa), Pérez Reverte escribe una novela corta, divertida y cruda acerca de la guerra y la condición humana
Nadie como Arturo Pérez-Reverte para escribir una historia tan divertida y cruda sobre la guerra y la condición humana, sin importar siquiera el contexto. Un relato que se publicaría por entregas en el Suplemento de El País, allá en el lejano año 1993, firmado por un autor en activo como reportero y en vísperas de cubrir uno de los conflictos más brutales vividos en la Vieja Europa tras la segunda guerra mundial: el desmembramiento traumático de la Yugoslavia del mariscal Tito en distintos países antagonistas y enfermizamente carcomidos por el odio mutuo y una fe ciega en el genocidio. Con Pérez-Reverte en Bosnia aprendimos que los suelos en las guerras modernas están sembrados de cristales rotos.
Con el colapso de la URSS y el fin declarado de la Guerra Fría, Yugoslavia, probablemente, supuso la última oportunidad para una raza especial de reporteros que se plantaban entre las ruinas recién formadas por un bombardeo y grababan sus crónicas al son de los morteros y la Muerte, siempre presente, siempre desagradable a los sentidos; para aquellos hombres y mujeres que vivían por transmitir la noticia, mostrar el horror de la humanidad a la humanidad entera, los últimos chicos, los últimos locos con pase de prensa de esa extirpe condenada, la de los Miguel de la Cuadra Salcedo y Manu Leguineche.
Arturo Pérez-Reverte, al escribir «La sombra del águila», no imaginó la guerra: la había vivido, sentido y escuchado. Ha sido testigo de lo mejor y lo peor del ser humano en una situación tan límite, desesperada y familiar. Se ha encontrado de frente con el lobo para el hombre, con la violencia como única medida de defensa de la Naturaleza contra nuestros genes, para hacernos frente. El conocimiento de Pérez-Reverte es pleno, pero no solo sabe de guerra, sino también de la Historia, asignatura pendiente de los españoles por culpa de la adormidera que tanto nos gusta, conscientes de que estamos sobrados de capítulos mal entendidos. Por todo ello, nadie como él para taladrar el alma con la relación de hechos del Pasado y sentimientos a través de una herida abierta y purulenta.
«La sombra del águila», con excesiva sorna y guasa, bastante reiterativa pero marca de la casa (el Enano esto, el petit cabrón aquello, Popof por aquí, Popof por allá, etc.), recoge las desventuras del 2º Batallón del 326º Regimiento de Línea del Imperio napoleónico durante la batalla de Sbodonovo (1812). Un batallón compuesto por españoles hechos prisioneros tras el 2 de mayo de 1808 en Dinamarca y a los que no se les dio a elegir otra cosa que chupar presidio en Hamburgo o batir el cobre por la gloria de Francia en la campaña de Rusia. Pocos fueron los que no prefirieron la miseria del soldado en los caminos de Europa al encierro, pero el capitán García y sus hombres tenían sus propios planes, ajenos a la Providencia y a los del Emperador, que, en resumidas cuentas, eran los de desertar y pasarse a los rusos cuando mejor se pusiera la cosa. Para poner en práctica su sesuda evasión no tienen mejor día que en el que acontece la batalla de Sbodonovo, con los cañones zaristas haciendo su flanco picadillo para la merienda. Las granadas caen sobre sus cabezas como gotas de lluvia durante un día de vendaval, pero los españoles no cejan en su avance para regocijo del estado mayor de Napoleón, donde confunden la disimulada deserción bajo un fuego de mil demonios con un acto de estéril y honorable valentía, pues nadie apuesta un chelín por el 2º Bón. del 326º; un acto que incluso llegar a emocionar a Bonaparte.
Sin embargo, el Destino y los dioses antiguos de las obras de Plauto gustan de burlarse de los hombres, se deleitan contrariándolos, enfureciéndolos, mintiéndolos y diezmándolos ante las armas enemigas; por ello, al final, la deserción no se consumará y, a cambio y como chufla final, el batallón serán mencionado en el orden del día y el capitán García recibirá una Legión de Honor en la misma plaza del Kremlin.
La historia es divertida, ágil, como contada al albur de una hoguera o de una cerveza recién servida, pero con abuso de fórmulas humorísticas y “poniendo voces”. Además, el lector se confundirá respecto al narrador, pues salta de la primera persona a la tercera de forma continua, causando altibajos que podrían haberse solucionado habiendo pasado el texto íntegro a una única voz y proporcionando un cabo seguro desde la primera página, sin tener que sufrir un lento periodo de “aprendizaje” con el paso de los capítulos.
Y si hay algo que sobra es el capítulo de Napoleón en Elba. Esto, seguro.
Cómo escritor de épica, Pérez-Reverte es capaz de ponernos la piel de gallina en dos ocasiones bien definidas. La primera es en la calles de Sbodonovo, haciendo frente a la carga de caballería cosaca: la descripción de la humareda de pólvora que va cubriendo caballos, hombres, sables y bayonetas; el automatismo de las órdenes de carga y disparo de los oficiales españoles; todo ello crea un cuadro homérico que nos traslada la desesperación de los protagonistas por salir de aquella ratonera con vida, tragando saliva y cojones. La segunda ya es en el capítulo final, en 1814, cuando unos despojos vagabundos atraviesan la frontera por Irún; son solo unas sombras entre los cientos que combatieron allá en Rusia, unos fantasmas mal cubiertos con andrajos, tanto por fuera como por dentro, que regresan a un hogar que, quizá, ya no les pertenezca.
«La sombra del águila» es una declaración del propio Pérez-Reverte por sobrepasar los libros de texto, aunando Literatura e Historia a pie de calle; un destello primerizo que brota de su mente y bilis y que conservar, a día de hoy, toda su intensidad.
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