«Una persona sin información es una persona sin opinión».
Esta es una frase sobre la que deriva, pivota o se encesta, según se vea, la chanza que se traía Don Evaristo Acevedo en la introducción al tercer volumen de El despiste nacional (1971), su antología de gazapos que iba recopilando, cuán Hércules, de la prensa escrita española. Eslogan que, por lo visto, en ese ya tan lejano año se repetía constantemente en televisión, animando al españolito de a pie, aquel de las postrimerías del Franquismo, a comprar periódicos como un poseso con la escusa de que se informase (aunque fuera para tener con qué envolver luego el bocadillo), así como ver el telediario (pincha aquí para seguir leyendo)
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