Una proclama en la que chapotea incluso la amorfa Administración. En un ayuntamiento como el de Pontevedra, donde resido, se persigue lo propio con un entusiasmo tendencioso y torticero. Más aún gracias a la afición municipal por la cartelería hemofílica.
Por lo que tengo entendido, la cuestión nace de una acción inicialmente privada que el alcalde y su camarilla han aprovechado para organizar otra de sus cruzadas sin cruz, pero con dispendio de tóner.
A raíz del conflicto en la Franja de Gaza, el gobierno local del BNG —al que se le nota demasiado el plumero— no ha dudado en servirse de balconadas públicas para sus intereses oportunistas. Como todo nacionalismo dentro de nuestras fronteras, con independencia de acento, “sufre” la “suerte” del pueblo palestino como propia, pretendiendo identificarse como corriente natural de las etnias y territorios “invadidos” por colonos extranjeros belicosos. Por suerte, aún nadie con bastón o sillón en el pleno se ha atrevido a soltar perlas como las que se leen en redes sociales, del tipo “el cabo austríaco tenía razón”. Pero, con figuras como Ione Belarra en la esfera política, todo se andará.
El quid, insisto, parte de una acción privada. Ya vimos empresarios cubrir medio escaparate de sus negocios con proclamas. La más gráfica e inolvidable fue un ostentoso cartelón con el lema “Black Lives Matter” cuando estalló (y se olvidó) el asunto en EE. UU. Como si por estos lares eso nos quitara el sueño.
Cada vez que pasaba frente al escaparate, rumiaba un hondo: qué flipados. El dueño pretendía posar de comprometido con una causa y atraer clientela como la mierda lo hace con las moscas. No debió de servirle de mucho: la tienda cerró a los pocos meses.
Pero esto me da igual. Cada uno es libre de expresarse como desee, que para algo es su derecho.
Cuando el “Black Lives Matter” dejó de conmovernos y el conflicto palestino-israelí se adueñó del parcial sumario de noticias, otro negocio exhibió un cartel de apoyo a Palestina.
Semanas después, la prensa local recogió las declaraciones de la persona responsable de la tienda, denunciando que la habían insultado llamándola “nazi”.
El incidente, extradimensionado por el tedio mediático propio de una ciudad de provincias en periodo canicular, inspiró al ayuntamiento de Pontevedra una nueva genialidad: encargar carteles para repartir entre comercios (aunque parece que había que ir hasta el ayuntamiento a por los mismos). En ellos, bandera palestina, lema “Pontevedra con Palestina” y el insulso nuevo escudo municipal, bien visible.
Una especie de gatillazo político, porque ¿quién es un partido en el Gobierno local para usar la iconografía pública —que representa incluso a quienes no le han votado—, en semejante ejercicio autoritario al más puro estilo de 1984? ¿Quién es para poner un lema político en la boca de todos los censados con derecho a sufragio activo? ¿Quién es para “invitar” a las pymes locales a posicionarse políticamente o a servir de tablón de anuncios para los intereses de cierta ideología?
Si en vez del escudo del Concello en el cartel se hubiera insertado el logo del BNG y se hubiera sufragado con fondos de sus afiliados y no con dinero público, me callaría. Es más, lo normal sería que cada cual comprase la bandera con lo que haya en el fondo de sus bolsillos y la colgara, sin necesidad de que ningún órgano público le inste a nada.
Un paseo por la ciudad lo confirma: bares, librerías y tiendas con el cartel… y muchas otras que han rechazado la oferta envenenada.
Y, más allá de que uno esté a favor o en contra de palestinos o israelíes —sea por convicción o por dogma de partido—, la actitud autoritaria de la Administración local roza el atentado contra la democracia, que se ejerce en secreto por parte de los ciudadanos como entes individuales y con libre albedrío.
Y esto suena a confección de listas.
Uno no deja de preguntarse qué será lo próximo que ideen estas “cabezas pensantes” del gobierno local.
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