martes, febrero 27, 2018

Guardia de cómic: reseña a «El botones de verde caqui» por Yann (guión) y Olivier Schwartz (dibujo)

Dibbuks. Madrid, 2015
Cartoné
Color
64 páginas
ISBN: 978-84-15850-66-3
No es lo mejor de Yann, pero sí una forma agradable de pasar el rato con un cómic entre las manos

Si quisiéramos pecar de ignorante socarronería, podríamos chancearnos de Yann y de su aparente imposibilidad para escribir guiones de cómics que no estén ambientados en la segunda guerra mundial; serviría de prueba de semejante falta de delicadeza las primeras entregas de la aclamada serie Pin-Up y su reciente colaboración con el excelente dibujante Romain Hugault. La estupidez campa libre en las horas de asueto e, incluso yo, podría afirmarlo más allá de una sombra o esbozo de pensamiento; pero Yann es Yann, alguien que se ha labrado una posición en este mundo no tan amable; y el que conste su nombre en una portada es razón suficiente para que nos sintamos interesados por el volumen en cuestión, aunque nunca nos hayan llamado la atención, ni por asomo, las aventuras y desventuras de cierto botones belga, llamado Spirou, veteranísimo puntal del cómic europeo desde la década de 1930.

«El botones de verde caqui» nos lleva a la Bruselas de 1942, ocupada por el III Reich y con voluntarios de la Legión de voluntarios Valonia ocupando cada esquina. Spirou trabaja en el hotel Moustic, que ha sido requisado por la Gestapo como cuartel general, y, entre los cambios que se han dado en la institución, el uniforme del protagonista cambia de color para no desentonar con los tonos militares de los diseños de Hugo Boss, aunque no así el sentido del humor del avispado muchacho, dotado con ciertas dotes de patriotismo al ser miembro activo de la resistencia belga, retransmitiendo desde su habitación en el ático del mismo edificio bajo el seudónimo de Ardilla Valona, mientras es acosado sexualmente por una casquivana oficial del cuerpo administrativo femenino y su amigo Fantasio, periodista del periódico Le Soir, recela de las posibles simpatías de Spirou hacia el nazismo.

Yann, con la ayuda de Schwartz a los lápices, nos da una vuelta por esa Bruselas de carteles propagandísticos y señales de tráfico en alemán, aunque sin llegar a ser un buen guía. Recurre a los voluntarios nazis para echarse unas risas a costa de etiquetarlos de cabeza cuadradas, pero poco más, y pronto pone a un calco de Hitler, el coronel Helmut Von Knochen, que, a todas luces, dará con la burlona Ardilla Valona, mientras trata de dar con la extraña arma aliada que está haciendo estragos en los cielos belgas. Yann no se olvida de los colaboracionistas, de los judíos ocultos, del racionamiento y el mercado negro, de la influencia americana con el swing…, incluso trata el espinoso tema del supuesto colaboracionismo de Hergé y su Tintín, pero no me ha terminado de convencer, más que nada porque termina corriendo a trompicones. La historia no parece que se desarrolle en más de un par de semanas y acabamos presenciando casi dos años de guerra que no son creíbles, aún con unas entretenidas aventuras en las que va ganando mayor protagonismo Fantasio, prácticamente un héroe sin proponérselo, y que da una vuelta cuando la Resistencia considera a Spirou un traidor al radiar una información errónea, preparada para la ocasión por la SS y que conduce a la detención de buena parte del ejército invisible belga.

Se realiza un recorrido de los personajes clásicos de la serie Spirou, con sus notas de humor y chicas que turban al protagonista, en una maquetación bastante tradicional… y hasta aquí hablaré, pues nunca he sido muy dado a este díscolo botones y su ardillita contestona. La historia es agradable de leer incluso para aquel no acostumbrado a este tipo de cómic. No es lo mejor de Yann, pero sí una forma agradable de pasar el rato con un cómic entre las manos.

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