martes, marzo 13, 2018

Guardia de literatura: reseña a «¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!», de Harry Harrison

Título original: «Make room! Make room!»
Series Acervo ciencia-ficción
Acervo, Barcelona. 1976
320 páginas
ISBN: 84-7002-205-9
La novela se plantea como una investigación policial en un marco futurista y distópico, en un 1999 superpoblado y hambriento, recogiendo aspectos puramente humanos en una situación límite

La década de 1960 fue fértil para que las más inquietadas e inquietantes imaginaciones preconizaran futuros desesperanzadores tratando, por medio de la novela de ciencia-ficción, abrir los ojos a los lectores, denunciar el desastre que se avecinaba si no se le ponía freno a nuestro descontrolado desarrollo vital. La mayoría de los terrores ficcionados nacían del miedo a la aniquilación nuclear, pero todos tenía un origen más profundo y atávico: la vileza de la que hace gala el ser humano en una carrera por apropiarse tanto de lo que le pertenece y como de lo que le es ajeno, sin mirar a quién o qué pisotea.

«¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!» es una novela que pudo influenciar obras modernas como la saga cinematográfica «Mad Max» o a «La chica mecánica», de Paolo Bacigalupi; que inspiró realmente a autores musicales como David Bowie, cuyas piezas apocalípticas dan cabida a un mundo superpoblado y hambriento. «¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!» presenta un panorama desolador para los últimos meses de 1999, ubicándonos en la ciudad de Nueva York, donde malviven 35 millones de personas con acceso limitado al agua, alimentos y productos de primera necesidad; incluso a un techo, siendo que existen barrios formados por barcos de la segunda guerra mundial reconvertidos y desguaces de automóviles que sirven como habitación. Un cambio climático está asolando el planeta, extendiendo la llamada Zona de sequía cada vez más al norte, provocando continuas hambrunas y un destino exclusivo de las tierras y campos aún fértiles para el cultivo. Todas las materias primas se han agotado, tanto que no queda carbón y el poco petróleo que aún se bombea es destinado a fabricar plásticos, haciendo mucho que los vehículos dejaron de circular por las calles y autopistas.

En este escenario vagabundean como macilentos fantasmas los personajes principales de la novela: el detective de homicidios Andy Rusch, quien se ve en la delicada misión de investigar y aclarar el misterioso asesinato de Big Mike, un hampón de los muelles; Shirley Green, una preciosidad que vive y comparte alcoba con Big Mike a cambio de un sueldo y unos lujos inimaginables para los desgraciados que se agostan al sol o se entumecen al frío invierno, y de la que se enamorará Andy, siendo sus sentimientos correspondidos; Sol, un anciano que comparte con Andy un apartamento de dimensiones ridículas: un espejo humano, cínico y amargado, con el que uno se puede asomar a un Pasado brillante y que no puede soportar el horror al que se dirige un planeta superpoblado; y Billy Chung, un refugiado taiwanés del Barrio de los Barcos que busca prosperar aunque sea con pequeños crímenes, aunque su mala suerte congenita lo llevará por un sendero que nunca esperaría haber tomado. Junto a ellos, varios secundarios apoyan las escenas circulares en las que se desenvuelve la trama.

La novela se puede plantear como de investigación policial en un marco distópico, aún cuando su trama recoge varios aspectos puramente humanos en una situación límite como la que describe Harry Harrison, acerca de un futuro que desea que se quede tan solo en la ficción. Andy es el típico policía honesto pero que siempre estará unido por fuertes ligas a una rueda del Destino que lo llevará una y otra vez al mismo punto de partida; solo la irrupción de Shirl en su vida, de la joven y bella cortesana de Big Mike, le hace creer que puede haber algo más y mejor reservado para él y su anodino mundo de escasos metros cuadrados de espacio vital. Andy quiere creerlo y aunque Shirl sea una chica de origen humilde, está “jugando” en otra división de lujos, bonitos vestidos y carne de vaca en el plato. Andy y Shirl mantendrán la típica relación de noviazgo y vidas unidas, pero ramifica de forma raquítica y enferma por culpa del absorbente trabajo policial y la nula ambición y autoridad del agente ante cualquier incidente al que no se pueda enfrentar con la porra en la mano y la placa en el pecho.

Sol, por su parte, ese espejo de cinismo, es el hombre que alerta continuamente del problema de la Tierra y de la forma de solucionarlo, pero el desastre está largo tiempo servido sobre la mesa del comedor y está frío. Es un anciano que cree que el mal de su tiempo es el exceso de humanos; una voz que trata de alzarse como la de otros tantos hombres y mujeres de edad avanzada que se sienten engañados ante el giro que ha dado la sociedad que defendieron en una guerra y que se ha afincado y adormecido en la decrepitud de la sopa boba (¿no os suena de nada?); alguien que alcanza la convicción de que su paso por el planeta será inmediatamente olvidado cuando fallezca, siendo que lo único que dejará tras de sí será una habitación libre para que la ocupe un desconocido.

En contraposición a Sol podría estar Billy, que es joven. Tiene 18 años y una inteligencia azuzada por el hambre, pero arruina su vida en un solo instante, siendo obligado a huir de su casa, guiándonos por los más deprimentes escondrijos de Nueva York y alrededores.

Harry Harrison nos muestra un drama humano y personal en un mundo hambriento en el que los sanos envidian a los enfermos, pues estos tienen derecho a una ración especial de comida; un planeta saturado en el que las diferencias sociales se han ampliado hasta el punto de distinguirse entre los que pueden ducharse y los que no. Las dos tramas principales protagonizadas por Andy y Billy son reflejos perfectos de las más hondas inquietudes de Harrison, que deben ser el fracaso y la incapacidad para hacer frente al desastre; vivir en una sociedad de conformistas en la pobreza, de mezquindad entre manchas perennes de suciedad y falta continua de suministros. Teme que la humanidad no haga nada por salvarse del desastre y culpa tanto a los bajos estratos sociales como a los altos por medio de los labios de Sol durante algunas de sus últimas conversaciones en el apartamento.

La prosa de Harrison está plagada de instantes para la reflexión y la opinión; de detalles y descripciones de los personajes y sus acciones, no guardándose sus pensamientos y trasladándolos a cada línea y diálogo. El trabajo alcanza cierta cota de maestría y naturalidad durante la relación amorosa entre Andy y Shirl, así como de brutal sinceridad en la desventura de Billy

La novela se encuentra dividida en dos partes para diferenciar la época estival de la invernal, escenarios extremos en los que discurren por igual las peripecias de los personajes con los que daremos cuenta de que, aunque en algunos casos se interponga la Muerte, nada ha cambiado ni cambiará, aún con la llegada del año 2000; una muesca en la sonrisa amarga de Harry Harrison.

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