martes, enero 29, 2019

Guardia de televisión: reseña a la primera temporada de la serie de animación nipona «Hisone y Masotan»

Título original: «ひそねとまそたん». Japón. Animación de fantasía y ciencia-ficción. 2018. 12 episodios de 30 min. aprox. Creadores: Higuchi Shinji, Okada Mari. Estudio: Bones

«Hisone to Masotan» es una serie de adultos para adultos que ha cosechado alabanzas entre el público y la crítica, a pesar de hacer una enérgica defensa de valores e ideales defenestrados en Occidente. Su principal ingrediente es el desarrollo humano y personal desde la óptica nipona (extrapolable, en muchos aspectos, a nuestra cultura)

Lo más notable de las plataformas digitales de entretenimiento es su casi inabarcable fondo de títulos, capaz de satisfacer todo tipo de gustos y a todo tipo de espectadores. Tan vasta colección no se ha creado para que la “agotemos”, sino para que encontremos allí dentro aquello mismo con lo que disfrutemos de verdad. Por ello no es de extrañar que NETFLIX esté haciendo hueco para las producciones de animación japonesa, como ésta de «Hisone y Masotan», que muchos críticos han interpretado como un resurgimiento del género de “mechas” (véase «Mazinger Z», «Gundam», «Patlabor», «Evangelion», etc.), aunque con un toque de distinción y naturaleza al sustituir al dispositivo mecánico mediante la incorporación de un ente vivo donde se instala el piloto humano: un dragón.

«Hisone y Masotan» posee un argumento demasiado fantasioso, tanto que le hace perder pie en más de una ocasión. La existencia de dragones que estén al cuidado y servicio de las Fuerzas Japonesas de Autodefensa (FJAD), hábilmente enmascarados como aviones de combate, resulta, cuanto menos, chocante y hasta ridícula, pero no menos cierto es que este elemento “natural” y con “personalidad” permite una mayor empatía y cercanía por parte del espectador que con respecto a un inerte amasijo de hierros, como sería el Alphonse de «Patlabor».

Y este secreto de Estado llega a conocimiento de Amakasu Hisone por un guiño del destino. Hisone es una chica tímida, oculta tras una masa de la “normalidad” social entre cuyos engranajes no encuentra su sitio; siempre mete la pata al ser no ser capaz de poner freno a su bocaza, aireando sus pensamientos y opiniones en voz alta y con la sinceridad por bandera, lo cual le acarreará no pocos disgustos al herir a los que la rodean en su orgullo, vanidad, modestia… Tras finalizar los estudios de bachillerato, Hisone confirma que es presa de un temor común a muchos jóvenes en todo el mundo industrializado: ¿qué hacer con su vida, qué senda tomar para el futuro inmediato y el posterior? La soledad social en la que Hisone ha crecido, su incapacidad para formar un sano círculo de relaciones, así como su urgencia por ser y sentirse útil, la animan a alistarse a las FJAD, siendo destinada a tareas administrativas en la base de la Fuerza Aérea de Gifu, hasta que una orden, que no parece interpretar muy bien, la conduce hasta una parte apartada y poco transitada del complejo militar: el hangar 8. Con los niveles de timidez y miedo a un nuevo fracaso por encima de la media, Hisone cruza las puertas de la silenciosa estructura, donde la envuelve una atmósfera más propia de una película de terror. Del fondo de una humeante piscina, emergerá una enorme figura negra, de grandes e implacables ojos y una boca cargada de dientes que la engullirá sin mediar palabra.

Hisone despertará en estado de shock en la unidad médica de la base, donde dos oficiales le explicarán qué le ha sucedido, que no es otra cosa que el haber sido elegida por el organismo volador transformable (OVT) de Gifu para ser su piloto. Y así es como darán comienzo las aventuras de Hisone junto a un ser que luego se nos muestra como adorable y que le permitirá ir avanzando y creciendo a medida que el resto de personajes se van presentando y el propósito principal de ese escuadrón militar se concreta.

A partir del incidente en el hangar 8, Hisone, como protagonista, se desarrolla como persona y encuentra respuesta a todas esas preguntas que la han estado torturando; incluso dará con su propio valor como mujer y soldado, asimilando y exponiendo una visión del sacrificio por amor y no por fanatismo o irresponsabilidad. Hisone modifica sus sentimientos y, con ella, Masotan, un dragón que mantuvo un decálogo inalterable con el paso de las décadas y de sus distintas pilotos.

El otro personaje que sufre una metamorfosis positiva es Kaizaki Nao, quien recibe de mala gana a Hisone cuando ésta se incorpora en la unidad dragón. Su comportamiento hacia la novata roza (y supera) el límite del maltrato físico y psicológico, pero es que Nao se ve intimidada por una piloto que compite con ella, por lo que se espera de ella, por lo que se ve incapaz de conseguir; es como si fuera el reflejo de la propia Hisone en un espejo deformado y Nao, solo ella, tiene derecho a estar allí, al contrario que una chica que acaba de alistarse y que nada pinta en el hangar 8. Y es que Nao es hija de una famosa piloto dragón, pero no consigue que Masotan la acepte, mostrando su enfado de forma un tanto infantil cuando el OVT traga a Hisone nada más conocerla. 

Nao se transformará por dentro al darse cuenta que no tiene que vivir a la sombra de los logros de su madre, sino que, como Hisone, ha de saber hacerse útil, algo que es tan necesario en la sociedad nipona como el respirar.

El resto de personajes se ven envueltos en distintos planos de confusión, miedos y cambios durante la preparación y ejecución de la misión por la cual han sido escogidos: un ritual shintoista secreto de cuyo resultado depende el bienestar del país. En este plano es donde se da un salto más allá en el género de “mechas”, al introducir aspectos religiosos y mitológicos, pero que, una vez metidos en harina, rozan menos que la existencia de dragos disfrazados de aviones.

Destaco ahora el personaje de Okonogi Haruto, que es aquel que causa en Hisone unos sentimientos que no tolerará Masotan y que llevará a la piloto al extremo de tener que convertirse en una heroína; pero no menos interesante es Hoshino Ei, una aviadora que  malinterpreta muchas cosas: se muestra atrapada en una unidad que entiende como inútil que está ahogando en el fango sus posibilidades de hacer realidad un sueño de niñez y guerrea contra los hombres, a quienes no ve como compañeros sino como enemigos. También resulta interesante la capitán Kakiyashu, abrumada por la personalidad de Hisone y su aparente debilidad.

El resto de personas son divertidos y hasta kawaii (como en el caso de Mayumi Hitomi), pero son perfilados de forma pobre (sobre todo Satomi Arai), como simples y meros conductores narrativos o elementos cuasicómicos, a excepción de la anciana Hinomoto Sada, que es la contraparte de Hisone en un tiempo y espacios diferentes, una mujer que fue piloto durante la segunda guerra mundial y participante en el anterior ritual, y que no supo dar con una solución que podría haber cambiado muchas vidas setenta años atrás.

Pero dejemos ya a los personajes, tanto principales como secundarios, y pasemos al estilo, bien diferente al que suele ser habitual en el mundo de la animación japonesa. No presenciamos un derroche visual ni gráfico; las líneas que dibujan a los intervinientes y lo que les rodea con cierta simplicidad, apenas son algo más que esbozos sin detalles que redunden en un peso puramente ornamental. Incluso algunos individuos carecen de fosas nasales y, salvo con el OVT gigante que hay que guiar y apaciguar, los colores predominantes son planos, sin apenas brillo, como si se tratara de producir un anime europeizado. Pero, ¿queda mal?, ¿«Hisone y Masotan» necesitaría haber sido regado con más dólares y más mano de pintura? Yo diría que no, pues hay que entender que la historia de «Hisone y Masotan» da peso a los personajes (aunque no con el resultado que habrían deseado sus creadores) y a aquello que les ha llevado a ese instante y en qué se acaban convirtiendo. Los estudios de diseño profundos y el virtuosismo colorista es secundario o terciario, sin apenas valor en el argumento, que reúne tantos y tantos guiños a la cultura nipona, tanto actual como antigua, siempre viva.

No hay que dejarse engañar por la sencillez de trazo o cierto ingrediente de monería e, incluso, histrionismo en los personajes humanos y dragones; tampoco por las suspicacias que pueda causar la forzada relación entre estos extraños “mechas” y su propia e inventada existencia (o la imposibilidad de que nadie los pudiera pilotar de la forma en que se muestra), pues es una serie de adultos para adultos que ha cosechado alabanzas entre el público y la crítica, a pesar de hacer una enérgica defensa de valores e ideales defenestrados en Occidente.

Y, vaya, no me puedo resistir a sellar este artículo con los títulos de crédito finales, con la voz de France Gall y su «Les Temps De La Rentrée» (1966):


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