martes, noviembre 03, 2020

Guardia de literatura: reseña a «Adiós a las armas», de Ernest Hemingway


Título original: «A farewell
to arms»
Traducción: Joana M. Vda.
de Horta y Joaquín Horta
UNIDAD EDITORIAL,
Madrid, 1999
Nº7 de la col. Millenium,
las 100 joyas del milenio
ISBN: 84-8130-121-3
318 páginas
La de «Adiós a las armas» ha sido una lectura que he ido demorando a lo largo de meses, quizá años. Perturbé el descanso del volumen y lo retiré de su puesto fijo en la librería del salón para solo llegar al punto final de un corto primer capítulo; clavé allí el marcapáginas y me dediqué a títulos menos aburridos y exigentes. No tenía ninguna obligación para con Ernest Hemingway y muchos libros me acariciaban con la dulzura de “amantes más entregadas”. Me lancé a diferentes aventuras hasta que, como tantas veces ha ocurrido durante mi existencia como consumidor de literatura, me dio la venada de terminar lo que empecé en el transcurso de una tarde olvidada.

«Adiós a las armas» es considerada la mejor obra firmada por Hemingway. ¿Mi opinión? Bueno, al menos la he disfrutado mucho más que «El viejo y el mar», pues la traducción al castellano ha sido mejor, pero la edición que tenemos en casa está plagada de erratas de imprenta y, no sé si es culpa única del escritor, sus rápidos diálogos de ametralladora están dispuestos de tal manera que, aunque sea durante una conversación entre dos personas, te pierdes y no llegas a saber quién dijo qué salvo cuando se incluyen fórmulas con las que no caben dudas. En esos momentos es como si leyéramos el libreto de una obra de teatro en el que se hubieran olvidado de identificar a cada personaje.

La historia me ha gustado, al igual que la narración, si obviamos lo que acabo de mentar y las agotadoras descripciones geográficas, tan detallistas como prescindibles. Pero, ¿puedo estar de acuerdo con que «Adiós a las armas» es una de las mejores visiones literarias acerca del conflicto que se llamó la Gran Guerra? Yo disiento en parte pues en sus páginas bien poco hay de guerra, salvo una pincelada superficial, con un fuerte acento del patetismo que la acompaña de forma fiel; justo ese patetismo que, como idiotas, solemos endulzar con actos de épica sobredimensionada. Es sobre ese aspecto humano donde Hemingway apunta con su dedo acusador (sigue leyendo)


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