Por eso mismo yo soy así y usted asá. No hay otra. Y esto será el matiz diferenciador que justifique mis impresiones, aunque, sin ánimo de vanagloriarme, he ahondado en ellas antes de emitir juicio, superando tramas y capas de prejuicios.
Me siento monárquico, estoy a gusto con el concepto de monarquía parlamentaria y no me trago las proclamas republicanas que pululan por nuestra sacrosanta casa de putas que es España.
Mi oposición no bebe de fuentes doctrinales, sino de históricas y personales. Es una razón que despunta sobre todas como el pene de un percebe en plena adolescencia: las dos experiencias republicanas vividas por España hasta la fecha se vieron empañadas por sendos desastres de la guerra civil. Y la segregación carlista y la formación de dos bloques ficticios y mal soldados en pleno siglo XX es lo que acaba llenándonos de escoria la vida.
Dos proyectos republicanos condenados al fracaso debido a que teníamos al timón a los capitanes más ineptos de entre la tropa de voluntarios. De lo que llevo estudiado de esos periodos, sobre todo de la II, no encuentro esos fuegos que alimentan la nostalgia de “tiempos mejores”. No sé dónde se esconderán.
Y, aparte, también está el detalle de la bandera tricolor. ¿Por qué debe estar el color morado de los comuneros de Castilla? ¿Por qué no vale la bandera rojigualda, que sí es una que eligió el pueblo español en 1808? A mí ni a mucha gente nos representa aquella panda de nobles espabiladillos que quisieron hacer retroceder las manecillas del reloj y volver a los felicísimos tiempos del maleable rey Enrique IV, plantándole media cara a Carlos I y el cuerpo entero de los campesinos más imbéciles del lugar, sacrificados por la justa lucha, ahora tan romantizada.
Por debajo de nuestro percebe animoso y animado, quedan mis anécdotas personales, vividas a costa de republicanos declarados, cuyas alhajas brillan por obra y gracia de la petulancia, la falta de respeto y una fantasía estúpida y desbordante que te obliga a pensar en si aquellos no sufrirán algún delirio enfermizo.
Para empezar tenemos el ejemplo de Fulano, quien te deja bien clara su ideología y que una República española solo debe existir si es de izquierdas y punto pelota. Es un aforismo de la misma firma de aquel garbancero que afirmó que si eres animalista no puedes ser de derechas, o si eres religioso no puedes ser de izquierdas. Y este Fulano, que repite lo que le mandan como buen lorito que es, concluye que la verdadera democracia existe cuando la ejerce el proletariado, el cual, como masa rumiante, únicamente votará correctamente si lo hace hacia la izquierda, que es aquella que “se preocupa por su bienestar” (extremo este no confirmado, pero que está consignado en «El manifiesto comunista», de Karl Marx).
¡Menuda gilipollez! Pero es que nuestro Fulano es así.
Y lo de Fulano es un exhibicionismo sobre una ideología que, además, se trata de presentar como una especie de monoteísmo político. Lo mío es lo correcto y lo tuyo una basura, maldito hereje.
Luego tenemos a Mengano, quien reúne en su ser la petulancia y exhibicionismo propio de los suyos, siempre avizor, no sea que se le escape la oportunidad (la más insospechada) de airear sus calzoncillos con la tricolor. Como ciertos ateos, te lo tienen que recordar hasta cuando se habla del alza del IPC.
Me crucé una buena tarde con Mengano. Era comienzos de un enero cualquiera y habría alguna razón por la que entablar una conversación más profunda que un perezoso saludo callejero. No sé porqué, pero la cosa derivó por mi parte respecto a la cabalgata de los reyes magos; algo tenía que ver o afectar al tema sobre el que pivotaba la charleta. Entonces, cómo no, Mengano la cogió al vuelo:
—La cabalgata… Es que yo como soy republicano…
Ahí, sin venir a cuento, tenía que pasarme por delante de los ojos su cipote republicano. Como si usted es marciano y escucha por las narices y respira por las orejas.
Sobra decir que me quedé cortocircuiteado.
Ese fue Mengano, pero no me gustaría terminar con mis ejemplos sin hacer mención al risible Capitán República. No tengo el (dis)gusto de conocerlo en persona, pero es que su recuerdo acude a mí con la insistencia de una venérea, me hace cosquillas y me parto de la risa escribiendo estas palabras. El Capitán República era un chaval que surgió cuan champiñón por una de las calles por las que me garbeo camino del trabajo y de casa. Apretaba el solecico y no había nada especial que celebrar, pero allí estaba, tocado con una bandera tricolor como si de un Superman de todo a 100 se tratara. Pobrecillo. Y de esta guisa pretendía despuntar, como nuestro percebe, entre la melé de mocitos del que formaba parte. Solo le faltaba un letrero: «Miradme, chicas: estoy comprometido políticamente y soy maduro. Venid a chupársela al futuro presi».
¡Dios santo! Es que era tan patético, pero no sé si más que aquel que llevaba siempre consigo un ejemplar de la Constitución de la II República, por si le pillaban en medio de un apocalipsis.
Nuestro Capitán República, tal y como apareció, desapareció en cuestión de dos tardes. Será que su truquito no daba resultado sexual alguno.
Otra nota doctrinal republicana me la dio Futano: la falta constante de respeto hacia quien no piensa igual que él. Esto puede que no sea lo más común, pues como en todo también habrá republicanos respetuosos además de nada exhibicionistas ni petulantes, pero Futano merece la pena que forme parte de nuestra escultura de púas.
Conocí a Futano por casualidad y, al igual que Fulano y Mengano, no perdía la oportunidad de presumir de ideología republicana. No me equivoco al creer que Futano era el peor de los tres: se pavoneaba y, para ello, no dudaba en burlarse constantemente de mí, al saber que mis inclinaciones son monárquicas. Los menosprecios y los chistecitos supuestamente graciosos contra la Corona, así como el compartir noticias de escarnio de todo tipo, incluidos bulos de RT, ocupaban el 95% de su esfuerzo verbal. Digo verbal, porque no sé si intelectualmente era capaz de aportar algo que no estuviera mascado por terceros.
Todo podía ser objeto de burla antimonárquica, hasta el punto de reírse de mí porque emplee el término naval coronamiento para referirme a la correspondiente parte de un buque que se llama coronamiento. Quizá debí referirme a ella como nombramiento presidencial o algo por el estilo.
Al contrario que él, nunca le respondí con la misma moneda. Le dejé bien claro que yo era yo y que él era él, y que nuestra relación no abarcaba el campo político. Sin embargo, a Futano le daba igual lo que yo dijera, opinara al respecto o si me podía molestar u ofender con sus chorradas. Tal y como me veía, no debía yo ser más que un orinal monárquico sobre el que hacer sus necesidades diarias.
Obviamente, lo que nos unía al comienzo apenas duró el embate de unos días. De forma elegante, me retiré y lo dejé con sus payasadas y tintineos de cascabel.
Bien. Ya he hablado de la petulancia y de la falta de respeto. Queda la fantasía. Y es aquí donde entra en escena uno de los mayores idiotas con los que me he cruzado en mi camino y que se tapan las vergüenzas con la tricolor: Zutano.
Disculpadme unos instantes, pero es que para escribir esto he de tomar impulso…
Zutano era un desgraciado de manual. El típico que echaba la culpa de todos los males a la sociedad y a la existencia de una monarquía en España. No estoy hablando de uno como aquel borono que, cuando el Prestige excretaba chapapote, afirmó en la tele que esa desgracia ecológica no nos habría sucedido si España fuera una república (¡¿?!). No. Hablo de sus propios males personales. Era (y será) un tío sin oficio ni beneficio, una auténtica sanguijuela que me espetaba «burgués» por el simple hecho de ser un profesional liberal (otro amigo del respeto hacia los demás, como Futano). Zutano era un mierdas y un necio cuya mayor proeza era seguir respirando.
Explicado esto, Zutano, gracias a su republicanismo familiar galopante, teóricamente heredado desde los tiempos del ’36 y del que igual él era el último practicante, era uno de los mayores fantasiosos del proyecto tricolor. Con un narcisismo digno de estudio psicológico, afirmaba que su mala estrella se debía a la monarquía y al supuesto sistema fraudulento que la acompaña, porque, si España fuera una república, él, como mínimo, ya habría sido nombrado ministro y colocarían estatuas en su honor en las calles por sus políticas.
Así como os lo digo. El tío podría desvariar, pero lo creía firmemente, creyéndose poseedor de un coeficiente intelectual que, hasta la fecha, nadie ha sido capaz de graduar siquiera como cercano a la media.
Menuda fauna y si esto es la punta del iceberg, no quiero saber qué se esconde bajo la superficie. Pero en esa punta también podemos encontrar nombres propios de los que aparecen en los medios, día sí y día también.
Y que conste que no he exagerado.
Aparte de todo esto, llegando a puntos más centrales, no entiendo que una república pudiera traer nada bueno a nuestro país, donde los políticos hacen y deshacen a voluntad. ¿Os imagináis un presidente de la República de un signo político con un gobierno del contrario? Bueno, y es más, ¿tener que ir más veces a votar? O, ¿mantener nóminas, secretarias, casas, seguridad y demás a todos los presidentes que fueran desfilando? Sería la bomba, pero ya somos el hazmerreir del mundo, así que a nadie le sorprendería al otro lado del burladero hispano.
Yo me limito a respetar lo que piense cada cual y, como le dije a Futano:
—Tú piensa lo que te dé la gana, pero no me vendas la moto.
Claro, algunos me espetarán que no he justificado la necesidad de un rey... Me dé igual lo que digan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario