lunes, abril 01, 2024

Con Cataluña hemos dado, Sancho, pero nos vamos a divertir


De los sicofantes que defienden que Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, no era de Córdoba; que santa Teresa de Jesús no era de Ávila; que Cristóbal Colón no era genovés (ni tan siquiera gallego); que Leonardo da Vinci no era de Vinci… Sino que todos ellos eran catalanes como la sardana, la calçotada y las cuentas bancarias abiertas en Andorra, nos llega fresquita otra diarrea mental descargada por uno de los paladines a la taza de la Ahnenerbe catalana, socarronamente denominada Institut Nova História. Nos llega la nueva sacrosanta del nacionalismo burgués catalán de que don Quijote de la Mancha no era de la Mancha, sino de Las Garrigas (Lérida); que ese pueblo del que Cervantes (el barcelonés Rafael de Cervera, según estos), no se quiere acordar es La Pobla de Cérvoles (igualmente Lérida), y que todas las peripecias del hidalgo junto a su escudero se desarrollarían en las montañas de Prades (provincia de Tarragona).

Como aquellos tarúpidos fantasiosos de la Sociedad de estudios para la historia antigua del espíritu, quienes incluso trataron de “demostrar” que Jesús de Nazaret era ario y no judío, entre nuestras apretadas fronteras sigue multiplicándose el número de “titulados” y sabidillos con exceso de tiempo libre. Entre esta corte de bufones ilustrados con crayones contamos con el señor Pere Coll, quien ha publicado un “ensayo histórico” titulado «En Quixot de les Garrigues a les Muntanyes de Prades de Miguel de Cervantes» (editorial Metamorfosis).

El Sr. Coll, haciendo cábalas, quinielas y alquimia pseudo histórica con algo de alcohol, fantasía e ilusionismo, nos asegura que “las obras literarias del Siglo de Oro no se pueden leer aceptando que, tal y como nos han llegado, son tal y como el escritor las concibió y redactó”, pues aquellos críticos con el sistema “debían emplear unas herramientas lingüísticas que les permitieran esconder su mensaje a los inquisidores, pero, al mismo tiempo, […] hacerse entender por sus lectores”. Así, de Paredes extrae el anagrama de la villa de Prades; de Antequera, Anguera, un pueblo abandonado cerca de Sarral, en La Conca de Barberà, y un río; y el personaje Ginés de Pasamonte, siguiendo el mismo sistema de pasatiempo dominical, sería un tal Gascó de Montcada.

Coll no es neófito en estas tarambanas anhenerbico-catalanas. Hacia 2021 nos vino con que Alonso Fernández de Avellaneda era “en realidad” Francesc Vicenç Garcia, el rector de Vallfogona, así como con la murga de que Miguel de Cervantes era Rafael de Cervera (historiador barcelonés de los siglos XVI y XVII y miembro del Consell de Cent, institución que gobernaba Barcelona). Sin duda, el amigo Coll está a la misma altura que su “apañero investigador” Pep Mayolas, quien se deja los hígados afirmando que santa Teresa de Jesús era catalana, pues “la Iglesia y la monarquía de Felipe II la extirparon de la historia de Cataluña para convertirla en una santa de Castilla, plenamente ajustada a las directrices del Concilio de Trento”; que Erasmo de Rotterdam era igualmente catalán e hijo de Cristóbal Colón (Hernando, para más señas); y que Juana I de Castilla (la Loca), no era hija de Isabel I de Castilla, sino de una amante casquivana de Fernando II de Aragón (monarca que Mayolas etiqueta de monstruo represor anticatalán).

Pero no sé si alguno de estos sansirolés catalanes podrá hacer sombra a una estrella del firmamento internacional pseudo histórico como es Luis Erasmo Ninamango Jurado, autor de «Encubrimiento y usurpación de América», publicado por Ediciones de la Presidencia de la República, Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia (República bolivariana de Venezuela), entre cuyas páginas podemos encontrar tal profusión de chistes que la mandíbula se nos cae al suelo de tanta carcajada.

En fin…


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