En semejante esfera tuvo la ocasión de oro de dedicarse al cultivo de regadío y quejarse amargamente (aunque lo niegue hasta el la misma frase), respecto a la campaña de acoso y derribo que sufre principalmente en las redes sociales (y también en ambientes más materiales), por culpa de su generosa talla y talle. Y yo, pues mirad, le tengo que dar parte de razón aunque, por el otro, me parece que esta señora peca de infantilismo y falta de madurez, debiendo trasladarle esa expresión ya artrítica de “ajo y agua”.
“Pam”, como grano visible de un partido político y como figura pública, por consiguiente, es el objetivo legítimo del imaginario jocoso nacional. Así lo permite nuestro cachondísimo principio de libertad de expresión, la norma y la doctrina jurisprudencial, por cuanto «[…] el Juez penal debe examinar, en aquellos casos en los que se haya alegado el ejercicio legítimo de las libertades del art. 20.1 a ) y d) CE , como cuestión previa a la aplicación del pertinente tipo penal a los hechos declarados probados, si éstos no han de encuadrarse, en rigor, dentro de ese alegado ejercicio de los derechos fundamentales protegidos en el citado precepto constitucional, ya que, de llegar a esa conclusión, la acción penal no podría prosperar puesto que las libertades del art. 20.1 a ) y d) CE operarían como causas excluyentes de la antijuridicidad de esa conducta" (por todas, SSTC 115/2004, de 12 de julio, 278/2005, de 7 de noviembre, y 41/2001, de 11 de abril).
»Y señala también la sentencia del TC 41/2001 que "los límites permisibles de la crítica son más amplios si ésta se refiere a personas que, por dedicarse a actividades públicas, están expuestas a un más riguroso control de sus actividades y manifestaciones que si se tratase de simples particulares sin proyección pública alguna, pues, en un sistema inspirado en los valores democráticos, la sujeción a esa crítica es inseparable de todo cargo de relevancia pública" (SSTC 159/1986, de 16 de diciembre; 20/2002, de 28 de enero; 151/2004, de 20 de septiembre)" (SSTC 174/2006, de 5 de junio, y 77/2009, de 23 de marzo).
»[…] Y es que las libertades del art. 20 de la Constitución no solo son derechos fundamentales de cada ciudadano, sino también condición de existencia de la opinión pública libre, indisolublemente unida al pluralismo político, que es un valor fundamental y requisito de funcionamiento del Estado democrático, que por lo mismo trascienden el significado común y propio de los demás derechos fundamentales (STC 101/1990, de 11 de noviembre).
»[…] Por su parte, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tiene establecido que la libertad de expresión no solo comprende las "informaciones" o "ideas" acogidas favorablemente o consideradas como inofensivas o indiferentes, sino también aquellas que chocan, ofenden o inquietan; así lo quieren el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura sin los cuales no existe una "sociedad democrática" (Sentencias Handyside contra Reino Unido de 7 de diciembre de 1976, y Jersild contra Dinamarca de 23 de septiembre de 1994).»
Obviamente, no es un plato que nadie tenga porqué tragar con gusto. Por tanto, simpatizo en este punto con Pam: soy gordo (es más, era el gordo de la clase), sufro la acción lenta y progresiva de la alopecia desde mis años de universidad, me sigue acosando el acné (de ahí que luzca barba), tartamudeo cuando me pongo nervioso y tengo una displasia de cadera que, aparte de hacerme “disfrutar” de algunas de las más variadas “diversiones”, me produce una pronunciada cojera. Detallitos todos estos que me han hecho recibir la metralla de los insultos, el menosprecio, la humillación… En tantas ocasiones que me pongo a temblar como un flan de solo fantasear con eso de si fuera una figura pública.
Y, claro, lo peor de todo viene a continuación: mi forma de ser y mi educación me han conducido por el sendero de los tragaldabas de toda la mierda que le echan a uno. Traga que traga y ninguna reacción. Total: si respondes, encima, quedas peor. Razones estas por las que las monjas donde cursaba la EGB me consideraban medio retrasado mental (algo que se acentuaba por culpa de ser hijo de maketos; mala cosa eso de no tener RH-).
Sé lo que es ser un objetivo BME: burla, mofa y escarnio. Créame, Pam. Pero no es tan simple como reducirlo al género y esas tonterías a las que a usted tanto saca punta.
Sin embargo, usted tiene también parte de la culpa, pues sabía perfectamente en qué avispero venenoso metía la cabeza y, a imagen, semejanza y bocaza del macho Alpha de su partido, ha seguido la doctrina del improperio y la afrenta hacia el contrario nada más levantarse el telón. Y, aunque le parezca asombroso, no se puede insultar a la masa y esperar no ser correspondido. Como tampoco uno puede creer que va a ser político de determinada ideología y que todo el mundo se va a arrodillar y lo va alabar como si de un dios viviente egipcio se tratara.
Usted ha sido y es tan necia que su rostro debería aparecer en la entrada de la Wikipedia dedicada a la necedad.
Además de esto, en particular, discuto que el hiperdesarrollado instinto, arte o acento patrio, heredero de los sonetos de Quevedo, la pille a usted desprevenida y con las bragas bajadas. Alguien como usted, que luce tan ridículo sobrenombre como si fuera un título nobiliario, ese Pam (de la pamela que gustaba lucir, por lo que tengo entendido), debió recibir en el Pasado el impacto certero de esos epítetos pavonados, referidos a su característica física más evidente: Pamquiderma, Pamceta, al Pam Pam, etc. No es algo nuevo y no me lo creo, señora; que no. Que usted es rancia pontevedresa de toda la vida, es decir, PTV, y entre estas cerradas fronteras muchos se jactan de la “gracia” de sus murgas carnavalescas. Seguro que no ha tenido que esperar a vestir el púrpura para que la llamen "Pamdereta".
No sé si el problema estribará en que, como usted y los de su casa tienen salvoconducto para evitar lo máximo posible la basura publicada por El Jueves, está convencida que en el resto de ámbitos existenciales sucede otro tanto de lo mismo. ¿Por qué se lamenta de esas reacciones atropelladas en las redes sociales o, como mejor me gusta a mí denominarlas, zoociales, tras la publicación de cada tuit que usted deja para la posteridad? Explíquese, por favor, pues no lo entiendo. No lo entiendo y no es la consecuencia palpable de esa subnormalidad mía diagnosticada a golpe de rosario y a tan pronta edad.
Las redes sociales, eso tan primario y elemental, no son más que un escaparate donde todo quisqui y todo quinqui publica lo que sea con el único pensamiento de llamar la atención de quien sea, de provocar reacciones, recibir “me gustas” y poder tener la oportunidad de agriarse con comentarios de lo más huecos e innecesarios. Es dar para recibir, y vaya si se recibe si uno es como usted.
Si le disgusta lo que los ociosos y la demás fauna silvestre vayan dejando, también para la posteridad, en su sacrosanto agujero vaginal de Internet, pues haga algo tan simple como darle instrucciones a su community manager o como cojones sea en castellano y que marque la opción de deshabilitar comentarios. Así de simple, fácil y sencillo. Pero es que usted es como todos: fieles a Madonna. “Que hablen mal de mí, pero que hablen.”
Eso sí, cuando la cosa supera los límites permitidos de la libertad de expresión, está usted en todo su derecho de impetrar el auxilio policial y judicial.
Así pues, estimada señora, puede enjuagarse esa ración de lágrimas de cocodrilo motivadas tanto por el excesivo interés en su figura como en su partido político de globos pinchados o en su ley estrellada del solo sí es sí (a la que dediqué un buen rato de estudio para llegar a la conclusión de que era una triste broma y peor trabajo de instituto (puede leer aquí mi extenso comentario), y cuya aplicación no es incorrecta por parte de la magistratura, al contrario). Pero como usted se considera reinona entre la mayoría social democrática de los peones necios patrios, le recuerdo que, por mucho que le aflija este rollo, está justo en medio de la plaza, embutida en un traje de luces y, no pierda en tiempo en pensarlo, no hay burladero por el que se pueda colar y huir.
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