lunes, octubre 20, 2025

El Premio Planeta o el descubrimiento de la pólvora


Como aprendiz de escritor y maestro de nada, me compete dar mi opinión respecto a la nueva —que no última— polémica centrada en el ganador de turno del famoso y lucrativo Premio Planeta.

En la presente edición de 2025 ha resultado laureado un tal Juan del Val. Digo tal porque, hasta que no ha estallado esta bomba fétida, yo no tenía idea de la existencia de este individuo sobre la faz de la Tierra, lo cual da fe de mi aislamiento impuesto en aras de una menor infelicidad.

Y como el olor ha llegado hasta mis delicadas fosas nasales, he acabado sabiendo de este autor, más conocido por pertenecer al panteón divino de bocachanclas públicos y privados de la parrilla televisiva —concretamente de Antena 3—. También me he enterado de que es el marido o pareja de Nuria Roca: enhorabuena.

Y como es un bocachanclas de determinada escora ideológica —o eso parece—, ha recibido un sinfín de parabienes por parte de sus más queridos enemigos, hasta el punto de dedicarle artículos poniendo en duda que del Val sea escritor y conformados por una miríada de comentarios supurantes, extractados de la red social anteriormente conocida como Twitter. Todo lo cual dista mucho de considerarse un trabajo periodístico.

Me imagino a Juan del Val henchido de gozo, con el pene erecto y haciendo honor al refrán: ande yo caliente, ríase la gente.

Aparte del regusto bilioso a linchamiento político, la cantinela que suena a pie de balcón es que ha sido un premio concedido a dedo. Aquí es donde me hacen cosquillas y me entran ganas de orinar de risa: ¿en serio algunos han tenido que esperar hasta 2025 para darse cuenta de que el galardón literario que mejor forra el riñón se otorga a un escritor sabido de antemano?

Me parece de traca. La editorial Planeta —del Grupo Planeta— lleva concediendo este premio año tras año con poco sonrojo y menos disimulo entre lo más granado de sus autores en nómina. Y lo lleva haciendo desde hace décadas, aunque en tiempos pretéritos al menos se tomaban la molestia de disfrazarlo un poco.

No es solo la insinuación que dejó Terenci Moix cuando ofreció No digas que fue un sueño. Es que Miguel Delibes dejó por escrito que le ofrecieron el premio durante una cena, en aquellos años en los que el monto ascendía a ocho millones de pesetas. Delibes rechazó la oferta y lo contó en El País en 1979. Ha llovido, y mucho, señores.

Aparte de estos dos grandes de las letras, están las confesiones de antiguos miembros de la editorial, que iban a la caza del siguiente ganador y hasta lo ayudaban a perfilar y terminar una novela que encajara con los parámetros de la casa para la inminente llegada de las fiestas navideñas: el obsequio socorrido para quien, obligado por la presión social, se ve compelido a regalar algo a alguien de quien solo sabe que le gusta leer.

Hay que ser muy ingenuo para creer que la obra de un autor desconocido —de esos que aún se empeñan en participar a discreción en concursos literarios de lo más variopinto— va a ser elevada a los altares capitalistas de la industria patria y coronada con los laureles del Planeta por su cara bonita.

Dicen que este año, 2025, se han inscrito 1.300 obras. De ellas, 1.290 enviadas por quienes probaban suerte como el que se presenta a un examen de oposiciones sin haber superado el índice del temario: con la esperanza de que le toque la lotería de despertar algo de curiosidad y acabar publicando en algún sello oscuro dentro del conglomerado Planeta. De las restantes, ocho son narraciones de autores que ya rondan la casa gracias a sus agentes literarios, y dos las del famoso o popular y del ensombrecido que hará creer a la masa en la existencia de cierta imparcialidad divina.

Premios Planeta hubo muchos: mejores y peores, justos e injustos. Pero la ceguera ideológica vocinglera ha despertado el dolor envidioso de la trinchera porque, a fin de cuentas, ¿acaso sabemos si la novela de Juan del Val es buena o mala? Yo no lo sé. Tampoco la voy a leer y a comprobar, aunque padezca la suerte de recibir un ejemplar como sufrido regalo navideño. Como tampoco voy a ser otro más que haya acabado de descubrir la pólvora.


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