martes, marzo 22, 2016

Guardia de Literatura: reseña a «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde», de Robert Louis Stevenson

Recurriendo a mi corta memoria, y aguardando que ésta desfallezca, esta corta y mítica novela de Stevenson tuvo como primera lectora a su esposa, nada más ponerle punto final. Lo que la buena mujer encontró entre sus páginas le resultó ser tan amenazador y terrorífico que acabó arrojando el manuscrito a las llamas purificadoras de su hogar, sin que el marido pudiera hacer nada para evitar semejante catástrofe. Tras contemplar con impotencia cómo el fuego de la chimenea devoraba todas las cuartillas, dejando como únicas sobras ceniza y rescoldos ennegrecidos, Stevenson tuvo que rescribir una de sus más conocidas novelas.

Quizá confunda algunos hechos, los adelante o los atrase, pero esto es lo que recuerdo y encaja a la perfección con las sombras que se agitan entre las biografías de los grandes escritores, que resultan ser más legendarias que verídicas; mas no hay prueba que desmienta o ratifique este mito.

Con «El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde», Stevenson quiso dar su propia respuesta al dilema psicológico y moral que traía de cabeza a muchas mentes pensantes del s. XIX: la bipolaridad de la conciencia o el equilibrio entre el bien y el mal en el libre albedrío del ser humano. Aparte de este clarísimo ejemplo que publicó el autor de «La isla del tesoro», podríamos mencionar otras obras más o menos sutiles como «El retrato de Dorian Gray», la única novela que firmó Oscar Wilde, o «El hombre invisible», de H. G. Wells, si nos apuramos un poco.

Sin embargo, ninguna otra fue tan explícita como la que nos ocupa hoy, deseando su autor presentar un anhelo de diferenciación entre las conductas rectas y las erráticas de un hombre que podemos considerar normal. Tal es así que el Dr. Jekyll es un techado de virtudes y su alter ego, Mr. Hyde, representa toda la tiniebla de su conciencia y alma, que existe como tal y que, de algún modo, el científico quería separar en el plano físico.

Al contrario de lo que nos han hecho entender ciertas adaptaciones a la gran y pequeña pantalla, el Hyde de la novela es mucho más joven que Jekyll, bajo y enclenque (esto último, en apariencia). En palabras del propio Jekyll, esto se debe a que la maldad no ha sido debidamente desarrollada, ha estado reprimida y encerrada, pero la va alimentando sin pudor con cada salida nocturna. Stevenson deja al lector que se haga su propia y rebuscada idea acerca de a qué negocios y divertimentos dedicaba el tiempo el ser contrahecho con el que Jekyll se sentía libre para satisfacer sus más impúdicos y bajos instintos, sin que su buena imagen pública de miembro de la alta sociedad londinense se viera afectada. Mr. Hyde era un disfraz para la depravación de un solo hombre, al fin y al cabo.

La novela no discurre en el gabinete del Dr. Jekyll, dando con la fórmula y reproduciéndola; al contrario que sucedería con otros autores de fantasía y ciencia ficción como Julio Verne, Stevenson oculta el camino hacia ese mal uso de la ciencia del mismo modo que Mary Shelley con su «Frankenstein». Es más, el protagonista de la obra o quien sirve de hilo conductor de la narración omnisciente no es Jekyll, sino Mr. Utterson, abogado y condiscípulo del doctor, quién está profundamente preocupado por el buen doctor, al creer que el testamento ológrafo que le ha entregado para su custodia, en el que lega todos sus bienes y derechos (fortuna de medio millón de libras esterlinas incluida) a un joven y esquivo Mr. Hyde, ha sido redactado bajo coacción. 

Resulta que para un lector de 2016, la novela no puede provocar el mismo estupor que cuando fue publicada, pues su narración de los aspectos más peliagudos se deja a la propia confesión del Dr. Jekyll y el acto más repulsivo de Mr. Hyde del que se tiene noticia es un asesinato tan solo justificable por la involución del lado oscuro hacia los hombres salvajes o de las cavernas, todo ello en una concepción decimonónica hasta la exasperación.

La novela emparienta el realismo con el género fantástico y científico, pero sin entrar en detalles, en tecnicismo alguno; dejando tras la tramoya todo lo que debe permanecer desconocido al hombre de bien que no quiere desfallecer y cometer el pecado del Dr. Jekyll.

La narración se nos queda corta en demasía, pero es, sin duda, una obra capaz de despertar ciertas inquietudes y que, a día de hoy, tiene plena vigencia en cuanto a sus pilares básicos y espirituales.

1 comentario:

Francisco dijo...

Este es un clásico que quiero releer y por eso tengo conmigo un ejemplar de la editorial Alba, muy cuidado, por cierto. Magnífica reseña, Javier. Un abrazo.