martes, junio 06, 2017

Guardia de literatura: reseña a «El duelo», de Joseph Conrad

Serie Club joven
Bruguera, Barcelona. 1982
173 págs.
ISBN: 84-02-08967-4
Un enfrentamiento entre dos hombres o dos clases sociales; entre dos destinos bien diferentes

Ni un soplo de brisa que embolse una vela, ni el graznido picajoso de la gaviota entrometida. Ni el sabor del salitre cuarteando los labios. Joseph Conrad significa mar y por eso sorprende a los que no se hayan internado en su obra por completo la existencia de este relato largo, inspirado en unos supuestos hechos verídicos (cosa que no vamos a discutir), en el que la tablazón de la cubierta de un barco, los mástiles enhiestos y las islas lejanas son desterradas por una historia con los pies en tierra o, siendo más quisquillosos, a lomos de un caballo. Sus dos protagonistas, D`Hubert y Feraud, son húsares de la Grande Armée napoleónica, enfrentados entre sí a lo largo de casi dos décadas, batiéndose en duelo cada vez que las guerras Europa concede un leve respiro a bestias y hombres. Una historia de humanidad de la que se desprende mucho más de lo que aparenta ser en un principio

Podemos vanagloriarnos y atusarnos los bigotes dando por zanjada al cuestión y denunciar la simplicidad de la enemistad y quedarnos tan anchos como panchos. Sin embargo, Conrad pretende reflejar una situación social generalizada en los tiempos que le tocó vivir y que, aún hoy día, se da quizá de forma más soterrada pero no menos cruenta. Conrad presenta a D`Hubert como un hombre equilibrado, elegante y diligente; un buen oficial, provisto de sobrado valor; pero también a un hombre del Norte de Francia, de cuna, si no elevada, al menos media. Un hombre atractivo y de buenas maneras que siempre formará parte del estado mayor de algún general.

Por otro lado, presenta a Feraud como su contraparte. Éste es un gascón impertinente y altivo, hosco y bruto. Un hombre acomplejado por su origen villano y que mira con recelo a D`Hubert desde el instante en el que sus caminos se cruzan e inician su particular historia de odio. Feraud llega a referir burlonamente a D`Hubert, entre tazas apuradas de vino picado en la taberna, de oficial oficinista. Feraud se considera incluso mejor oficial que D`Hubert, cegado por una certeza que no admite discusión: su enemigo irreconciliable asciende de escalafón gracias a su lengua aduladora y no a sus méritos (demostrados) de guerra. A Feraud solo le valen sus hazañas para medrar. Y, para dar la puntilla, D`Hubert no parece ser muy leal a Napoleón Bonaparte.

Aunque bien pronto Conrad se decanta por D`Hubert para darle el papel principal en la obra, víctima de un absurdo, podemos empatizar fácilmente con el furibundo Feraud. La disputa entre ambos surge cuando D`Hubert acude al salón de madame de Lionne en busca de Feraud, quien esa misma mañana había herido de gravedad a un civil durante el transcurso de un duelo. Dicho civil pertenecía a una de las casas más influyentes de Estrasburgo, localidad donde estaban basados los regimientos de húsares en aquel preciso instante, y sus familiares habían pedido al general de húsares una satisfacción. Feraud debía quedar bajo arresto, pero éste no lo entiende pues el duelo fue legal y lo paga con D`Hubert, que no es otra cosa que el mensajero. Parece una tontería, pero la culpa, sin querer, la tiene D`Hubert por la simple razón de haber acudido al salón de madame de Lionne a cumplir con su cometido oficial. Feraud es un hombre de pueblo llano y estaba intentando mejorar su suerte; por eso le molestó tanto la irrupción de D`Hubert, truncando toda posibilidad ante la anfitriona y su cohorte.

Conrad describe la rabia y orgullo del proletariado frente a las clases altas. Rabia y orgullo que carece de razón de ser en este caso, pues Feraud actúa de forma injusta y desaforada. Se cree única víctima de una infamia sin reparación. Y, para colmo, las mieles del éxito le son arrebatadas con el ocaso del Imperio napoleónico del que es acérrimo defensor y espada. Es como si el destino se burlara de él constantemente, obligándole a heredar la pobreza de clase aún habiéndose presentado voluntario en 1793 como hombre de armas para la Revolución.

Mientras que D`Hubert asciende durante la restauración monárquica, Feraud es perseguido. D`Hubert incluso concierta un matrimonio con una linda y joven muchacha, provista de una excelente dote, y de la que está perdidamente enamorado. D`Hubert asegura su línea de sangre, a la que no le faltará comodidad alguna, pero su antagonista solo arrastra dolencias de la campaña de Rusia, es pobre y se rodea de veteranos mutilados. La desgracia de Feraud se acrecienta mientras D`Hubert alcanza una madurez en la que el amor le impide pensar con claridad y teme por primera vez por su vida y en cómo afectará su posible muerte en el duelo final.

Con la descripción de ambos contendientes se podría sospechar la opinión que a Conrad le merecía la lucha de clases, con un populacho impetuoso, ariete sin cerebro (como Feraud), siempre acomplejado y que ve fantasmas o deidades que favorecen a unos elegidos para la gloria. Hombres y mujeres condenados al fango eterno y que sobreviven, en el mejor de los casos, gracias a la bondad silente de sus enemigos declarados.

El relato es de fácil lectura, algo que no se puede decir del resto de obras que he leído de Joseph Conrad. Incluso cuenta con ciertos destellos de estilo que hoy se están haciendo muy comunes entre los narradores de ficción. Quizá lo más destacable es su sencillez y desnudez, un texto que no atosiga con la descripción de lugares y eventos, aún cuando nos recorremos Europa entera a la grupa de un caballo, siguiendo a Napoleón Bonaparte. Podrían considerarse, eso sí, abrumadoras las cavilaciones y disputas internas de D`Hubert, quien acaba dándose cuenta de que admira a Feraud.

Conrad retrata dos mundos enfrentados con una prosa sencilla y asequible, algo raro de encontrar en los textos de uno de los autores del s. XIX más aventureros y crípticos, cuya fisonomía gramatical no puede prescindir de ninguno de los personajes secundarios que se cruzan entre las líneas que unen dos décadas de duelos por los campos de Europa.


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