miércoles, julio 26, 2017

Guardia de cine: reseña a «Luz que agoniza»

Título original: «Gaslight». USA. 1944. Blanco y negro. 116 min. Director: George Cukor. Guión: John van Druten, Walter Reisch y John L. Baderston, basado en la obra teatral de Patrick Hamilton. Elenco de actores: Charles Boyer, Ingrid Bergman, Joseph Cotten, Angela Lansbury, Dame May Whitty, Barbara Everest

El eje de «Luz que agoniza» no es un asesinado sin resolver y el paradero de unas fabulosas joyas perdidas, sino la violencia psicológica ejercida por un cónyuge sobre el otro

Película que no huye de los marcos aterciopelados del telón de teatro para mostrarse a un público deseoso de admirar nuevamente a Ingrid Bergman (quien sería galardonada con el Oscar a la mejor actriz principal por el papel de Paula Alquist (Bergman compartió tiempo y estudió a fondo el comportamiento de una mujer perturbada psíquicamente, haciendo suyos los rasgos que apreciaremos en su rostro, tales como la negación y el miedo)), basada en el libreto escrito por Patrick Hamilton en 1938, fue filmada en 1944, transpirándose en cada escena el misterio y la oscuridad de un buen film noir, pero su eje no es un asesinado sin resolver y el paradero de unas fabulosas joyas perdidas, sino la violencia psicológica ejercida por un cónyuge sobre el otro (no obstante, la expresión inglesa “hacer luz de gas” significa eso mismo y no otra cosa).

La cinta da comienzo en las neblinosas calles de un Londres devorado por una tensa quietud nocturna. Ingrid Bergman, frágil y enlutada, es la joven Paula, la sobrina de Alice Alquist, una reconocida soprano que ha sido hallada muerta en el salón del número 9 de Thornton Square. La muchacha, evidentemente trastornada por el shock, acoge de buen grado el consejo que le dan y huye de esa casa, corre hacia el Sur, hacia el sol de Italia, donde podrá seguir estudiando música y ejercitando sus florecientes dotes vocales.

Sin embargo, aún pasados los años, la oscuridad solo se replegará cuando Paula conoce a Gregory Anton, un maduro pianista de quien se enamorará sin remedio y con quien contraerá nupcias de forma casi inmediata. Paula se abandona a los brazos de su marido, quien comenzará a controlar su vida, siendo que su primer deseo a conceder sin oposición será el de regresar ambos a Inglaterra, idea que no agrada en absoluto a Paula. El matrimonio se instalará en el número 9 de Thornton Square, vivienda que es propiedad de Paula por ser la única heredera de Alice Alquist.

Nada más llegar, Paula encuentra una carta fechada dos días antes de la violenta muerte de su tía y firmada por un tal Sergio Bauer, siendo que, a partir de ahí, la protagonista comienza a sufrir una serie de olvidos y pérdidas de objetos cada vez más bochornosos y humillantes que amenazan con conducirla a la celda de un manicomio; incluso en su delirio percibe que la luz de gas de la lámpara de la habitación en la que se refugia pierde intensidad y escucha pasos y ruidos en el piso superior, un desván clausurado al que han ido a parar todos los muebles de Alice. Y solo la perspicacia de Brian Cameron, un joven inspector de Scotland Yard podrá poner remedio a la tragedia que ensombrece los días de Paula y aniquila todas sus esperanzas.

La tensión sobre los brazos y hombros de los espectadores aumenta a medida que los minutos van transcurriendo, pues el guión y el rostro de Charles Boyer, interpretando a George Anton, no dejan lugar a dudas acerca de la maldad del personaje y de la entidad de la violencia que ejerce sobre Paula; no se llega a colar la posibilidad, por superficial que ésta fuera, de que Paula realmente sufriera ciertos trastornos mentales aprovechados por Anton, sino que, desde el primer minuto en el que Anton aparece, sabemos de qué palo va y nos convertimos, por fuerza, en testigos mudos de los constantes tretas y golpes psicológicos dirigidos contra su esposa, de voluntad cada vez más quebradiza. Heriremos de gravedad los reposabrazos de la butaca con las uñas y consultaremos el reloj decenas de veces para comprobar cuánto queda para que el héroe irrumpa en la casa y capture al ruin bastardo, salvando a la pobre protagonista (cosa que, por desgracia, no es frecuente que ocurra en la vida real).

Con una fotografía exuberante, la película cuenta con planos que dicen más que las propias líneas de diálogo, como cuando Ingrid Bergman pasa a ser una sombra reflejada en la puerta de su dormitorio o un rostro que tiembla entre la tiniebla cuando ha descubierto toda la verdad, la sofisticada trama de mentiras urdida por Anton, el asesino de Alice Alquist, gracias a la visita inesperada del inspector Cameron.

Las vejaciones son tantas y tan soterradas, conocidas por el criminal que las perpetra y el espectador, que llegan a convertirse en un mal trago, pero también siembran un buen campo para que germine una trama negra que ahonda en los aspectos más insidiosos y menos tenidos en cuenta de la relación de pareja en el cine.

Como curiosidad, la película fue nominada a siete Oscar, obteniendo los galardones por mejor guión adaptado y mejor actriz principal. Asimismo, entre las nominaciones estaría la de mejor actriz secundaria para la debutante de 17 años Angela Lansbury, en su papel de la doncella Nancy, intérprete más recordada por todos nosotros como la escritora de misterio Jessica Fletcher de Cabot Cove («Se ha escrito un crimen»).

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