jueves, septiembre 05, 2019

Guardia de cómic: reseña a «Fahrenheit 451» adaptación autorizada de la novela de Ray Bradbury, a cargo de Tim Hamilton

Título original: «Fahrenheit 451;
the authorized adaptation»
2009 ZFILE inc., Nueva York
PENGUIN RANDOM HOUSE MONDADORI
Barcelona
Primera edición: febrero de 2019
Traducción: Carlos Mayor Ortega
ISBN: 978-84-663-4681-8
160 páginas
Hamilton se ve impedido de aportar algo diferente, de alejarse de la senda narrativa de Bradbury, por quien siente demasiado respeto; su trabajo resulta solo una adaptación fría

Mentar a Ray Bradbury es pronunciar un sortilegio que trae al recuerdo los lánguidos días de verano leyendo «Crónicas marcianas» o «El hombre ilustrado», compilaciones de relatos prácticamente anacrónicos ya cuando los descubrí, de astronautas en cohetes que llegaban a un Marte habitable y otras historias dotadas de una extraña y bella poesía en prosa que desnudaba a la Humanidad. Pero también a aquellos en los que devoraba «Fahrenheit 451», una novela que Bradbury dedica a su amor incondicional por los libros y las bibliotecas públicas, trasladando su horror ante la quema de libros en la Alemania nazi y en la Rusia de Stalin; ante el convencimiento de la posibilidad de un futuro donde ser feliz será obligatorio para la masa, la cual no ha de hacerse preguntas, tan solo debe vivir placenteramente, sin quebraderos de cabeza, sin libros que les devuelvan su humanidad. 

Una experiencia personal un tanto insólita y truculenta (Bradbury recibió el alto de un policía que le parecía sospechoso que alguien paseara de noche por una calle desierta), sirvió para un relato breve que terminó dando paso al personaje de Guy Montag, un bombero que, en vez de apagar fuegos, los provocaba a base de queroseno para arrasando bibliotecas privadas y prohibidas, expulsando de la vida de sus conciudadanos la sombra de la tristeza que unos inadaptados puedan crear con sus lecturas; un bombero que no se cuestionaba nada hasta que conoce a una extraña muchacha llamada Clarisse, quien remueve sus, en apariencia, férreos cimientos de servidor de una sociedad acomodada y estéril: “¿Eres feliz?” ¡Qué pregunta más absurda! Qué pregunta tan sencilla e inocente que esconde un puño de hierro que golpeará la conciencia de Montag con la fuerza de un tsunami. Su trabajo, la mujer que le espera en casa… ¿Acaso aquello era felicidad? ¿No será que era terriblemente infeliz y no se atrevía a decirlo en voz alta? (SEGUIR LEYENDO)

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