martes, diciembre 12, 2006

Boletín de Diciembre de la Fundación "Letras del Mar"

FELICES FIESTAS Y PRÓSPERO 2007

“Hicieron de cuna un día

las velas de mi velero,

pa´ socorrer a María

antes que llegara enero.


La foque sirve de manta,

la mayor de almohadilla,

para descansar la Virgen

la salea en que dormía”



ACATIFE

UN FINAL DE CINE

Lamentablemente, en España el cine del mar, salvo un par de honrosas excepciones, no ha pasado de simple anécdota. Y en temas como el de nuestra Guerra Civil el vacío es absoluto. La contienda española, de la que en el año que termina se ha conmemorado el 70 aniversario de su inicio, ha dado en ambos bandos un saldo cinematográfico de unos 300 cortometrajes y 37 largometrajes, habiéndose realizado sobre el tema, tras el 1 de abril de 1939, alrededor de una cincuentena de películas en nuestro país y cerca de un centenar fuera de nuestras fronteras. Episodios como el del Alcázar, Santa María de la Cabeza saltaron con éxito a las pantallas: no así el de “El Crucero Baleares”, dirigida por Enrique del Campo, y producida en 1941 por Radio Films – filial de la americana RKO- , que fue vetada por el Ministerio de Marina, donde se visionó en privado y nunca se proyectó en público.
Según argumento y guión de Antonio Guzmán Merino, el director mejicano Enrique del Campo acometió un proyecto, que el mismo bautizó como “la gloriosa gesta de la Armada española ante la revolución comunista y sus trágicos episodios en la base naval de Cartagena”, trasladando a las autoridades marítimas la pertinencia del rodaje, lo que fue alentado por la Marina de Guerra, que participó de forma activa, estudiando y modificando el guión, al que se dio la definitiva bendición el 29 de julio de 1940.
El texto se había estructurado en dos partes: la primera basada en la rebelión de la marinería contra sus mandos; la segunda reflejaba la gallardía de los hombres de bien; finalizando con el hundimiento del crucero. El rodaje en el mar se llevó a cabo a bordo de su gemelo el Canarias, y el presupuesto ascendió a la, para entonces, nada desdeñable cifra de tres millones de pesetas. “El Crucero Baleares” superó la censura oficial, autorizándose para todos los públicos, y su estreno estaba previsto para el 12 de abril de 1941, sábado de gloria, anunciándose a bombo y platillo en 48 salas de proyección; siendo el madrileño cine Avenida el local elegido para su estreno oficial. Sin embargo los acontecimientos tomaron un cariz insospechado ya que, finalmente, quedó suspendido un día antes; y lo más importante los originales y copias del film fueron destruidos para que no quedase ni rastro de la cinta.
Las razones no están definitivamente aclaradas: aunque parece que la Armada quedó desilusionada por la baja calidad, falta de dignidad y excesiva frivolidad con la que se planteó la trama argumental, cuyo hilo conductor, una historia de amor, apartaba a un segundo plano la gesta heroica de la Marina y el sacrificio de las vidas de gran parte de su oficialidad a manos de sus subordinados. Razones por las que rostros como los de Roberto Rey – en el papel del teniente de navío Alarcón- , Marta Ruel – Elena en la película - , Manolo Morán – como Zafarrancho- , Juan Espantaleón – interpretando al Jefe del Estado Mayor- o Antonio Riquelme – el político-, nunca hayan sido vistos más que por quienes realizaron la película o la visionaron en privado, quedando yermo para el cine este capítulo, tan trágico como trascendente, de nuestra historia naval. Nada que ver con “El Acorazado Potemkin” que ahora cumple sus ochenta años de estreno, tras haberse convertido de la mano de Eisenstein en uno de los mitos del cine de todos los tiempos, y a sus protagonistas en héroes colectivos.
Aunque parece que el año que está en puertas nos dará alegrías a los amantes españoles del cine del mar, ya que, de una parte tenemos a Carmelo Gómez y Aitana Sánchez Gijón rodando por nuestras costas “La carta esférica”, basada en la novela de Arturo Pérez Reverte, y de otra la productora valenciana Maltés Producciones ha adquirido los derechos para llevar a la pantalla “Las aventuras del Capitán Trueno”, con lo que dos clásicos pasan del papel al celuloide, como ya es habitual en Hollywood, de donde, gracias al DVD, podemos volver a degustar títulos como “Viento en las velas”, en la que un grupo de chavales sufren la peor pesadilla de su vida cundo el barco en el que viajan es asaltado por los piratas, o “El Nuevo Mundo”, en la que tenemos una aproximación a la exploración americana por los ingleses en 1607.


QUE NO FALTEN LOS LIBROS

Lo que no falta son libros sobre temas marítimos. Y dentro de los que destacamos este mes se encuentra “Mar de fondo en la regata a Baleares”, del que es autor Jordi Illa Boris, que ha merecido el X Premio Nostromo de Narrativa Marítima, del que nuestra Fundación Letras del Mar se encuentra entre sus patrocinadores y promotores. Se trata de una novela en la que, alrededor de la trama, encontramos un abanico de sorpresas, como un “manual práctico de navegación” en el que se incluye un “derrotero” de las costas españolas, con especial énfasis en las islas Baleares, o un dietario de cocina a bordo. La obra ha sido presentada por el autor tanto en Barcelona, en donde se hizo la entrega oficial del Premio, como en Madrid, en donde la Librería Náutica Robinsón sirvió de marco del acto en el que, junto a Jordi Illa intervinieron el director de la misma, Ignacio Uranga, y Elías Meana, ganador de la Segunda edición del Nostromo y representante de nuestra Fundación en su Asociación de Amigos.
En su continuo rosario de lanzamientos, la Editorial Noray acaba de publicar varios libros: “Un día de gloria”, de Alexander Kent, es el décimo séptimo título de la colección que tiene a Richard Bolitho como intérprete, que en esta ocasión navega por el Mediterráneo en los días previos a Trafalgar; “Mi viaje alrededor del mundo (1594-1606)” de Francisco Carletti, es un relato sobre la primera vuelta al mundo de un comerciante, en un viaje que difiere de los que hasta entonces habían realizado marinos, militares o frailes; haciendo un quiebro a la temática tenemos que “Los Nudos” de Steve Judkins y Tim Davison, que se ha convertido en el best-seller del Salón Náutico de Barcelona, es un manual en el que, de forma muy gráfica, podemos aprender a hacer el nudo más idóneo para cada maniobra.
“Los conquistadores del horizonte” de Felipe Fernández Armesto es una tan amplia como bien documentada historia universal de las exploraciones y viajes, en las que el mar es el indiscutible primer protagonista, al haber sido el principal camino por el que los hombres han transitado en busca de lo ignoto.
“Golpes de mar”, de Antón Castro, es una serie de relatos que rezuman imaginario gallego: barcos, fantasmas, marineros, naufragios, ciudades sumergidas, faros, en los que su autor ha sabido cifrar el difícil territorio de la fábula poética, resuelta a menudo desde historias verdaderas.
“El enigma de Almirante Canaris” de Richard Basset, nos muestra al marino que fue el último exponente de la antigua tradición del espionaje naval, que alcanzó su edad dorada en la Primera Guerra Mundial, y del que la Royal Navy tuvo ocasión de constatar su precoz talento para la desinformación.


MIL MANERAS DE DISFRUTAR DEL MAR

Y, prácticamente, de esas mil ha habido una muestra en la 45 Edición del Salón Náutico de Barcelona, cuyas puertas permanecieron abiertas del 4 al 12 de noviembre pasados, batiéndose récord - con sus 110.000 metros de superficie – de expositores y asistencia, en cuya superficie se combate contra quien piensa que el mar solo está al alcance de un selecto grupo de españoles.
Mientras, en Madrid los amantes del océano nos debimos conformar con el montaje del musical de Dagoll Dagom “Mar y cielo”, basada en uno de los títulos más legendarios de la literatura en catalán “Mar i cel” de Ángel Guimerá que, tras quince meses de éxito en Barcelona desembarcó en el madrileño Teatro Gran Vía, tripulados por sus dos protagonistas Carlos Gramaje y Julia Möller.
En París, el cineasta Robert Hossein levantó de sus asientos a los espectadores que asistían en el Stade de France a una representación de Ben Hur, cuando en la escena apareció de forma espectacular el momento que recoge el asalto a la nave en la que rema encadenado el mítico esclavo judío con otros cincuenta remeros. En tanto que el Festival de Música Contemporánea de Venecia ha sido el escenario de un concierto muy singular: el que ha ofrecido el compositor Michel Redolfi para estrenar su obra “La cittá liquida” en la que espectadores y músicos debieron sumergirse en el agua.
En España una de cal y otra de arena: de una parte tenemos que la Ruta Quetzal del próximo año, una vez más liderada por el veterano de la Cuadra Salcedo, seguirá la vía descubierta en 1565 por Andrés de Urdaneta, que posibilitó el comercio entre Manila, México y Sevilla; de otra parte, los anasakis – ese parásito que se encuentra en el pescado – amenaza seriamente la cocina del mar, ya que el Gobierno obligará a que se congele, lo que comienza a movilizar a los grandes de nuestra cocina marinera.
Por último – por pura cortesía, ya que no menos importante – nuestra Fundación ha seguido con sus habituales actividades: el pasado 21 de noviembre, el Duque de Veragua intervino en nuestra Tertulia Madrid Marinero, para tratar de forma tan rigurosa como amena el tema de Cristóbal Colón; analizándose aspectos concretos de la vida y gesta del Almirante, sobre los que su XX sucesor demostró un profundo conocimiento. Igualmente estuvimos presentes en las Jornadas que en Madrid y Barcelona celebraron el Instituto de Historia y Cultura Naval y el Museu Marítim, en las que intervino nuestro presidente para tratar del desarrollo del seguro marítimo, en la Carrera de Indias y en la Cataluña de la Edad Media y Moderna.


LA NOCHEBUENA EN EL MAR(*)

Luis Bonafoux(**)

Un mar rebelde, que hacía visos de bilis colérica, oponíase con tenacidad ciega a la marcha del Tamaulipas. Grandes pirámides de olas le alzaban en vilo y le ponían perdido de agua. Crujía la madera y chirriaba el hierro dando tumbos sobre las verdosas aguas que alzaban sus ondas alrededor del barco, y se encrespaban y crecían en borbotones de espuma para escupírselos a la cara, tan pronto como se deprimían y acurrucaban humildemente, a guisa de piel de chacal que se dispone a recibir la presa, para atraerla a los remansos aterciopelados y dormidos en apariencia... La casa flotante continuaba gimiendo, como si se la abriese en canal, y llorando lágrimas salobres. Aquello era igual a viajar dentro de un trueno... Pero el Tamaulipas resistía como si tal cosa, con valor y majeza, aquel manteamiento terrible.
-¿Cuántas millas? -se preguntaba.
-Trescientas cincuenta, trescientas sesenta y dos... largas de talle.
El pasaje reía... ¡Le tomábamos el pelo al Atlántico!...
A Bertha, un pimpollo de seis años de edad, la sorprendimos con el dedo pulgar de la mano derecha sobre la nariz y con el dedo pulgar de la mano izquierda sobre el meñique de la derecha.
-¿Qué haces, chica?
-Nada, me burlo del mar. ¡El mar! qué mamarracho! ¡y qué tío! Nos dejó sin platos, sin copas, sin misa. El capellán estaba mareado. ¡Este buen señor cura que nos da el triste espectáculo de caerse con el altar en plena misa!
La epilepsia del monstruo duró una semana. Ya no era esperada la llegada del buen tiempo.
Pero de pronto cambió la decoración.
Recuerdo perfectamente el alborear de aquella mañana dulce y templada como la primera caricia de una madre... Cuando desperté estaba mi manta de invierno a los pies de la litera y me culebreaba a lo largo del cuerpo una línea de sudor; -¡parecía una lágrima!..- Pasar de las nieblas de Madrid a las transparencias del cielo habanero; acostarse colgando en la percha un ulster forrado de franela y levantarse para sacar de la maleta una chaquetilla de alpaca -todo esto así, de buenas a primeras, de la noche a la mañana- tiene realmente impresiones de baño ruso.
La toldilla tenía cara de Pascua. Claro, se acercaba Nochebuena, y, además, habían salido de la cámara -por primera vez en todo el viaje- unas niñas cubanas con trenzas de color rubio melancólico y andares de paloma. El Tamaulipas se deslizaba suavemente sobre manso mar de azul intenso; azul, sin mancha de nube, estaba el cielo; y a babor y estribor, a popa y proa, pulverizaba y abrillantaba el sol aquel tono fuerte y mimoso a la vez. Todo era azul arriba y abajo. La vela blanca de un buque navegando a los lejos, se destacaba en el horizonte como ala de cisne en lago de añil puro.
Estábamos ya al tocar de la tierra habanera. Diríase que se sentían, y puede que las echara el deseo, templadas ráfagas de aire caliente; ecos melancólicos de quejumbrosos cantares; fuertes aromas... y, a la luz de la imaginación distinguíase sobre las verdes lomas cubanas los cogollos de palmera suspendiendo el fruto...
Mi amigo Colmenero, contador del Tamaulipas, me interrumpió guiñando los ojos: -Para esta noche, besugo y castañas, como en Madrid.
¡Este pobre Colmenero pensando en Madrid! Recordé los rabeles, las zambombas y las chulas (las chulas sobre todo), y, como Lamartine ante el féretro de su ideal, lloré en silencio largo rato...
La cámara del Tamaulipas es ciertamente de las más hermosas y lujosas: -lujo inglés, fuerte y severo.- Esta cámara se vistió de uniforme por Nochebuena; alfombras y portiers y adornos de gala, alumbrado todo por cuarenta y ocho luces eléctricas; -una noche de gran fiesta en los Jardines del Buen Retiro.
Marcos Guisasola, excelente maître d'hôtel, que dio de comer mucho y bueno al Rey D. Amadeo, había preparado una cena suculenta, elegante y bien remojada... -quiero decir con lo del remojo, que se escanció mucho vino de cinco clases distintas. -¡Qué turcas en alta mar!
No había más que pedir, ni cabía más ya. Había chillado mucho el corcho de las botellas, y hormigueaba el líquido en las pupilas de los bebedores con llamaradas rojas y negras...
Y a seguida de la cena, concierto al aire libre en la toldilla. Allí se alzaba en forma de columna una barricada inexpugnable. Cajas de turrón, barriles de aceitunas, sacos de cacahuets -toda una Plaza Mayor,- y allá en la cúspide, botellas del Rhin que enseñaban el azogue de sus cuellos. Las cajas estaban unidas por sartas de dátiles, engarzados como eslabones de oro, a la rubia espiga, y húmedas de las filtraciones de las granadas con sus cortezas abiertas por la hinchazón del fruto, que lloraba lágrimas de sangre y parecía decir: «Sacadme de esta prisión que me marchita y muero».
Un aire cálido y levantisco echaba a la cara de las mujeres los bajos de sus vestidos cuando subían por la peligrosa escala, e hinchaba las velas del buque, en cuyo palo mayor se despepitaba cantando un pajarraco.
La noche, que había estado hasta entonces como boca de lobo, empezó a clarear... Del fondo de una nube muy negra brotaron, como por encanto, chispas luminosas. Era de ver cómo se deshacía la negrura de la noche en pedazos jaspeados de rojo y blanco; y después, de entre aquellas luces artificiales de última hora, salió, muy maja y lustrosa, como la cabeza de un calvo, una luna que ya la quisieran en Sevilla para las noches de verbena y que sirvió lindamente de lámpara colgante...
Volvió a predominar el color azul arriba y abajo azul era el vacío del cielo con una claraboya por donde se asomaba una figura grotesca de monte bosquejado a medias -apunte o mancha del paisajista divino,- y el casco del Tamaulipas tenía reflejos azulados al dejar en pos chorros fosforescentes de añil puro, cuyos ruidos apagaban el eco de las guarachas y camagüeyanas que se cantaba aún sobre la toldilla del barco...
-Pero, chico, ¡qué pesadilla más horrorosa la tuya! -me dijo mi compañero de camarote al despertar del día siguiente.- Dabas unas voces... «¡que me las traigan!» «¡que me las traigan!» ¿qué querías que te trajeran?
-Las chulas, hombre, las chulas. Una Nochebuena sin chulas... ¡qué tontería y qué escándalo!
Y, como Lamartine ante el féretro de su ideal, volví a llorar en silencio largo rato.
En el mar. -Diciembre 1885.


(*) Con el presente iniciamos la publicación de relatos breves relacionados con el mar.
(**) Hijo de un francés y una venezolana que finalmente fijaron su residencia en Puerto Rico. Con quince años su padre le embarcó para España para que cursara en Madrid la carrera de Medicina; se decidió, sin embargo, por estudiar Leyes en Salamanca, materia en la que más tarde se licenció en Madrid. Con todo se inclinaba más por la política y el periodismo. En 1882 fundó en Madrid el periódico El Español, en el cual estuvo hasta 1887; luego fundó El Intransigente en 1892. Usó frecuentemente los seudónimos de Aramis y Luis de Madrid. Fue un polemista incansable. Como escribió su amigo José del Río Sáinz: “Sentía la obsesión de las cumbres, y allí donde se elevaban, allí iba a herirlas: reyes, príncipes, prestigios de las letras, de la política o de las artes, todo lo que sobresalía tenía en él un implacable censor”. Fundo periódicos como El Español y El Intransigente; fue redactor de El Globo y El Resumen, corresponsal de Heraldo de Madrid y colaboró en otros muchos como El Liberal, La Unión, El Mundo Moderno (1879-1880), Alma Española y los satíricos El Solfeo, Gil Blas, El Satiricón (1903).

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