martes, mayo 31, 2016

Guardia de Literatura: reseña a «Yo entré en el CESID», de Pilar Urbano

Nº de páginas: 384
tapa dura
PLAZA & JANÉS EDITORES
ISB 9788401376047
  • Durante la suma de todas las largas jornadas empeñadas en la labor de documentación, tan necesaria como abrumadora (cuando no frustrante), el escritor acaba conociendo a variopintos y forzosos compañeros de viaje. La mayoría de ellos son, por simple y pura estadística, libros de dispersos géneros y autorías que acaban arrojando una generosa luz, regalando datos curiosos que permiten imprimir al texto en el que trabajamos (hablo de la ficción) cierto matiz de realismo que nunca está de más para dotar al argumento de fondo tridimensional; unas delicadas pinceladas que se pierden en el ancho lienzo, pero sin las que no existiría cuadro y que el lector agradece al trasegar página tras página. 

Erika López Castellano, amiga y compañera de universidad, en una de estas esporádicas conversaciones que permiten la lejanía espacio-temporal reducida a cero gracias a las redes sociales, mostró un sincero interés por saber de las nuevas referentes a mi carrera literaria y, como quien no quiere la cosa, me espoleé sobre el teclado y compartí con ella la desdicha que me produce contar con varios proyectos abandonados; en concreto, uno sobre el que he estado armando un poco de barullo y destinado horas y horas desde Enero de 2015, escribiendo e investigando, incluso susurrándole a los oídos de un agente literario: una novela en la que mezclo una trama de espionaje y venganza con el mundo editorial muy presente, que he titulado «Un impostor leal». Más de 150.000 palabras que no han logrado desenterrar ni la mitad de la historia, cuyo desarrollo, en más escenas de las que me gustaría reconocer, no me convence en absoluto. Lo más fácil (y duro) para el escritor es dejar el manuscrito en el fondo de un cajón (o en un pendrive) y cerrar el asunto con llave y pasar a otros proyectos menos absorbentes y eternizantes.

Esta novela en cuestión es una espina clavada bien hondo, que he intentado arrancarme a base de seguir investigando y aprendiendo, a la par que aporreando el teclado; algo que Erika comprendió, incluso antes de que se llegase a formar en mi mente la idea nada descabellada de enviarle en un mail los primeros capítulos para saber de sus sensaciones y su opinión tras la lectura de las primeras sesenta páginas. Erika, entonces, me recomendó enérgicamente un libro con veinte años ya bajo el guardapolvo y escrito por la no siempre acertada periodista Pilar Urbano, en la creencia que aquel texto podría ayudarme a ir rellenando parte de las lagunas grises que me obligaban a dar continuos rodeos hacia ninguna parte.

Había oído mencionar dicho trabajo, «Yo entré en el CESID», en las primeras fases de investigación, pero me decanté por monografías más técnicas. Pero, ahora, tenía a alguien que me conocía y quería ayudarme al otro lado del “hilo”, que insistía en que me tomara mi tiempo para ojear el libro de Urbano. Me sorprendí gratamente cuando comprobé la existencia de un ejemplar en el depósito de la biblioteca nodal de Pontevedra (bendita red pública de bibliotecas, como bien exclamaría Ray Bradbury); así que, no me lo pensé dos veces: quizá Erika me estuviera ofreciendo, envuelta en papel de regalo y sin saberlo ella, la llave que me permitiera franquear la dichosa puerta cerrada a cal y canto que me separa de la siguiente etapa en mi labor como escritor/creador: el famoso “punto y seguido”.

El libro firmado por Pilar Urbano, en sí, se presenta como una síntesis de decenas de entrevistas extractadas y mantenidas con distintos elementos del Alto Estado Mayor, CESED y CESID a mediados de la década de 1990, cuando los periódicos sufrían con gusto hemorragias de tinta gracias a los escándalos y juicios de los GAL, Perote y Manglano, los fondos reservados, Mario Conde y toda la butifarra del momento. No es  un acceso al CESID, tal y como se nos anuncia, pues la visita al complejo en la carretera de La Coruña es más bien a título de turista barato a quien, a la espera de que se aburra pronto y se largue por las buenas, le dejan perderse entre las páginas de un libro titulado «Memorial», cuya existencia me resulta dudosa, y que se presta como excusa para que Urbano vaya, recorte a recorte, intercalando historias conocidas y otras prácticamente inéditas (para mí, claro está), contadas muchas de ellas por sus propios protagonistas (o así lo plantea la autora), encerrando conversaciones y entrevistas de copa y puro entre comillas, y que versan sobre toda clase de operativos de contrainteligencia y contraterrorismo: Lobo, 23-F, Transición democrática e, incluso, Bárbara Rey. Sin embargo, lo más interesante que podemos encontrar en las poco menos de cuatrocientas páginas es la referencia a las operaciones discretas, casi anecdóticas, que dan cuenta de nuestra Inteligencia patria en un juego a nivel mundial durante la Guerra Fría, con el KGB, la CIA y el MOSSAD como compañeros, aliados y, cómo no, enemigos; Canarias, Tánger, Rota o Madrid como escenarios; delegados comerciales, con inmunidad diplomática, que son amablemente invitados a hacer las maletas y coger el primer vuelo directo a Moscú, más morenos de piel y con una bailarina flamenca de postal como recuerdo. Ahí es donde el lector, cualquiera que sea la razón que le haya impulsado a abrir las tapas de este libro y a dejarse las retinas en él, encontrará un cebo delicioso para terminarlo en unas pocas sentadas; aunque la autora no aporte nada más allá de sus entrecomillados, en los que tampoco es que sepamos cuánto hay de verdad, de fantasía y de olvido voluntario con el que el astuto ratón, veterano en estas lides, juega al despiste con el gato plumilla provisto de grabadora en la garra ambidiestra.

La lectura es agradable y nada simplista. El libro está muy bien escrito y se aprecia cierta riqueza lingüística tan en peligro de extinción en nuestros días; pero la autora me ha terminado cayendo “gorda” debido a su constante petulancia marisabidilla: es arrogante, pedante y hasta sobrada, con un filo irónico que solo va en una dirección. Los capítulos, por su parte, no guardan una correlación equilibrada: unos son muy largos y otros justo todo lo contrario. Indudable es que ciertas historias merecen una especial dedicación, pero otras se han introducido, aún con el interés que me suscitaron, sin venir a cuento (o eso parece). 

La autora, con cierta flema, comenta que posee material como para escribir un par de libros más sobre las luces y sombras del CESID, sin embargo, ya  deja claro que ni piensa escribirlos cuando se llegan a los últimos párrafos del volumen, los cuales se me hicieron un tanto insufribles. Cuando pude cerrar las tapas, suspiré aliviado.

Es un libro que tendré que volver a rescatar de los fondos abismales del depósito bibliotecario, releer y, con bloc de notas y bolígrafo —prendas tan indispensables para el escritor como lo son las llaves, la cartera de documentación, los zapatos o los calzoncillos para cualquier otro mortal—, ir anotando todo aquello que se me haya escapado, pasado desapercibido y huido de entre las redes de mi memoria para que «Un impostor leal» acabe siendo algo más que una quimera a medio hacer; un punto y seguido.

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